Por: Paola Campbell (@paocampbell)
El poeta mexicano Enrique González Rojo se hizo acreedor del Premio Nacional de Artes 2018, sin embargo, se negó a aceptarlo debido a que sería entregado por Enrique Peña Nieto.
Así lo anunció la noche de este miércoles su hijo, Guillermo González Phillips, mediante una publicación en Facebook, quien reconoció la congruencia de su padre.
Enrique González Rojo nació en la Ciudad de México el 5 de octubre de 1928. Nieto de Enrique González Martínez -considerado una de las figuras más prominentes del modernismo de principio del siglo XX- , y con un padre escritor, desde muy pequeño estuvo inmerso en la escritura y los libros.
En 1959 obtuvo el grado de maestro en filosofía y toda su vida la ha dedicado a la literatura, la filosofía y la militancia política.
Hoy, con 89 años de edad y varios premios de poesía en su haber, como el Xavier Villaurrutia y el Benemérito de las Américas, González Rojo puede presumir de una sólida obra filosófica
El poeta Andrés Cisneros de la Cruz describe a González Rojo como un poeta cuya “manera de ejercer el lenguaje coloquial, acentúa el simbolismo de cada palabra escrita en el aro de fuego que es un poema y que da como resultado textos que parecieran tapices arrancados de ésta, nuestra realidad mutable…”
Aquí te compartimos algunos de sus poemas:
La clase obrera va al paraíso
Una vez me enamoré de una trotskista,
Me gustaba estar con ella
porque me hablaba de Marx,
de Engels, de Lenin,
y, desde luego, de León Davidovich.
Pero, más que nada
porque estaba en verdad como quería.
Tenia las piernas más hermosas de todo el
movimiento comunista mexicano.
Sus senos me invitaban
a mantener con ellos actitudes
fraccionales.
Las caderas, que eran pequeñas, redondas,
trazadas por no sé qué geometría lujuriosa
lucían ese movimiento binario
que forma cataclismos en las calles populosas.
Un día, cuando
me platicaba que:
«Lenin había visto con lucidez
que la época de los dos poderes llegaba a su fin»,
yo le tomé la mano;
ella continuó:
«pero el problema básico
era la concientización de los soviets».
Yo no despegaba los ojos de sus senos.
Un botón de audacia –meditaba–
y me vuelvo un hombre rico.
Y ella proseguía:
«había que reforzar el papel de la vanguardia».
No me pude contener
y la estreché a mi cuerpo
con la boca de cada poro mío
buscando otros iguales en su carne.
Y ella: «Lenin había previsto que...»
Y yo ataqué el botón de su camisa
y me puse a jugar con la blancura.
Y mi trotskista, con la voz excitada:
«los mencheviques estaban
en minoría ya en los consejos».
Y yo, con decisión,
le fui subiendo poco a poco la falda,
como quien deja de hablarle de usted a un ángel.
Se hizo un silencio.
Un silencio para disfrutar
del pequeño burgués abrazo
que abre la toma del poder por el orgasmo.
En un hotel
En un hotel de mala muerte
puede ocurrir un milagro.
Puede un poeta un gran poeta
tomar a Beatriz del talle
pagar una módica suma por un cuarto
subir los escalones respirar muy hondo
y entrar al cielo.
En un hotel de mala muerte
pueden Dante y Beatriz
destruir a dentelladas el amor platónico
pueden llenarse de insectos azulísimos los ojos
salir a cazar tacto salvaje
y sentir la noche oscura del cuerpo
incendiada de cocuyos.
Pueden hacer a un lado la historia los tercetos el
cristianismo
pueden verse provocativamente
correr a toda velocidad hacia sus manos
lanzarse al precipicio de la cama.
En la silla la ropa descarnada de los dos
se confunde.
Las mangas de la camisa
rozan lujuriosas el corpiño y las medias.
La camiseta enredada en las bragas
alcanza una alta cifra de excitación
y en los pantalones que cabalgan en las faldas
es posible escuchar
los jadeos de la tela.
Beatriz siente de pronto en la epidermis
en el cuello en las piernas en la corteza cerebral
que a la vuelta de la sábana
tropieza con Ulises.
Que el beso incandescente
que le inflama los bordes del asombro
la convierten en Helena o Deyanira.
Que la eyaculación galáctica proviene de Hércules. 60
Que ella es Dulcinea
o que él es Quetzalcóatl
o que ambos o que ninguno
o que todos
están en esa cama
viviendo y encarnando los amores
terrenales
de Dante y de Beatriz
que en un hotel de mala muerte
pudieron
tras de pagar una módica suma por un cuarto
subir los escalones
respirar muy hondo
y entrar al cielo.