El Jazz en México visto como un mapa

El texto que presentamos a continuación cumple un doble propósito. En principio celebra el lanzamiento del tercer número de la revista El espulguero; un proyecto editorial del maestro Francisco Toledo, que surgió al interior del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO) en abril de 2016 como parte de la Primera Jornada de Colaboración y Autoedición.

En segundo lugar, «El Jazz en México visto como un mapa» forma parte del dossier que en este tercer número El espulguero dedica a la libertad y que Oscar Javier Martínez toma como leitmotiv, para abordar y presentarnos el Atlas del Jazz en México (Taller de Creación de Literaria en el Borde, 2016), del historiador y periodista Antonio Malacara Palacios.

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Por: Oscar Javier Martínez (@sextocontinente).

01 de octubre 2016.- Si existe una música que pueda resumir en sí misma el ideal de libertad, esa música es el Jazz. Nacido como una sabrosa y promiscua mezcolanza de tradiciones musicales diversas, este género evolucionó y emigró de su tierra natal —la Luisiana y el delta del Misisipi— para conquistar rápidamente el resto del mundo. El Jazz tiene entonces en su origen una vocación caníbal, que fagocita toda forma musical que le permita seguir desarrollándose.

No intentaremos aquí definir lo que el Jazz «es»; sencillamente diremos que a sus formas tradicionales desarrolladas en las primeras tres décadas del siglo XX, se han ido incorporando las aportaciones de grandes artistas que han profundizado y enriquecido su lenguaje, apoyados en su propia visión de la realidad y sin olvidar sus tradiciones. Así pues, en el principio fue el blues: las canciones de trabajo, los cantos penitenciarios, el góspel, las marchas militares, las habaneras, chotises, valses y por supuesto la enorme tradición polirrítmica de África Occidental.

Todo ello sintetizado en las búsquedas individuales de titanes como Jelly Roll Morton, King Oliver, Louis Armstrong, Duke Ellington, Fletcher Henderson y muchos, pero muchos más. La popularidad creciente de los equipos de grabación y reproducción sonora, el advenimiento de la radio y la consolidación del disco como industria, llevaron al Jazz a los rincones más lejanos, primero de Estados Unidos y después del resto del mundo.

King Oliver (de pié a la trompeta) y su «Creole Jazz Band», Chicago, 1923. Foto: Colección fotográfica de Frank Driggs. Encyclopædia Britannica.

King Oliver (de pié a la trompeta) y su «Creole Jazz Band», Chicago, 1923. Foto: Colección fotográfica de Frank Driggs. Encyclopædia Britannica.

En el corazón del siglo XX, la década de 1950 fue un punto de quiebre para el género. El Jazz logró una altura nunca antes vista; por un lado los solistas, cuyas exploraciones los acercaron como nunca antes a los límites de la armonía convencional e incluso a las posibilidades físicas de los instrumentos. Por otro lado, los avances tecnológicos permitieron la producción de grabaciones de alta fidelidad; se desarrolló el arte gráfico de las portadas de los discos, dando una identidad bien definida a sellos como Blue Note, Atlantic, Contemporary y Prestige.

Pero quizás, lo mas importante fue que en esa época comenzó a consolidarse el camino de ida y vuelta entre el Jazz y los músicos de otros países, su contacto con otras culturas y tradiciones, su apertura a nuevos ritmos y colores. El Jazz dejó de ser norteamericano para volverse patrimonio mundial.

Actualmente existen escenas del Jazz con sus músicos, sus discos, sus clubes, incluso sus escuelas en prácticamente todo el mundo y México no es la excepción. La cercanía con los Estados Unidos ha permitido entrecruzamientos muy interesantes aunque poco estudiados. Se habla por ejemplo de la influencia que la música y los músicos de México tuvieron en los instrumentistas y los estilos que coexistieron en la segunda mitad del siglo XIX, en la misma zona geográfica donde décadas más tarde nacería el Jazz.

Por otra parte, las primeras menciones al género se pueden detectar al menos como referencia estética en los manifiestos[1] y poemas[2] del Estridentismo, el primer movimiento de vanguardia surgido en nuestro país en 1921, en donde se ponderaba el sonido de las Jazz bands como paradigma de la modernidad [3].

Ejemplares del Atlas del Jazz en México (2016) de Antonio Malacara, durante su presentación en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Foto: Secretaría de Cultura.

Ejemplares del Atlas del Jazz en México (2016) de Antonio Malacara, durante su presentación en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Foto: Secretaría de Cultura.

Ahora bien, salvo el caótico libro de Alain Derbez titulado Datos para una historia aún no escrita[4] no existe en México un texto que profundice en el fenómeno del Jazz en estas tierras. Sin embargo este fenómeno ha tenido un alcance nacional, pues ha habido Jazz en prácticamente todas las ciudades importantes de la República en años tan tempranos como la década de los años 30 del pasado siglo (o incluso antes en la Ciudad de México).

Pero mientras el Jazz en México aguarda la llegada de un estudio serio y riguroso que documente esa historia rica, diversa y apasionante, el periodista Antonio Malacara no se ha quedado de brazos cruzados y tras varios años de conversaciones, entrevistas y solicitudes de textos, ha logrado lo imposible, compilar en un solo volumen 63 historias que narran el devenir del Jazz en los 32 Estados de la República.

El Atlas del Jazz en México, editado por la Secretaría de Cultura con apoyo de la comisión de Cultura de la LXII Legislatura de la Cámara de Diputados, con un tiraje de dos mil ejemplares, es un primer mapa que nos permite reconocer que el Jazz ha estado presente en nuestro país contra viento y marea; es decir, contra los prejuicios de ser una música «extraña», «extranjerizante» o «puro ruido» y otras lindezas que se han dicho durante mucho tiempo.

También contra la cerrazón de autoridades culturales, que con sus honrosas excepciones parecen estar cortadas con la misma tijera a lo largo y ancho del país, así como contra la miopía o el franco desdén de los medios de comunicación —y sus honrosas excepciones por supuesto—. Incluso ha llegado a dudarse de su existencia. «¿A poco hay Jazz en México?» he escuchado decir a innumerables personas a lo largo de los años y bueno, aquí está la evidencia.

De izquierda a derecha: Pablo Argüelles, Carmen Fuerte, Antonio Malacara, Germán Palomares y Juan González durante la presentación del «Atlas del Jazz en México» en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes en junio de 2016. Foto: Secretaría de Cultura.

De izquierda a derecha: Pablo Argüelles, Carmen Fuerte, Antonio Malacara, Germán Palomares y Juan González durante la presentación del «Atlas del Jazz en México» en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes en junio de 2016. Foto: Secretaría de Cultura.

Antonio Malacara escribe sobre música desde hace más de 40 años y desde hace más de 20 específicamente sobre el Jazz. Es autor de una docena de libros entre los que destaca el Catálogo casi razonado del Jazz en México, donde documenta la existencia de 622 discos grabados en nuestro país entre 1948 y 2005 (año de la publicación del libro). Si ya en ese libro se mostraba la vastedad del fenómeno, con la edición del Atlas se profundiza un poco más en las historias particulares que se han generado en innumerables ciudades de nuestro país.

Leer este libro supone una sorpresa y un gran descubrimiento. Aquí van algunas perlas: saber por ejemplo que en Xalapa en los años 40 existieron dos grupos de Jazz de salón con nombres tan rimbombantes como Los Bombines Dorados y Los Caballeros del Estilo. Que Sinaloa, cuna de los legendarios jazzistas Cecilio «Chilo» Morán[5], Mario Patrón[6] y Pablo Beltrán Ruiz[7] tuvo el primer grupo de Jazz importante en los años 60, que se presentaba en el piano bar «El navegante» del hotel de Cima, encabezado por el pianista Enrique Loubet. Que en los años 20 existió en Mérida la orquesta Garden Jazz de F. Cervantes.

Que Thomas Louis Marcos Tio, un músico criollo nacido en Nueva Orleans en 1828, llegó a Tampico en 1859, donde se estableció con su esposa y nació su hijo Lorenzo en 1867 y más tarde su hermano Luis. A la muerte de su padre, regresan a Nueva Orleans en 1878 para integrarse a la escena musical de la ciudad y; por lo tanto, están considerados por serias investigaciones realizadas por académicos norteamericanos como precursores del Jazz.

Invitación por parte del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca a la presentación del 3er número de El Espulguero, lunes 26 de septiembre de 2016.

Invitación por parte del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca a la presentación del 3er número de El Espulguero, lunes 26 de septiembre de 2016.

Y finalmente decir que en Oaxaca existió un personaje llamado Tito Enríquez, Ixtepecano de nacimiento y médico de profesión, que aprendió a tocar el banyo en la ciudad de México y que posteriormente tuvo un casino en Ciudad Ixepec en los años 40, donde tocaron grandes orquestas de baile provenientes de Veracruz y donde el buen Tito se echaba sus palomazos al banyo, interpretando los standards de aquella época como Blue Moon, Night and Day y otros.

Así transcurren las historias en este primer boceto de una cartografía que habrá de ampliarse y documentarse. Por lo pronto se agradece el esfuerzo de Antonio y de los 63 especialistas participantes. Y, justamente, el gran acierto de esta obra son las distintas voces que participan en ella, pues han vivido personalmente el devenir del Jazz en sus ciudades de origen, ya sea como músicos, promotores, investigadores, difusores o melómanos.

Más allá de los errores y las omisiones cometidas —voluntaria e involuntariamente— por los participantes, el libro es una pieza de consulta fundamental para todos aquellos interesados en conocer un poco más de esta música que a millones de personas nos alegra la vida y nos roba el sueño.

Referencias _________________________________________________________

[1] En el segundo Manifiesto Estridentista fijado en las paredes del centro de Puebla en enero de 1923.

[2] «Ahora es el Jazz Band/de Nueva York; son los puertos sincrónicos/florecidos de vicio/y la propulsión de los motores» Manuel Maples Arce: Poemas Interdictos, 1927.

[3] «Era urgente desinfectar de cuadros sin elocuencias la Academia de San Carlos, dedicándola al cabaret internacional con modelos en actitudes de veinte pesos y Jazz civilizado de barbarismos valientes». Germán List Arzubide: El movimiento Estridentista. 1928.

[4] Publicado en 1994 por la editorial Ponciano Arriaga del Gobierno del Estado de San Luis Potosí y luego reeditado en 2002 con correcciones y añadidos por el Fondo de Cultura Económica bajo el nombre de El Jazz en México.

[5] Admirado por Pérez Prado y reconocido por el propio Wynton Marsalis como un trompetista fuera de serie.

[6] Quizás el primer jazzista mexicano (pianista) en destacar en el ámbito internacional, ya que se presentó con éxito en el Festival de Jazz de Newport de 1954.

[7] Legendario director de orquesta, coautor del hit mundial «Quién será», junto a Luis Demetrio. Pablo Beltrán Ruiz grabó en 1956 el sencillo instrumental Mexican Rock And Roll, considerada como la primera pieza musical que introduce ese estilo en nuestro país.