Por: Roberto Castelán Rueda (@CastelanRob)
18 de agosto 2016.- Usted decide salir a cenar con un grupo de amigos, cuatro, cinco, esposos, esposas, solteros; un grupo de personas decididos a pasar un buen rato. Para ello eligieron, y ahorraron, o tal vez no porque su situación económica es holgada, un buen restaurante, caro, fino, elegante. La cena es buena, el capitán y sus meseros muy amables, la plática amena, el lugar impecable.
A su alrededor, varias mesas con comensales como usted: parejas, amigos, gente bien, bien vestidos, buen semblante, atléticos, peinados de salón, platican, ríen, algunos tal vez con el tono de sus risas un poco alto, probablemente ya van en la segunda o tercera botella de un buen tinto o ya iniciaron con el café y el cognac. Gente de dinero. En el estacionamiento no hay automóviles de modelos atrasados, sólo autos y camionetas de modelos recientes, de lujo, esperan a sus ocupantes. Usted y sus acompañantes pasan una muy buena velada rodeados de gente distinguida y próspera.
Es temprano ¿no? ¿Y si vamos a tomar una copa? Sé de un buen lugar. Aceptan, le pagan al valet parking toman sus autos, y se dirigen a un “antro”, de lujo, tal vez ese que en alguna ocasión llegó a anunciar en su página web que las únicas gordas que aceptaban eran las carteras. Usted y sus amigos se acuerdan y comentan tan hilarante ocurrencia. Se instalan, un buen lugar, gente bien, todo el mundo se divierte, baila o platica a gritos, beben, buena música, todo bien. Decide ir al baño, sintió necesidad de algo. No se dirige al mingitorio, se queda en los lavabos, se ve al espejo y ve al joven a quien entró a buscar. Espera que se desocupe, y le indica algo con la mirada.
Previo pago con un billete que con ese fin ya había acomodado en la bolsa de su camisa, recibe una bolsita con un fino polvo blanco. Ahora sí, se dirige al lugar destinado para hacer sus necesidades y cierra bien la puerta. Cuando sale del baño, llega bailando a la mesa en donde platican sus amigos. Discretamente, desliza la bolsita en la bolsa de uno de ellos a quien en ese momento le dan ganas de ir al baño y se dirige a él, también bailando.
La noche transcurre entre bromas, anécdotas y bailes. E idas al baño. Se hace tarde. Deciden retirarse del lugar. Ya en la calle, dos de los amigos, tal vez los solteros, informan que decidieron seguirla. Se despiden y en sus carros, se dirigen a un “table” muy de moda. Previa revisión a la entrada, obtienen buenas mesas y encargan bebidas. Uno de ellos va al baño. Tampoco se dirige al mingitorio. Le hacen una seña. Él la responde. Cuando sale, sale bailando.
En el traslado de uno a otro lugar: de la casa al restaurante, del restaurante al bar, del bar al “table”, y de ahí a su casa, usted y sus amigos comentaban sobre la irresponsabilidad de los papás de esos niños que como enjambres los rodeaban pidiéndoles dinero u ofreciéndoles chicles y golosinas. Cada vez son mas, dijo alguien. En algún lado leí que formaban parte de una red de prostitución infantil, comentó otra, u otro. Tampoco olvidaron señalar la seguridad que ofrecían esos lugares con servicio de valet parking. Sí, imagínate dejar los carros con esos viene viene. Dicen que son ellos los que le avisan a los rateros. Sí, también he oído que distribuyen droga.
Usted eventualmente lee notas periodísticas y suele ver las noticias antes de dormirse. Por esos medios, circunstancialmente se entera de una persona asesinada y “encajuelada” en un auto. A veces, le toca leer la noticia de un asesinato múltiple en un restaurante de la ciudad. Híjole, ese restaurante yo lo conozco, le comenta a su esposa, o esposo. Ya van dos o tres veces que vamos a comer ahí con los de la oficina. Otro día comentan la nota sobre los levantados también en un restaurante de lujo y otro sobre las redadas en un bar muy exclusivo. ¿Te acuerdas que ahí también hemos ido?
Un día, su hijo estudiante de preparatoria, le platica durante la cena de unos jóvenes que llegan en sus camionetas y se estacionan frente a su escuela y de manera visible, distribuyen una yerba verde y pastillas a los muchachos. En mi escuela también, dice el mas chico, y a las niñas hasta les regalan celulares para que ellas les ayuden a repartir.
Así transcurren sus días y sus noches. Todo está tranquilo, no hay de qué preocuparse. La ciudad es segura. Quien no anda metido en nada, no tiene por qué temer. El pleito es entre ellos.