Por: Roberto Estrada (@robertoestrada0)
En la parte superior de uno de los muros de la Capilla Brancacci, de la iglesia de Santa María del Carmine, en Florencia, Italia, se halla una de las pinturas más famosas de Masaccio. Ese fresco llamado La expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal (Cacciata dei progenitori dall’ Eden), que pertenece al temprano Renacimiento, muestra a Adán y Eva completamente desnudos, caminando afuera de la puerta del Paraíso, del que son arrojados por un ángel con túnica roja y con su espada en alto.
Eva se cubre el pecho y los genitales, y en su rostro se refleja un grito atormentado. A su lado, Adán oculta avergonzado el rostro entre sus manos, con el vientre contraído y la espalda encorvada. Su agonía es terrible porque han tomado conciencia de sus errores y de su realidad.
Esta pintura es retomada en algún momento por los personajes de la obra teatral Clausura del amor, y quizá de alguna manera define hacia dónde se dirigen ellos mismos. La puesta en escena –de la agrupación La Nada Teatro– inicia temporada el próximo primero de febrero, y continúa hasta el día 23 del mismo, en el Estudio Diana, los días jueves y viernes a las 20:00 horas. El texto de Pascal Rambert es interpretado por los actores Andrés David y Erandi Rojas, bajo la dirección de Miguel Lugo.
Para el mismo Lugo, el texto de Rambert determina la suerte de sus protagonistas al decir que en el cuadro de Masaccio Adán y Eva fueron “expulsados del paraíso para entrar a la vida cotidiana”.
Esa mundanidad de que trata Clausura del amor, es el rompimiento de una pareja. El quiebre inevitable de una relación que ya ha desgastado sus posibilidades de entendimiento, de razonamiento y negociación, para traspasar la línea sin retorno de la iracunda explosión y el reproche absoluto hacia el otro, para convertirlo a toda costa en el objeto culpable del propio hastío; en el receptáculo auditivo de todo el resentimiento contenido.
Se asiste aquí a un encuentro donde los personajes, a través de la exacerbada palabra van desgarrando, descosiendo todo aquello que los había entretejido, para encontrar quizá el desahogo introspectivo, y el individual camino.
Para Erandi Rojas el reto de este montaje es que “está basado en el texto mismo, más que en las acciones o en las tareas escénicas. Asumimos las posturas de estos dos personajes que de alguna manera, no son ajenos porque todos hemos estado en una relación que se termina”.
Por su parte, Andrés David, dice que “es muy compleja de actuar porque, el texto está muy bien escrito, y el reto es poder llevar toda la serie de matices, que son sutiles y tienen que estar muy bien trabajados para que pueda caer de manera contundente, precisa”.
También, dice que esta es una obra polisémica y polifónica, que a través de una dramaturgia actual permite plantearla y crear con libertad, para que pueda funcionar mejor con respecto al auditorio.
David hace énfasis en que es el mismo Rambert quien menciona el privilegio que tiene la palabra: “él decía que escribía para voces, no para historias. Y así lo abordamos, desde una voz, no un personaje propiamente”.
En cuanto al valor artístico que pueda tener esta obra teatral, por encima de lo habitual que pueda resultar el tema propuesto, Erandi dice que “su valor radica en la universalidad que tiene. Hablar del amor y el desamor es común y recurrente. En medio de eso está la ruptura. El texto plantea ese punto intermedio. Su riqueza o su poder radica en la familiaridad que cualquier espectador puede encontrar en el texto”.
Andrés a su vez, reitera que la valía del texto “es regresar el teatro a su esencia oral, a cómo manejar las palabras. Rambert le da privilegio a las palabras con dos personajes que están destruyendo las palabras, destruyendo el discurso, porque no tienen la capacidad ya de construir por su nivel emocional, un discurso que sea salvable”.
Sobre el porqué la elección del texto, Miguel Lugo señala que es por “la posibilidad dramática. Regresar a lo básico. Donde el peso del trabajo recae en la palabra y cómo está abordado ese discurso, más que en lo físico o en la parte visual. Este es un teatro del escucha, es un teatro del texto. Y esa posibilidad que nos ofrece, en este caso desde la dirección de cómo aterrizar el discurso en el cuerpo del actor”.
Lugo dice creer “en el poder catártico que tiene el texto, en la oportunidad de identificación en diversos niveles. El texto puede detonar varias emociones en el espectador. Porque Clausura del amor es una mirada, un vistazo violento, pero al mismo tiempo amoroso y tierno, sobre lo que une o desune a estas personas”.
Al final, imaginando qué sucede después de una clausura amorosa, y remembrando a Masaccio, pregunto a Erandi a dónde es que va uno. Su respuesta es tan obvia y simple: “A buscar otro paraíso”.