Por: Roberto Estrada (@robertoestrada0)
Al bajar un par de metros de la superficie del suelo nos recibió la somnolienta penumbra, la pretérita humedad y el viejo aire infecto atrapados en el pasado de las ruinas. Palpamos la anciana y resignada piedra, buscando expectantes y asombrados, entre sus rugosidades y cicatrices una imagen, como ciegos leyendo una fantástica descripción pictórica en Braille. En ese espacio de lóbrego silencio y tiempo encapsulado no sólo penetramos la tierra; habíamos entrado a la historia de la ciudad de Guadalajara. Sobre nuestras cabezas estaban los arcos de El Puente de las Damas, construido alrededor del año 1796.
Reverso realizó un recorrido con el investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Ignacio Gómez Arriola, en los vestigios arqueológicos de El Puente de las Damas, que se ubican en el subsuelo de la calle Colón, casi en la esquina de la avenida La Paz, en lo que es el barrio de Mexicaltzingo, a unas cuadras de Las Nueve Esquinas.
Este puente del periodo colonial, tuvo en su momento la función de unir Mexicaltzingo, que era una comunidad netamente indígena con la Guadalajara criolla que se encontraba del otro lado del arroyo El Arenal. A su vez, en la actual calle Colón, se hallaba el Camino Real a Colima, que era una ruta de comercio hacia el sur y la costa de lo que se conocía como el Reino de la Nueva Galicia.
Aunque en los archivos municipales existen datos y planos que constatan la existencia de El Puente de las Damas, éste se fue olvidando y estuvo tapado casi un siglo, pues la barranquita que era el cauce del arroyo (lo que actualmente coincide en gran parte con la avenida La Paz) junto con el puente, fueron rellenados entre finales del siglo XIX y principios del XX con tierra y escombro para dar paso a la modernidad de hacer calles y ampliar la ciudad.
En el libro El Puente de las Damas (2007), de Enrique Ibarra Pedroza, actual Secretario General del Ayuntamiento de Guadalajara, dice que “Mexicaltzingo nació como un pueblo donde se concentró la población indígena y durante muchos años permaneció separado de Guadalajara; entonces era considerado el ‘arrabal’ de la ciudad por encontrarse en las afueras de ella. Fue hasta fines del siglo XVIII que el crecimiento de esta última permitió que ‘la mancha urbana se encontrara al sur con el pueblo de Mexicaltzingo’, y éste se convirtiera en un barrio de Guadalajara”.
Es de ese contexto donde surge el nombre del puente, ya que Ibarra Pedroza apunta que la idea más aceptada por los historiadores es que el puente “fue una obra patrocinada y alentada por las damas pudientes de la ciudad”.
La motivación para tal iniciativa era que “con los constantes aluviones del arroyo El Arenal no podían realizar sus cotidianas visitas de veneración al Señor de la Penitencia en el templo de Mexicaltzingo, o tenían que cruzar el vado saltando entre las piedras, con las consabidas molestias de cuidar el calzado y los largos y abultados vestidos que dificultaban el cruce de dicho arroyo, lo mismo que prevenir una caída. Otra razón es que la servidumbre de las señoras de sociedad de Guadalajara provenía principalmente de Mexicaltzingo y en la época de lluvias, al aislarse el barrio, era frecuente que incluso por varios días carecieran del servicio”.
Pero al parecer, ellas solas no costearon el puente, ya que dice Ibarra Pedroza que según algunos historiadores, formaron la Congregación de Damas del Señor de la Penitencia de Mexicaltzingo, con la cual y con la venia eclesiástica, realizaron “colectas económicas en el templo, en los establecimientos comerciales y en la vía pública”. Al final –continúa Ibarra Pedroza–, el puente acercó la Guadalajara criolla con el pueblo mestizo de Mexicaltzingo: “El puente sirvió para unir, no para dividir”.
Ya varios años antes diferentes estudiosos se habían ocupado del asunto, consultando fuentes escritas y realizando exploraciones subterráneas. Desde los años cincuenta El Puente de las Damas ha sufrido algunas alteraciones y roturas para introducir colectores y acueductos en la zona, y que señala Gómez Arriola se hicieron “sin consideración” alguna, lo que resultó en que tenga “tres cortadas longitudinales” en su estructura original que consta de 5 arcos de cantera “muy bien labrados”.
Aunque todavía no se ha hecho una medición precisa y definitiva de sus dimensiones, se calcula que tiene una longitud aproximada de 40 metros, y una anchura de alrededor de 10 metros. Su altura depende del área más profunda que tenía la barranquita, pero tan sólo en la excavación inicial se tienen cerca de tres metros. De acuerdo a Gómez Arriola, el puente aún se conserva casi en su totalidad original.
Anteriormente ha habido intentos para rescatar el puente, pero o no han contado con el interés de los gobiernos en turno, o han sido proyectos demasiado ambiciosos presupuestalmente para llevarlos a cabo. En cierta medida eran “utópicos”, señala Gómez Arriola, dado que contemplaban comprar las fincas aledañas y sacar a la superficie todo el puente y la barranquita, pero aun así, “fue un buen intento que sirvió para mantener la atención” en las ruinas.
Sin embargo, con los recientes trabajos de rehabilitación de calles que en la zona ejecuta la Secretaría de Infraestructura y Obra Pública, Gómez Arriola señala que se puso a la vista de nuevo el puente, y se aprovechó para realizar trabajos preliminares.
“Se vio la oportunidad de algo que es valioso para la ciudad, que es recuperar su memoria histórica, en este caso del puente, uno de los últimos puentes coloniales, y la memoria de la ciudad indígena y la ciudad criolla que estaban buscando una relación”.
De inicio, las labores se están centrando en “hacer la liberación de la arena con que se tapó el puente, y la recuperación de los vestigios que pueden aparecer en este relleno (había paso de recuas de mulas y caballos y se han encontrado herraduras y cerámica), para liberar los cinco arcos. En el cuarto arco existe una galería transversal que hace la conducción del arroyo El Arenal, de cuadra a cuadra”.
La novedad con la actual intervención del INAH en el puente, es que se pretende que para el 14 de febrero, fecha en que se celebran 475 años de la fundación de Guadalajara, se presente un proyecto de restauración y rescate a efectuarse en los meses posteriores, el cual tiene “el objetivo de hacer aquí una plazoleta con ventanas arqueológicas para observar hacia abajo, y que tal vez hubiera un acceso controlado para hacer una visita turística”.
Ello reactivaría a la vez otras zonas del Centro Histórico de Guadalajara, y no sólo daría "la posibilidad a la ciudad de tener una ventana al pasado colonial, a través de estos vestigios y que pudiera ser eventualmente un polo de atracción turística”, sino que también “se puede vincular con los trabajos que se hicieron de recuperación de Las Nueve Esquinas, en Mexicaltzingo donde se demolió el mercado para dejar la plaza. Entonces podemos tener un eje que va por las calles Colón y Pedro Loza, hasta llegar al Santuario, que desearíamos que fuera peatonal y pudiera ser un paseo por la ciudad”.
Lograr preservar El Puente de las Damas conlleva una gran responsabilidad e importancia arqueológica para la ciudad, dado el innumerable patrimonio arquitectónico que ha sido devastado por la ignorancia e ineptitud de gobiernos y habitantes, y hasta de académicos. Basta recordar el caso del edificio neoclásico que se encontraba frente al actual Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara, que poseía similares características que este último, pero que fue derrumbado –y de madrugada, como un acto vandálico– por órdenes del ex rector de la UdeG, Jorge Enrique Zambrano Villa, a inicios de los años ochenta, para impulsar el actual y “moderno” Edificio de Rectoría.
Gómez Arriola señala que “la ciudad de Guadalajara ha tenido un proceso de amnesia. Ha sido tan acelerado el proceso de desarrollo desde los años cincuenta hasta la actualidad, que se olvidó el pasado. En los cincuenta se hicieron ampliaciones de calles, se hizo la Cruz de Plazas, y el vestigio histórico no les llamó la atención. Lo que querían era tener una ciudad moderna, y sobre esa línea aún padecemos esa dinámica, donde sólo importa hacer torres aunque se destruyan fincas patrimoniales, y esto sigue adelante. La conciencia colectiva en cuanto a que esta ciudad tiene casi quinientos años, se disipó, se evaporó”.
Es aquí donde Gómez Arriola cree que se puede dar un punto de quiebre en ese olvido y descuido de Guadalajara.
“Si logramos hacer lo que nos proponemos y si las autoridades, desde el gobernador para abajo, son sensibles a este tema, es una ventana al pasado colonial, que esta ciudad amnésica requiere necesariamente. Hay que volver a vincularla con su pasado, porque no se va a valorar su patrimonio, si no tenemos esas fuentes de unión, y esta es una gran oportunidad, con una buena señalética interpretativa que nos diga la historia, que reconozca la ciudad, y con la posibilidad de ver, con la idea de recuperar la memoria, que es lo que está guiando todo este trabajo".
Ya que el INAH sólo está encargado de hacer la supervisión de los trabajos, Gómez Arriola dijo desconocer el monto del presupuesto que sería indispensable para rescatar El Puente de las Damas, porque “eso le corresponde al gobierno del Estado, y por eso quisiéramos que el gobernador fuera sensible y que aprovechara esta gran ocasión”.
En cuanto a la falta de memoria, ¿Por qué no se hizo también un proyecto de conservación con las galerías o túneles que se hallaban frente a la Plaza de Armas, y que salieron a la luz en 2015 con las actuales obras de la Línea 3 del Tren ligero, pero que fueron destruidos?
En el caso del tren ligero, que es un proyecto de nivel federal, cuando aparecen ese tipo de vestigios, lo único que ven es un estorbo, y buscaron el modo de deshacerse de esas galerías del siglo XIX, unas de agua, otras de drenaje. En las leyendas urbanas siempre se ha hablado de los túneles de Guadalajara, en los que se metían los cristeros, y sí fue cierto, sí existen, pero si los vamos eliminando, con estas obras públicas de gran envergadura, pues va a quedar simplemente en leyenda. Ahí visualizamos que podía haber la misma oportunidad que aquí, que se entrara a los túneles como parte de un atractivo cultural y turístico, pero fueron insensibles quienes tomaron esas decisiones al autorizar las obras.
¿Hubo alguna recomendación de ustedes en tal caso?
A nivel de nosotros, Sección de Monumentos Históricos del Centro INAH Jalisco, dijimos que se tenía que preservar. A nivel más alto decidieron que no. La responsabilidad es de los que decidieron que no valía la pena conservarlo.
¿Todavía existen parte de esos vestigios de las galerías?
Lo único que hicieron fue cercenar la parte por donde pasa la avenida 16 de septiembre, pero continúan transversalmente. Todavía hay una que pasa por Pedro Moreno hasta llegar a San Juan de Dios, otra en el Ex Convento del Carmen y otra en El patio de los ángeles, visitables, y otra no visitable en el Instituto Cultural Cabañas. También una en El Puente de las Damas que llega hasta el río San Juan de Dios. Ojalá las autoridades sean sensibles a que ésta sí se recupere.
¿Existe un plan para recuperar todas esas galerías?
No hay ningún plan, ni proyecto o iniciativa. Que si vale la pena, sí. Y esto podría despertar ese interés. En Puebla por ejemplo, el gobierno del Estado acaba de inaugurar el rescate del Puente de Bubas, con iluminación y señalética. Es un atractivo turístico que ya se puede visitar. Aquí tenemos esa posibilidad. Quisiéramos que se viera la importancia de hacer ese rescate del puente más la galería.
¿Qué le pasa a la identidad de una ciudad cuando hay amnesia y desinterés en su arquitectura histórica?
Es lo que heredamos del pasado. Ha habido un proceso de ruptura, entre la sociedad y su patrimonio que inició en el siglo pasado en los años cincuenta. Ese divorcio ocasionó que se fuera abandonando el centro para funciones de tipo habitacional, por las comerciales o de servicios. Lo ideal es volver a encontrar el matrimonio con la sociedad; que otra vez estén vinculados y que la gente se reconozca. Muchos no se reconocen porque viven en las periferias y no les dice nada. Estas obras pueden propiciar que se sientan parte, y si la sociedad se involucra sería difícil que se perdiera el patrimonio.