Alfonso Reyes: la eterna memoria

Por: Roberto Estrada (@robertoestrada0)

31 de octubre de 2016.- En el texto “La casa del grillo (sátira doméstica)” escrito en 1918, Alfonso Reyes dice que la verdadera riqueza que se puede heredar emana desde la propia voluntad: “la obra sólida de la educación, las enseñanzas prácticas de la felicidad que consisten en el buen trato, en la honradez sin ceño, en el aprovechamiento discreto del tiempo, en la buena elección de compañías y lecturas, en el hábito de no delirar por lo imposible ni aullar ante lo inevitable como perro a la luna, en el amor a la buena marcha de lo que traemos entre manos y, sobre todo, en el horror al miedo y al excesivo amor propio, que se disfrazan de mil formas para hacernos insoportable la vida. En suma, todas esa cosas humildes, que juntas, se compendian en una palabra orgullosa y se llaman, altivamente, la Virtud”.

Aunque la cita corresponde a una obra de ficción que se recoge en el libro Cuentos, publicado en este año por la editorial Océano, posee en sí misma mucho del pensamiento del gran escritor y erudito que naciera en Monterrey en 1889 y muriera en la Ciudad de México en 1959.

He aquí precisamente el meollo del asunto: el libro retoma en esta antología narraciones publicadas en diferentes momentos de la vida del autor, y con ello sin duda se logra entender mejor su universo literario más perfeccionista, pero también sus intereses más varios y mundanos.

Tal como lo señala Enrique Serna, en la narrativa de Alfonso Reyes se “debe tomar en consideración que el cuento fue para él un género subsidiario, una especie de divertimento que a veces utilizaba para ejercer de otro modo, con distintas reglas de juego, su vocación de poeta y ensayista”.

Y así, es que estos escritos al leerlos dejan el regusto de otra cosa, y que se aparta de lo que comúnmente se aprecia en los hilos de la narrativa cuentística.

reyes

Entre estas líneas se escucha la sapiente e imaginativa voz de Reyes, no sólo a través del tremendo poderío de la palabra que poseía, ya fuera en la creatividad sonora o “visual” de su poesía, así como en la precisión y la agudeza intelectual de sus ensayos, sino también en un dejo de imprescindible memoria y  certero aforismo, que invitan al lector a una perenne reflexión.

Alguna vez Jorge Luis Borges –quien admiraba profundamente a Reyes, y le debía el impulso de su carrera– escribió que “la vasta biblioteca que Alfonso Reyes ha legado a su patria no es otra cosa que un símbolo imperfecto y visible. No sé si recorrió tantos volúmenes como Saintsbury o Menéndez y Pelayo, pero no será inútil recordar una diferencia que escapa al cómputo de páginas o de líneas. El campo visual de los referidos maestros no excede, en cada caso particular, el área del sujeto que trata; la memoria de Alfonso Reyes, en cambio, era virtualmente infinita y le permitía el descubrimiento de secretos y remotas afinidades, como si todo lo escuchado o leído estuviera presente, en una suerte de mágica eternidad”.

En el mismo cuento “La casa del grillo (sátira doméstica)”, el narrador dice con aire irónico que tiene la debilidad de dar explicaciones de cuanto hace y a veces a quien no debiera: “Viene de la intelectualización excesiva, de la fiebre crítica, de la necesidad, primero, de entender bien, y segundo, de explicar bien lo que he entendido, de explicarme por medio de la palabra. (La palabra hablada: yo, hasta cuando escribo, hablo.) ¡Un deber de literato, trasladado inoportunamente a la estrategia del trato humano!”.