Por: Jorge Gómez Naredo (@jgnaredo)
1 de diciembre de 2016. Puerta principal de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
Mierda, mira nada más qué atasco. Dejen pasar, por favor, por favor. Chicos, chicos, no pelear, no se avienten manotazos mutuos aquí: háganlo donde no estorben, sí, allá, allá. Allá pónganse rudos. Aquí tranquilos.
Estudiantes de secundaria deambulan por todos lados, mirando libros y sonrisas. Mirando las bromas a los compañeros. Gritos: unos que ensordecen. Unos como silenciosos.
Va, va, muy bien, hay mucha gente, sí, pero hagan campo. Por favor, a un lado, nomás a un ladito. Ya casi son las doce del día. Rápido, hombre, no te quedes parado en medio del pasillo que voy tarde, que, como siempre, llevo impaciencia.
¿Y esa fila enorme? ¿Y esa fila enorme que da varias vueltas y parece culebra interminable? No, no, no, no me digas eso. ¿Es para ver a Carmen Aristegui? ¿Es para escucharla?
El salón Enrique González Martínez es el más grande de esta feria del libro. ¿Cuántas personas cabrán? Los números no se me dan. Son mucho lo que hay adentro. Y muchos los que se quedaron sin entrar.
Doce y cinco minutos. Al fin entro.
Cuando Carmen entra, la gente aplaude. Las sillas son insuficientes. Gente parada. Gente sentada en el piso. Hombre, ni con el conservador de Mario Vargas Llosa, ni con el conservador de Federico Reyes Heroles, ni con el conservador de Enrique Krauze hubo tanta humanidad. Carmen la rifa. Carmen convoca multitudes. ¿O será que esta feria anda muy como para la derecha, y alguien que se salga de esas geografías políticas, causa tumultos? Vaya usted a saber.
Carmen habla. Cómo se extraña esa voz por la radio a las seis de la mañana, de lunes a viernes. ¿Quién nos la robó? ¿Quién no hizo ese agravio, esa ofensa, esa afrenta? ¿Qué mente criminal la censuró? No es justo. No es justo carajo.
Carmen mira al público. Niños-adolescentes de secundaria, niños-adolescentes de prepa. Adolescentes-jóvenes de licenciaturas. Adultos (yo incluido).
Carmen sabe su público, y comienza su charla. ¿Cómo hablarle a la juventud? ¿Cómo decirles a las “nuevas generaciones” que los adultos de hoy (incluido yo), aunque hemos luchado, nos han derrotado constante y consistentemente? ¿Cómo explicarles el país que tenemos y el futuro tan gris que se nos pone enfrente? ¿Cómo contarles la historia del presente y reconocer que lo que antes era difícil para los hoy adultos, hoy es más difíciles para los jóvenes?
Carmen les propone a esos casi niños que la escuchan hoy en la feria que “hablemos” y “reflexionemos juntos”. Carmen da cátedra de lo que es México: un conjunto de “fenómenos complejos”. La historia que narra inició hace casi diez años, cuando un presidente, sin consultar a nadie, decidió que de un día para otro todos íbamos a tener una guerra. La llamada “guerra contra el narcotráfico”.
Carmen da cuenta de nuestro presente: violaciones a los derechos humanos, violencia, muerte por todos lados, impunidad, colapso del sistema de justica, un futuro adverso, desaparecidos, lágrimas, el horror que vivimos, el horror que sufrimos, el horror que sobrevivimos.
Carmen afirma: la guerra la inició Felipe Calderón, y hoy la continúa Enrique Peña Nieto. Carmen habla de Ayotzinapa, de los cárteles que son más fuertes de lo que eran antes de iniciarse “la guerra”. Carmen resume magistralmente nuestro pasado reciente: corrupción, autoridades ligadas al crimen organizado, ejército muchas veces asesino.
Carmen no habla de ella como periodista. Prefiere habla de los periodistas a los cuales han matado, a los cuales, por decir algo, por escribir algo, los han puesto sin respiración: “publicar información, en México, te puede costar la vida”.
Carmen describe el manejo faccioso que ciertos grupos de poder y medios de comunicación hacen de quienes son víctimas de la violencia en México.
En esta feria los tiempos son cortos. “Hay otra presentación ahora, así que se debe terminar la charla”. La gente quiere seguir escuchando a la periodista, pero ya es hora. Ya es tiempo. Ya debe terminar.
Hay espacio para unas preguntas. Un adolescente casi niño levanta la mano. La levanta mucho. Quiere preguntar algo. Hay muchas manos levantadas. Pero él logra captar la atención de quien lleva el micrófono. El niño-adolescente, pequeñito, con uniforme de escuela, todo nervioso, felicita a Carmen: “mi admiración para esta mujer”. Todos aplauden: qué bonito que alguien, tan joven, diga eso de una periodista. Acabados los aplausos, con el micrófono aún en la mano, el chico pregunta: “¿Qué opinas de lo que ha hecho Enrique Peña Nieto con el país?” Vaya complejidad de pregunta. Pero Carmen tiene una respuesta. El tiempo es corto. Así que ella es contundente: “no debemos preguntarnos qué ha hecho Enrique Peña Nieto con el país, sino por qué hemos permitido a Peña Nieto hacer lo que ha hecho con el país”.
Todos aplauden.
Se termina la charla. Carmen se dirige a una puerta a un costado del gigante salón. La gente se agolpa para tomarle fotos. Para saludarla. Todo sucede muy rápido. En las presentaciones de los conservadores Mario Vargas Llosa, Enrique Krauze y Federico Reyes Heroles, nadie se agolpó así. Y menos chicos de secundaria, de prepa y recién ingresados o rechazados a licenciatura.
Eso da gusto.
La salida es lenta. ¿Cuánto titipuchal de gente cabe en este salón tan gigante?
Chicos, chicos, por favor, con calma, no empujen, no empujen tanto, que ya no hay tanta impaciencia. Al menos no tanta por salir de este salón.
La multitud se mueve (yo incluido). No me queda la menor duda: extraño un montón a Carmen en la radio, de lunes a viernes, a las seis de la mañana.
Este texto fue publicado originalmente en el portal de Polemón.