Por: Jorge Gómez Naredo (@jgnaredo) /Polemón
16 de mayo de 2018.- Margarita Zavala, unos días antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, estaba echada para adelante. Hillary Clinton iba a ganar, y ella aprovecharía eso: si una mujer gobierna en Estados Unidos, ¿por qué no una en México?.
Según sus cuentas y las de su esposo, Felipe Calderón, tenía controlado el partido. Iría como candidata del PAN y derrotaría a Andrés Manuel López Obrador. Además, las encuestas, aunque la dejaban en un claro segundo lugar, no mostraban una ventaja tan amplia del tabasqueño. Podía revivir el famoso “haiga sido como haiga sido”. Y lo haría sonriente.
Margarita todo lo miraba con optimismo.
Pero nada le salió. Sorprendentemente, Hillary Clinton no ganó, y en su lugar lo hizo Donald Trump. Al poco tiempo, viendo la debilidad del matrimonio Zavala-Calderón, un joven y ambicioso Ricardo Anaya aprovechó la coyuntura para usar los recursos del partido y posicionarse como un “excelente” candidato. Zavala no supo qué hacer. Calderón tampoco.
Era evidente que Anaya, tan dado a las traiciones, iba a ir hasta las últimas consecuencias. Era él el candidato o no era nadie. A Margarita Zavala y al grupo de su marido los orillaron a salir del partido. No tardaron mucho: se fueron.
La vía independiente para Margarita Zavala era la única para contender. Ella pensaba, y Felipe Calderón estaba convencido, que reunir las firmas no iba a ser nada complicado. Le apostaban a una fuerza que no tenían: ni para colectar lo mínimo les alcanzó, y por eso recurrieron a irregularidades y firmas fantasmas.
Logró Margarita Zavala hacerse de la candidatura, pero disminuida. Destinada no solamente a ser derrotada, sino humillada. Ella y también su esposo.
A unos días de iniciada la campaña electoral, ya la batalla de Margarita Zavala y de Felipe Calderón no era por subir en la intención de voto, sino por encontrar a un candidato que les comprara una declinación de dimensiones mediáticas enormes.
Pensaron que Margarita subiría en las encuestas: digamos que le apostaron a estabilizarse en unos siete u ocho puntos porcentuales. Con esa intención de votos lograrían por declinar una tajada muy alta de cualquier candidato (excepto, claro está, de AMLO).
Pero Margarita cayó abruptamente. Conforme pasó el tiempo, sus votos y su declinación valieron menos. Tenían vender rápido, la cuestión era: ¿a quién?
Cualquiera podría pensar que por fin el PAN arreglará sus diferencias e irá todo junto contra Andrés Manuel. Pero no es tan fácil. El odio entre Anaya y Calderón es sincero. Y por más que ambos compartan corrupción, cinismo y deslealtad, no es suficiente para un pacto.
Así pues, Margarita canceló sus aspiraciones a la presidencia en un trueque con el PRI y con José Antonio Meade.
Y es que Meade sabe bien que no está tan alejado de Ricardo Anaya. El panista puede repetir miles de veces que “la elección es de dos” y que “va en un claro segundo lugar”, pero es marketing, no realidad. Ambos están en un empate técnico. Pero Meade y el PRI saben que tienen una gran ventaja: estructura. El PAN, dividido, no tiene la capacidad para operar una elección a favor de un candidato. El PRI sí. Y eso valoraron Margarita y Felipe.
Por ende, la salida (por la puerta de atrás) de Margarita, significa una alianza tácita con el PRI. Y puede ser esto, en realidad, el relanzamiento de la campaña de Meade. Claro, un relanzamiento que seguramente sólo le alcanzará para superar a Anaya.
¿Por qué no pactaron Margarita y Calderón con el PAN y Anaya? ¿Acaso no son más cercanos “ideológicamente”? Una alianza del clan Calderón con Anaya no redituaría para los primeros: ellos quieren retomar el control del PAN, no ser los peones de un ambicioso que además ya repartió entre el PRD y MC toda las posiciones (en caso de ganar la presidencia).
Así pues, Margarita y Calderón se apresuraron a vender lo poco que les quedaba, que en realidad era ya casi nada. Digamos que se agregaron a la amplia lista de patiños del PRI: son algo así como los nuevos Vicente Fox.