Por: César Octavio Huerta (@zorrotapatio)
¿Quién nunca ha experimentado la sensación de subirse a una bicicleta y sentirse libre? ¿Quién no ha observado las caras largas de los automovilistas al ser rebasados por una bicicleta mientras ellos se quedan atorados en el tráfico? ¿Cómo no dejarse envolver por el viento fresco que se respira cuando pedaleando la ciudad descubrimos calles, rostros: paisaje urbano?
Curiosamente, el día mundial de la bicicleta nació por la experiencia alucinógena de Albert Hofmann, el creador del LSD. A este científico (que murió a los 103 años de edad) un día como hoy pero de 1943 se le ocurrió ingerir 250 gramos de LSD-25. Después de ello, montó su bicicleta y salió a dar un paseo, el cual resultó literalmente un viaje sideral y psicodélico.
Al entrar en contacto con la luz del sol y el paisaje de la naturaleza, Hofmann experimentó una sensación única. Según relata en sus informes: “Poco a poco empecé a disfrutar una serie sin precedente de colores y formas jugando persistentemente detrás de mis ojos cerrados. Imágenes fantásticas surgían, alternándose, variando, abriendo y cerrándose en círculos, explotando en fuentes, reacomodándose e hibridizándose en un flujo constante”.
Desde entonces, el viaje de Hofmann quedó enmarcado en la historia. Y el usar la bicicleta se relacionó como una experiencia liberadora: sensorial.
Hoy 800 millones de personas andan en bicicleta por el mundo. Muchos piensan que usar este vehículo no motorizado es asumir una actitud rebelde ante un mundo regido por la “dictadura del auto”, la cual se resume en accidentes mortales, gastos estratosféricos en obras para moverse tres segundos más rápido en medio del tráfico, además de mucha contaminación.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano describe bien la bicicleta en su viñeta “El derecho a la alegría”: es “el medio de transporte más barato, sin contar las piernas, y no envenena el aire, ni contamina el silencio, ni tapona las calles. Si hubiera carriles, el país ahorraría petróleo y mucha gente ahorraría pasajes y se liberaría del tormento de los ómnibus repletos”.
Cada uno de nosotros puede experimentar el poder psicodélico de la vida dando una vuelta en bicicleta. Basta con idear una ruta, tomar este artefacto de dos llantas y salir a la calle. Es decir, darse cuenta que ante nuestra mirada, al igual que en la de Hofmann, pueden desplegarse “la tierra y la belleza de la naturaleza como era cuando fue creada”.