Revueltas-Moncayo: entre redes y bosques

Por: Roberto Estrada (@robertoestrada0)

Silvestre Revueltas y José Pablo Moncayo se harán presentes en un concierto que la Orquesta Sinfónica Juvenil de Zapopan (OSJZ) ofrecerá en el Centro Cultural Constitución, el 15 de noviembre, a las 20:00 horas y en la Sala 2 del Conjunto de Artes Escénicas de la UdeG, el 16 de noviembre a las 20:30 horas.

Entrevistado al respecto, Rodrigo Sierra Moncayo, director de la OSJZ, quien en esta ocasión compartirá la batuta con Román Revueltas, anticipa a Reverso que “es un programa muy interesante en términos sonoros, tímbricos, espaciales, porque son dos compositores que manejaron herramientas orquestales muy depuradas. Dos de los orquestadores más importantes que ha dado este país”.

¿Hay algo que entrelace a las obras temática o musicalmente?

No sé si se entrelazan, pero comparten varios elementos en común. Tienen cerca de 30 años de diferencia entre unas y otras. Sabemos por ejemplo que José Pablo Moncayo en su Huapango utiliza casi citas textuales de temas populares, y en algún momento Silvestre Revueltas también lo hace, en una tendencia de lo que conocemos como el indigenismo, que también fue usado por José Rolón y Carlos Chávez, así como otros compositores de la primera mitad del siglo XX. Pero lo que podría ser el hilo conductor de estos dos compositores va en términos de la orquestación, y de cómo tratan el material. Tienen una capacidad impresionante de desarrollo.

¿Son estas obras de las más significativas del repertorio musical mexicano?

Definitivamente sí. Junto con obras como Sones de mariachi de Blas Galindo o con los danzones de Arturo Márquez, Sensemayá, es la obra más programada de Silvestre Revueltas, y creo que de las más logradas.

El clarinetista Charles Nath, me comentaba hace unos días que él piensa que es una de las cien mejores obras escritas en el siglo XX, lo cual tal vez sea mucho decir, porque compartiría la lista con la La consagración de la primavera, con el Pierrot lunar, y otras creaciones estratosféricas como esas. Pero sí, Sensemayá está a la altura de cualquier obra de los grandes compositores del siglo XX, al menos de la primera mitad.

En cuanto a Moncayo, estamos programando por lo menos dos de las últimas obras que escribió o de mayor madurez, que son Tierra de temporal y Bosques, las cuales representan dificultades rítmicas muy importantes, de ensamble y de concepción del fraseo. Es también de lo más logrado en él.

Orquesta Sinfónica Juvenil de Zapopan. Foto: Héctor Ortega

¿Cree que en su momento estas obras tuvieron la aceptación o el impacto que tienen hoy?

Cuando se estrenaron era un México muy distinto al que vivimos hoy. Bosques está fechada en 1954, pero se estrenó después. La gente estaba mucho más acostumbrada a ir a la salas de conciertos y no eran tan impacientes. Hoy en día una pieza de tres o cuatro minutos nos parece eterna. En aquel entonces ir a un concierto de hora y media o dos era lo más normal. No es porque la calidad no sea de primer nivel, sino por cómo perciben las personas hoy la música. Así que las orquestas tenemos la tarea de sensibilizar al escucha y atrapar su atención.

Pero estas piezas son tan variadas, tan ricas y con tantos contrastes, que es difícil perder el interés por ellas. A la pregunta de si habrán tenido en aquel entonces un enorme impacto, yo creo que sí. Porque quien escucha Sensemayá no puede salir ileso. Quien escuche Redes, difícilmente no podrá empatar alguna de las sensaciones y emociones de lo que nos comparte Revueltas a través de su música. Entonces el impacto se vuelve atemporal, se vuelve efectivo, porque son obras extraordinarias.

Pero ya que fueron creadas durante el nacionalismo, ha cambiado la percepción que se tiene de ellas porque la sociedad es diferente.

Sí. El nacionalismo, ya alrededor de la década de los treinta que es el periodo más importante de producción de Revueltas, responde a las necesidades de una sociedad por emanciparse de los cacicazgos como parte de las promesas de la Revolución mexicana. Se establecen instituciones, y entonces el México nuevo tiene que reinventarse y crear su propia identidad, y la crea a través del arte, de las letras, de la pintura, de la danza, de la música. Así que estas personas jugaron un papel fundamental en redefinir quién era México. Y no nada más para nosotros, sino para el mundo. Es decir, de estos colores es México, a esto sabe y a esto suena. Eso es lo que quizá quería decir el establishment entonces, a diferencia de lo que hoy los artistas han tratado de reflejar, que es algo no tan fantasioso, tan mítico y místico, sino algo totalmente real de qué es México.

Revueltas tiene una manera muy particular de hacerlo, porque él refleja la parte sarcástica, sardónica del mexicano, la parte ominosa. En cambio, Moncayo casi siempre retrata la naturaleza como la percibe. Aquí no es tanto el mexicano, sino el todo.

Orquesta Sinfónica Juvenil de Zapopan. Foto: Héctor Ortega

Es un México bucólico que no existe ya.

Que cada vez está más reducido. Uno tiene que adentrarse más y más para hallar ese tipo de belleza como la que encontramos en los pasajes lentos de Bosques, que es una cortina inmensa de árboles, el campo, el frescor, los animales. Es parecido a la nostalgia que nos da la Pastoral beethoveniana.

Pero a diferencia de lo contemplativo que pueda ser Moncayo, con Revueltas está un México que tiene que ver más con lo político y social, y con una crítica al sistema, tal como lo hacía su hermano José Revueltas en su literatura, y que tal vez no se pueda comprender tan fácil.

Sí. Habría que leer bien a José Revueltas para entender la percepción del otro México. Uno descarnado, de uno que como dijo Octavio Paz, viene arrastrando las cadenas de la opresión y de la Conquista. De qué es lo que con ello le resulta al mexicano, que se convierte en una especie de bastardo, que es y no es, que no sabe a dónde pertenece y a quién rezarle, atrapado en su sufrimiento.

¿Hay compositores mexicanos en la actualidad que reflejen al país de una manera tan profunda y significativa?

Me gusta mucho usar el ejemplo de Arturo Márquez. A él un grupo de artistas que se llaman vanguardistas, lo critican y dicen que todo en él es danzón. Para empezar, Arturo no necesita el permiso de nadie para componer, y aparte lo hace bien. Hace muy buena música, y es lo que le gusta. Está bien orquestada, es atractiva, y ha logrado cosas muy interesantes y lindas como su concierto para clarinete o el de cello. Finalmente eso también es México. Porque siempre nos estamos debatiendo si deberíamos ser vanguardistas como los europeos. Si nuestros compositores deberían escribir como Luciano Berio o como György Ligeti.

Si vamos a una plaza y encontramos a un grupo de personas bailando danzón –que a mí me parece que es fascinante– podemos apreciarlo y aprender de ellos. Pero si alguien escribe un danzón sinfónico ya no vale porque ya no está a la vanguardia, o se va por el camino fácil entre comillas, por ser tonal.

Orquesta Sinfónica Juvenil de Zapopan. Foto: Héctor Ortega

Lo más importante es la honestidad y franqueza con la que se escribe. Toda vez que algo sea dicho en serio, de verdad y de la manera correcta, será totalmente válido, independientemente del lenguaje que utilice.

Entonces, me parecen tan válidas las danzas de Jorge Torres como las sinfonías de Alfredo Ibarra, las óperas de Daniel Catán como las óperas de Mario Lavista, como los danzones de Arturo Márquez. Porque es música absolutamente estudiada, pensada y escrita en la convicción de lo que el autor quiere decir.

Así que algo como el nacionalismo ya no pasará, porque es una época que ya no existe, y porque no podemos tener esta especie de posromanticismo que fue el nacionalismo en el que se ensalzaba lo que no sabíamos si se quería ensalzar. Hoy habría que buscar como sociedad a dónde vamos, para qué vamos y qué papel tiene la música en todo eso.