La Barranca: El eterno descubrimiento

Por: Roberto Estrada (@robertoestrada0)

El nombre de la banda La Barranca surgió de una pieza de su primer álbum que fue grabado en Guadalajara en 1996. Nació como un nombre poderoso, con mucho peso en su significado, y curiosamente –aun sin querer que así fuera– en la ciudad donde hay una barranca que es parte esencial de su paisaje, y que también es parte de su historia fundacional.

Sobre ese poder y esencia que desde aquel momento hasta ahora ha mantenido la agrupación, veintidós años después y en que presenta en Guadalajara su nuevo álbum Lo eterno, José Manuel Aguilera, líder de La Barranca, me dice que “los nombres definen. Seguramente no haríamos esta música si nos llamáramos de otra manera. Es una palabra fuerte, y fue una coincidencia que lo hiciéramos en esta ciudad, con su barranca. Pero lo que también me gustó a la hora de tomar la decisión, es que no sólo aquí sino la orografía del territorio nacional en general está lleno de barrancas de muchos tipos. Es una constante en el paisaje del país. Eso fue lo que me gustó; la posibilidad de unicidad, y de estar en muchos lugares al mismo tiempo”.

Este sábado veintidós de septiembre a las 21:00 horas, La Barranca se presenta en la Sala Plácido Domingo del Conjunto de Artes Escénicas de la UdeG, para interpretar su producción número once, así como hacer un recorrido por algunas de sus más características piezas. Además de José Manuel Aguilera, la banda la conforman los hermanos Adolfo y Ernick Romero (guitarra y bajo, respectivamente), Navi Naas (batería) y Yann Zaragoza (piano y sintetizadores).

En entrevista para Reverso, Aguilera nos habla sobre su reciente entrega, pero también de aquello que podría hacer comprender qué es La Barranca.

Con la investidura que le puede dar una guayabera blanca adquirida en una reciente visita a Veracruz –a la cual llama en broma “la presidencial” – así como las necesarias gafas negras que amortigüen el peso del after de la noche anterior después de un concierto con la banda, José Manuel se adentra en la charla.

 

José Manuel Aguilera, líder de La Barranca. Foto: Manuel González González.

Regresar a Guadalajara es volver al origen, pero también con este nuevo álbum se siente una renovación en La Barranca.

Siempre me interesa venir con algo diferente. Creo que nunca hemos repetido un concierto en Guadalajara. La intención es renovar y refrescar. Para nosotros representa una posibilidad de descubrimiento. Uno hace música porque esa sensación es sumamente gratificante.

Aparte de los integrantes fundadores, también ha habido constantes relevos en los elementos del grupo, lo que le ha dado otro cariz.

Claro, es una de las razones por las que ha cambiado la banda, porque han cambiado los integrantes. Una de las intenciones de la banda en el caso actual, es reflejar en un trabajo discográfico, lo que es La Barranca ahora. Estamos tocando como quinteto, con la incorporación de Yann Zaragoza en el piano. Es un momento que no teníamos registrado en disco, con canciones nuevas. Ya tenemos tiempo trabajando juntos, en diferentes periodos con cada uno los actuales integrantes. Con el que menos es con Yann, y aun así, ya son más de tres años. Entonces nos hacía falta, teníamos la necesidad de presentar una producción que reflejara el sonido de la banda en el presente.

¿Y a qué suena La Barranca ahora? ¿Hay manera de definirlo?

La música existe porque es algo que no se puede decir con palabras. Pero es la conjunción de estos músicos cobijados por una entidad musical que tiene una herencia en que nos podemos subir, pero parte de la identidad de este ser siempre ha sido la voluntad de cambiar. Como elemento específico, tratamos de que el disco fuera muy fiel a ello, en el sentido de no sumar cosas que no seamos capaces de reproducir nosotros cinco en el escenario.

En el estudio virtual moderno, es muy fácil incorporar cosas. Nosotros lo hemos hecho en otros momentos. Es tan válido un camino como el otro. Pero para este disco en particular fuimos muy conscientes de tener mesura y limitarnos a lo que somos capaces de hacer nosotros cinco. Eso distingue y define cómo suena. Es un sonido sin agregados, sin aditivos.

Volviendo al nombre de la banda, también parece haber unicidad en las canciones, en su tristeza o desgarro. Hay algo del despeñadero que somos como país.

Cada quien le da la lectura que desea. Yo no lo pongo en el cajón de la tristeza, más bien en el del reportaje. Yo creo que así es la realidad.

En la cotidianidad.

Sí. El país es muy complejo. No todo es miel sobre hojuelas, hay una realidad pesada en el país. Muchas veces en el rock no se toca o se hace muy en confrontación, casi como manifiesto de protesta, o de plano se ignora. A nosotros siempre nos ha interesado reflejar eso. Porque es una de las cosas que nos nutren. El lugar en el que vivimos y el tiempo en el que vivimos. Se tiene que reflejar a huevo en lo que haces, sino es artificial. El pop mexicano que es lo que más se consume es sumamente edulcorado y rosa. Ninguna de esas canciones tiene ni siquiera un viso de la cuestión del narco, de la violencia, de la desigualdad social. En fin, eso no está en el mundo del pop mexicano. Cualquier arte de cualquier época refleja sus circunstancias, y no hacerlo es esquizoide y antinatural. Es querer cerrar los ojos a huevo.

Como dices en “Brecha”, tu país se disuelve, tu identidad se disuelve.

Son cosas que yo veo y las digo en las canciones. Tal vez otros no estarán de acuerdo. O tal vez parecerá crudo lo que digo, pero así es la realidad.

La Barranca en general, toma mucho de la música mexicana o de otras partes, como en el proyecto que hiciste hace un par de años con el bolero-rock.

Se ve más en las letras. La Barranca se nutre de dos grandes vertientes, con muchas salvedades, de los sonidos del rock global, pero las letras tienen que ver más con la tradición lírica de la canción en español. La Barranca intenta unir esos dos universos. Tenemos más influencia de José Alfredo Jiménez que de Bob Dylan.

A eso me refiero cuando hablaba de lo desgarrado y la tristeza que está presente en tu música.

Por ahí sí. Estamos en esa tradición de lo desgarrado pero que pertenece a una tradición. Y me gusta entrarle así en contraste con lo que decíamos del pop. Incluso cuando éste se limita a la cuestión amorosa, también lo hace de manera artificial y antinatural, porque hace un juego muy básico de emociones. En las relaciones amorosas hay una gama de emociones pasionales que no están en el pop.

Desde mi percepción, la música de La Barranca no cansa si se escucha por mucho tiempo continuo, como puede suceder con otras bandas. ¿Tiene que ver en cómo la construyes, y lo haces de manera consciente?

Un poco sí. A mí frecuentemente me dicen que es una música de no fácil acceso, y eso de entrada implica que hay que poner algo de tu parte para que se te revelen las canciones, y eso te obliga a oírlas más de una vez. Por otro lado, hay siempre un trabajo de capas, incluso en las letras, de tal suerte que me gusta –no siempre lo logro ni lo busco tan conscientemente– que haya esta posibilidad de engancharte con algo que primero te suene bien, y que luego te des cuenta de que forma parte de un discurso más complejo y con una idea más profunda, con muchos elementos sutiles que no se distinguen a primera escucha.

El sonido de La Barranca parece funcionar para visualizar una historia, percibir una imagen, para musicalizar una película, como lo que hicieron con Fatális. Tiene mucho de ambiente sonoro.

Sí, nos gusta la cuestión panorámica orquestal. Es un camino por el que hemos andado. No descarto que en el futuro hagamos otra cosa, pero sí suele ser una música condimentada.

Con todo lo dicho, es inevitable hablar de cómo está ahora México, en esta transición y con la violencia y desigualdad que permanecen. ¿Qué se puede decir desde el arte y la música sobre esto?

Pese al juego mediático, que sabemos es bastante manipulable, sabemos de los casos terribles que se reproducen a lo largo y ancho del país, con diversos grados de crueldad y violencia. Tiene todavía muchos problemas y es muy complejo desde su fundación hasta su sistema político. En ese contexto, el arte es un poco un lujo, porque obviamente hay necesidades más apremiantes que el arte: como la seguridad o el trabajo. Es un lujo, pero necesario. En este país sí cobra una significancia, porque es importante crear los entornos donde sea posible la armonía y la belleza, y eso nos toca hacerlo a los que nos dedicamos a esto. Es una responsabilidad que hay que asumir.

Es artificial y antinatural que cualquier manifestación artística no refleje las circunstancias o el entorno en que fue creada. El arte tampoco es un periódico ni un vehículo para hacer manifiestos o panfletos. Pero parece más un asunto de negación que una decisión artística, que no se diga nada habiendo tanta tela de donde cortar.

¿Querrías que las canciones de La Barranca se volvieran tan tradicionales como sucedió con los boleros, porque finalmente también hablan de amor y desamor?

Eso lo decide la gente en la medida en que se apropia de una canción y la convierte en un clásico, pero no sería comparable con los boleros en el sentido de que La Barranca no se mueve en un ámbito tan masivo. Depende de la calidad intrínseca de la cosa. Cuando escuchas esas canciones inmortales, por ejemplo ahora que estuvimos haciendo lo del bolero-rock, uno de los placeres para mí era trabajar con unos materiales que están tan de poca madre construidos. Son canciones chingonas aunque las hayan construido en los treinta, cuarenta o cincuenta. Están sólidas. Uno aspira a eso. No a la posteridad, pero sí a hacer construcciones sólidas, y a un ideal asequible. Quiero hacer canciones que sí aguanten, como si habláramos de edificios. A final de cuentas la música y la arquitectura tienen mucho en común.

Me parece que si La Barranca ha tenido continuidad con los años es porque el discurso en las letras y la música tienen honestidad, y a la gente le habla de una realidad reconocible para ellos.

Lo padre de la música es que siempre tiene esa posibilidad de identificación y apropiación. Nadie puede medir eso. Tiene que ver con la suerte y con encontrar a los escuchas indicados. Pasa con nosotros, por ejemplo, que mucha gente continúa descubriendo el primer disco. Lo seguimos reeditando, incluso ahora en vinil, y se conectan con él. Se mantiene encontrando público, a pesar de que ya tiene más de veinte años. Habla bien de él, ojalá así permanezca y pase con los otros también.

¿Cómo es el proceso creativo de Aguilera, cuáles sus materiales para crear esta solidez?

Para ser sinceros no hay nunca un mismo camino. De hecho, hay una frase muy sabia que aprendí de Juan José Arreola, y la recuerdo ahora que celebramos su centenario. Él decía que las reglas de un texto están en el texto mismo. Y se aplica también en la música. La solución de las canciones está dentro de las canciones mismas. Si tratas de hacer canciones que no sean “formulaicas”, como yo que trato que sea una cosa por sí misma, no aplico fórmulas sino que las tengo que encontrar ahí adentro. Nunca he escrito una letra antes de hacer una canción, pero sí ideas o frases que después puedo transformar en canciones. Tengo una bitácora muy irregular de ese tipo de ideas, que normalmente son pequeñas frases, que no necesariamente acaban en la canción pero sirven como punto de partida. Y de ahí pues a sufrir, a ver cómo la llevas a buen término. A veces es muy sencillo, tienes fortuna y se resuelve rápido, y a veces te tardas literalmente años.