Jessica Delgadillo: Escribo

“Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido.”
Marguerite Duras

15 de marzo de 2025.-Intento enumerar características que me definan a modo de presentación. Soy esto y también esto otro que se le contrapone. Mejor evito mencionar mi lugar de nacimiento, mi edad, mi familia, mi situación sentimental y laboral, mi grado académico, mi forma de vestir y de hablar, mis tatuajes y cicatrices, mis gustos culposos y la manera en la que llevo mi maternidad por que se bien que esos datos sueltos y huérfanos no lograrían definirme a mí ni a nadie.

En cambio, estoy convencida de que lo que dibuja con mayor claridad y precisión la identidad de una persona son sus obsesiones y manías. Esos pensamientos intrusivos que nos habitan silenciosamente, esos temas recurrentes a los que regresamos como refugio cada vez que nos sentimos indefensos, esos impulsos automatizados que llevamos enganchados al cuello o pegados a la piel sostenidos por pura ansiedad.
Yo por ejemplo, escribo. Y es en esa obsesión en la que encuentro mi manera de estar en el mundo.

Escribo como compulsión si las palabras me gritan y como ejercicio de rescate o liberación si me son pacientes. Como un paliativo y un placebo al mismo tiempo. Escribo porque no me soporto ni me comprendo de otra forma que no sea escribiendo. Porque me agudiza los sentidos y pone a flor de piel mis afectos. Porque me hace jugar con las palabras a cosas impensables. Porque soy espía o arqueóloga y estoy en busca de todo eso que está más allá del lenguaje para imitar, inventar, narrar y mentir a mi antojo.

Escribo también por lealtad a la propia escritura. Porque la escritura es la brújula que me indica cómo y dónde estoy. Porque le debo todo. Ha sido el salvavidas que me ha acompañado cada que la vida me hunde y ha sido también ese viento repentino que me despeina y me sacude cuando cedo ante todo lo que me invita al placer y me permito el asombro.

Escribo todos los días, aunque no lo parezca. Aunque la frase, la entrada al diario o el poema que brotó de repente mientras me encargo de alguna otra cosa, sea igual de efímero que un rayo de sol y nunca toque la hoja. Escribo desde la inmediatez y la urgencia de atraparlo todo y no dejarme a la deriva.

Por eso sin titubear confieso que también (cuando me dispongo) escribo con entrega y devoción, y que aunque sigo peleándome conmigo y mi calendario para abrirle más espacio (porque nunca será suficiente), robo de a poco tiempo aquí y allá del resto de mis actividades y priorizo la escritura por sobre todo lo demás, mi alimentación, mi actividad física y el cuidado de los míos. Me rindo ante los rituales que inventé para disponerme a ella y cuando estoy volcada ahí, no extraño nada ni a nadie.

Escribo desde el cuerpo, la melancolía, la nostalgia, desde el dolor y las heridas, desde la memoria y la historia que me fue contada, desde las ganas de extirpar las palabras para crear realidades y finales alternos y sí, también desde el horror que me resulta muchas veces ser yo misma.

Escribo con miedo al silencio, al papel en blanco, a lo desconocido, a la incertidumbre, al monstruo que puedo llegar a ser, al exorcismo de mis propias palabras y a la profunda soledad que me provoca ir a descubrir todo esto de golpe en un texto que apenas es una idea.

Quizá es que soy eso, una escritora asustada, obsesionada con escribir eso que todavía no escribe.