Por: Julián Atilano (@JulianAtilano)
El 11 de septiembre de 1973 las fuerzas golpistas de Augusto Pinochet derrocaron a Salvador Allende. Probablemente es uno de los sucesos más repugnantes en contra de la historia de la democracia. Tras el golpe de Estado en Chile su sociedad se fracturó, en muchos ámbitos esa división sigue siendo profunda y no sólo se observa en la vida cotidiana, también en su sistema político. Este tipo de grietas en una comunidad implica la dificultad de constituir grandes acuerdos y pactos.
En México, por ejemplo, una de las recientes rupturas en términos electorales sucedió en 2006; cuando el país se dividió entre el color amarrillo y el color azul. Dicho proceso se polarizó a partir de la estrategia de confrontación conocida como guerra sucia, orquestada desde la candidatura de Felipe Calderón.
Es cierto que los procesos electorales en México están plagados de tensiones y golpes bajos, pero ese año se quebraron ciertos códigos dentro de la clase política que les permiten reconocer el triunfo o la derrota. Esa polarización trascendió a la esfera política y generó descontento en amplios sectores de la sociedad que observan los procesos electorales como un ejercicio democrático, o cuando menos eso se difundió después de la alternancia electoral de 2000.
Es cierto también que el bienestar social no se reduce a los procesos electorales ni mucho menos todas las personas salen a votar –lo cual tiene múltiples interpretaciones-, pero dicho descontento fue más allá de la elección de 2006. El país entró en una extensa confrontación, muchas ciudades se militarizaron y la sangre corrió tan fuerte que manchó a toda la sociedad. Además, la violación a los derechos humanos en el país se fortaleció. Tan sólo en el sexenio de Felipe Calderón la tortura incrementó en mil por ciento, como se documentó en una reciente investigación de Alejandro Madrazo del CIDE.
Posteriormente, frente a la violencia y con la resaca mediática contra Andrés Manuel López Obrador, los principales consorcios mediáticos del país impulsaron la candidatura de Enrique Peña Nieto, tratando de ocultar la ignorancia en muchos aspectos del actual Presidente. Pero lo que es peor, la violencia continuó, así como la intolerancia y el desinterés gubernamental.
En 2016, el director de Amnistía Internacional México mencionó que “cada día hay más fricciones entre el gobierno mexicano y los organismos, al deslegitimar su trabajo, sus informes, a no prestar la atención debida a las cosas que se están haciendo”.
El hostigamiento y persecución a las personas que defienden los derechos humanos y a quienes ejercen el periodismo también se profundizó. En una investigación de Reporteros Sin Fronteras realizada en 2016 se mencionó que de los países con más asesinatos de periodistas, México se encuentra en el tercer lugar y en el primer lugar de América Latina.
En ese sentido, la grieta que existe entre la clase gobernante y la ciudadanía cada día es más profunda. Además, la opinión positiva de algunos sectores de la población hacia el actual gobierno ha cambiado. Este sector es sensible a los cambios que sufre la economía, por ejemplo, con la subida del precio de la gasolina también salieron a la calle grupos que usualmente no lo hacían.
A mediados de enero se publicó una encuesta donde Peña Nieto obtenía un 12 % de aprobación –válgame el eufemismo-. Dicho en otras palabras, no tiene la legitimad necesaria para gobernar y perdió el crédito a su palabra. Además, existe la idea que sitúa a Peña Nieto como una persona incapaz de hacer casi cualquier cosa. A pesar de lo exagerados que puedan ser los memes sobre Peña Nieto, la esencia del mensaje se transfiere: el presidente es inepto. Dicha idea no fue orquestada, la ignorancia no se puede ocultar.
Frente a esta situación se han ampliado las desventajas del gobierno mexicano para negociar con el gobierno de Donald Trump. Hay un renovado grupo político en Estados Unidos que no reconoce todos los acuerdos pactados entre el grupo anterior y el mexicano, pero tampoco ciertos principios en las negociaciones ya que se antepone el beneficio económico frente al político. Ante eso, la debilidad de Peña Nieto es una variable que juega en su contra para la negociación con el magnate estadounidense.
Aunque se comentó, desde la victoria de Donald Trump, que la animadversión de los mexicanos podría significar un pretexto para construir unidad –lo cual es cierto-, eso no implica que la grieta entre el gobierno y la sociedad esté cerrada.
Ante tal situación el pasado jueves vimos un hecho inaudito. Algunos liderazgos de la clase política, empresarial y religiosa se reunieron en un programa de Televisa llamado México en la Encrucijada para impulsar la idea de la unidad nacional. Nombres como Vicente Fox, Felipe Calderón, Enrique Krauze, Alejandro Ramírez Magaña, Héctor Aguilar Camín, Jorge Castañeda, Alfonso Miranda, Miguel Ángel Mancera y Eruviel Ávila tuvieron la voz.
Para quienes han seguido la historia política de México, todos ellos menos Mancera estuvieron en contra de la candidatura de López Obrador en 2006 y 2012. Es decir, en contra del personaje que actualmente está mejor posicionado en las preferencias electorales. También hemos observado que se han sumado -a ese artificial grito de unidad- algunos aliados del Peña Nieto, como es la Organización Editorial Mexicana (OEM); la cual aglomera 70 periódicos, 24 radiodifusoras, 43 sitios web y 500 espectaculares en todo el país (El Financiero, 2015).
En este punto es importante hacer una distinción entre el factor Donald Trump y el proceso electoral de 2018, ya que por un lado se observa la necesidad real de unidad de la población mexicana frente a al desafío que implica la llegada de Trump, pero por otro lado la conformación de un bloque opositor a López Obrador. En ese sentido, a dicho grupo le interesa tener a un presidente fuerte.
Sin caer en caricaturas políticas, ese gran pacto de unidad televisado fue posterior a la incorporación de Esteban Moctezuma al equipo del tabasqueño. Es decir, el ex secretario de gobernación de Ernesto Zedillo –adversario de Salinas de Gortari- y alto ejecutivo de Televisión Azteca hace alianza con López Obrador. Cabe recordar que dicha empresa de comunicaciones ha sido competencia de Carlos Slim, el magnate que también salió a pedir la unidad en México. En dicho juego de ajedrez será importante saber quiénes impulsan y con qué ímpetu el cierre de filas en torno a Peña Nieto o dicho de otra forma, ¿A quiénes beneficia la unidad nacional?
Es así que el panorama actual plantea un ejercicio constante de análisis, en donde cada día se modifica la estrategia en las elites políticas. En dicho escenario es donde la ciudadanía tiene que participar. Estamos en una crisis y frente a ésta es importante abrir el sistema político e impulsar o apoyar reformas democráticas. Estos grupos que se están disputando el poder no podrán ejercerlo sin el apoyo popular, tampoco la unidad se materializa únicamente con el llamado éstas elites. Es cierto que la unidad es importante pero como ciudadanía entremos a negociar, pongamos sobre la mesa los intereses comunes y el bienestar social. La grieta que vive el país no se cerrará con alternancias electorales.