Algo sobre la muerte de Juan Nepomuceno Pérez Rulfo

Por: Redacción (@reversomx)

El miércoles 6 de junio de 1923, en las páginas de El Informador. Diario Independiente, fue dado a conocer el asesinato de Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, padre de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, o Juan Rulfo, a quien se reconoce como el máximo exponente de la literatura mexicana del siglo XX.

En este relato, probablemente, se puede apreciar el origen del universo literario que Rulfo recreó en Pedro Páramo, El llano en llamas y El Gallo de Oro.

El texto que compartimos a continuación es la transcripción de la crónica, en la que «uno de los redactores» de El Informador relata el asesinato del padre de Juan Rulfo y, de alguna manera, es el antecedente de «¡Diles que no me maten!».

Es importante señalar que la pista para dar con esta publicación fue dada a conocer por Felipe Ponce, editor de Ediciones Arlequín, a través de las redes sociales.

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Fue Asesinado Cerca de una Hacienda, Antier, el señor Nepomuceno Pérez Rulfo

Un Enemigo Suyo le disparó un tiro a traición

El hecho se registró al salir de la hacienda de San Pedro, de donde la víctima se dirigía a un rancho de su propiedad —parece que el crimen tuvo origen en diferencias surgidas a causa de la invasión que hacían algunos animales, en terrenos considerados bajo el dominio del Lic. Pérez Jiménez, padre del asesinado.

El señor don Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, perteneciente a una honorable familia que reside entre nosotros, fue cobardemente asesinado el sábado último en un punto cercano a la Hacienda de San Pedro, de la cual era encargado, siendo el propietario de ella el señor licenciado don Severiano Pérez Jiménez, padre del occiso.

Desde ayer circularon insistentes rumores sobre el crimen, el cual era relatado de distintas maneras, todas inciertas debido a que la familia Pérez Rulfo no tenía sino [ilegible] la noticia funesta de la muerte trágica del señor don Juan Nepomuceno, careciendo de toda clase de detalles sobre el asunto.

Uno de nuestros redactores tuvo oportunidad de saber algo relativo al caso y ocurrió [sic] a la casa habitación del señor licenciado Pérez Jiménez en donde desgraciadamente se le confirmó la noticia y se le dieron amplios datos que en seguida damos a conocer.

Jorge Luis Borges y Juan Rulfo, 1973. Fotografía de Rogelio Cuéllar.

Dos pesos fueron la causa aparente del crimen

La Hacienda de San Pedro está situada en las cercanías de los pueblos de Tolimán y San Gabriel y su propietario como dijimos al principio de esta información es el señor licenciado don Severiano Pérez Jiménez.

Hace mucho tiempo que dicha pertenencia era administrada por Ambrosio Nava Palacios, en quien el señor licenciado Pérez Jiménez depositó toda su confianza, [ilegible] en completa libertad para todo lo que se relacionara con la labranza de la Hacienda.

Últimamente Nava Palacios, habiendo adquirido algún capital que indudablemente le produjo su trabajo como administrador de la Hacienda mencionada, dejó ese [ilegible] y aceptó el de Secretario del Ayuntamiento de Tolimán, que hasta la fecha desempeña.

Nava Palacios tiene un hijo llamado José Guadalupe, [ilegible] de veinte años, vicioso y pendenciero que hasta la fecha no tiene oficio ni beneficio, dedicándose [ilegible] y a organizar [ilegible].

El señor Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, habiendo contraído matrimonio, quiso dedicarse a las labores del campo y llevó una vida a la vez que tranquila, más o menos fructífera, para la cual se hizo cargo de la Hacienda de su padre, dejando como su residencia la población de San Gabriel, y yendo constantemente a inspeccionar los trabajos de la finca.

Desde en tiempos en que Nava Palacios administraba la Hacienda tenían serias dificultades con algunos propietarios de ganado, quienes no respetando límites ni valladares, dejaban que sus animales pastaran en terrenos de la Hacienda de San Pedro.

Al darse cuenta el señor don Juan Nepomuceno de estos perjuicios que redundaban en contra de sus intereses, puso todos los medios necesarios a fin de evitar pacíficamente estas tropelías, habiendo logrado que la mayor parte de los dueños de ganado pusieran el remedio.

Solamente Nava Palacios se mostró rebelde para impedir que sus animales siguieran metiéndose a terrenos de San Pedro, no obstante los favores recibidos del señor licenciado Pérez Jiménez, lo que hace suponer que tenían algunos deliberados propósitos de perjudicar sus intereses en cualquier forma.

El señor Juan Nepomuceno Pérez Rulfo, en vista de que no conseguía que el ganado de Nava Palacios dejara de destruir sus sementeras, dispuso que fuera encerrado en un corral de la Hacienda todo animal que sin la autorización correspondiente, fuera encontrado en terrenos de ella, y que se exigiera a los dueños del ganado el pago de un peso por cada semoviente que se devolviera después de haber sido encerrado.

El crimen

El sábado citado, día dos del corriente mes como a las ocho horas el joven José Guadalupe Nava Palacios se presentó en estado de ebriedad en la Hacienda de San Pedro, enviado por su padre el actual secretario del Ayuntamiento de Tolimán, para que le fueran devueltas dos reces de su propiedad y que el señor Pérez Rulfo tenía encerradas en un corral de acuerdo con sus disposiciones.

Cuando Nava Palacios fue advertido de que debería pagar dos pesos para que sus animales fueran devueltos, se disgustó algo y se negó a cubrir dicha suma, diciéndole al señor Pérez Rulfo que volvería luego de que su padre dispusiera lo consecuente, saliéndose inmediatamente de la Hacienda y tomando el camino de Tolimán, no sin antes haber echado algunas bravatas que fueron oídas por algunos mozos de la Hacienda.

Poco antes de llegar Nava Palacios a un río que está cerca de la Hacienda y que se llama Río de San Pedro, hizo un disparo al aire con una pistola que llevaba aparte de una carabina que también portaba su cabalgadura, siguiendo su camino sin más [ilegible] hasta llegar a una taberna, en donde probablemente estuvo tomando más vino y meditando el plan que pocos momentos después puso en práctica.

Pasarían treinta minutos desde que Nava Palacios se despidió en la Hacienda de San Pedro, cuando el señor Pérez Rulfo tomó el mismo camino que siguió Nava Palacios, con el fin de dirigirse a un rancho de su propiedad denominado El Nacaxtle. Lo acompañaba un mozo y los dos iban en buenas cabalgaduras llevando pistola y carabina.

El señor Pérez Rulfo llegó a la taberna indicada y ahí se encontró con Nava Palacios a quién le preguntó que si no había visto un buey de su propiedad.

Nava Palacios en aparente calma y buena armonía le contestó que no había visto nada y que si gustaba lo acompañaría algún rato, ya que iban por el mismo rumbo.

Aceptada la compañía de Nava Palacios por el señor Pérez Rulfo, salieron ambos de la taberna, seguidos por el mozo de este señor, llamado Tiburcio Orozco, hasta llegar a una vereda encajonada y estrecha que formando curva y declive conduce al Arroyo Seco, por donde forzosamente tenían que pasar.

Se consuma el delito

El mozo Tiburcio Orozco por indicaciones de su amo, se adelantó a éste y a Nava Palacios para abrir una puerta que está situada al [ilegible] de la vereda.

El señor Pérez Rulfo, muy ajeno a lo que iba a acontecer y creyendo que su acompañante iba en son de paz y amistad, no opuso ninguna objeción al serle dejada la delantera por Nava Palacios, ya que en esa vereda no se puede caminar sino uno tras otro.

En los momentos en que el mozo abría la puerta, distante como veinte metros de donde se encontraban el señor Pérez Rulfo y Nava Palacios, éste, que ya había madurado su criminal proyecto, colocado detrás del señor Pérez Rulfo y a muy poca distancia, le apuntó muy bien con la carabina disparándole un certero balazo que hizo su entrada en el cerebro y atravesando el cráneo, salió por la extremidad de la nariz, dejando instantáneamente sin vida al señor Pérez Rulfo.

Cuando el mozo se dió [sic] cuenta de la detonación, creyó que se trataba de alguna emboscada, pues pocos días antes el señor Pérez Rulfo recibió aviso de que se le quería asesinar, pero al ver que Nava Palacios  [ilegible] detrás de un árbol disparaba en su contra, echó a correr, llegando por otro camino a la Hacienda a dar pauta de lo ocurrido al señor Juan Robles, actual administrador de ella.

El señor Robles dio parte inmediatamente a las autoridades de [ilegible] siendo recogido el cadáver del señor Pérez Rulfo y llevado a la Hacienda de San Pedro.

Posteriormente fue inhumado en el cementerio de San Gabriel, a esta población llegó el cortejo fúnebre a las cinco horas y media del día siguiente, habiendo salido de la Hacienda a las veintiuna horas del día de los hechos.

El señor Pérez Rulfo deja un hogar vacío, compuesto por su esposa y de cuatro niños, que en triste orfandad, lloran al igual que todos los demás de la familia Pérez Rulfo, la trágica desaparición de un hombre útil, joven y trabajador.

El señor Lic. don Severiano Pérez Jiménez y su familia han recibido incontables muestras de sincera condolencia de parte de sus amistades.

El asesino, según fuimos informados, se pasea tranquilamente sin ser molestado en lo más mínimo.