Por: Roberto Estrada (@robertoestrada0)
Cuando me encuentro con Juan Cruz en el hotel Hilton para entrevistarlo, lo primero que dice al darnos la mano es “ya nos hemos visto antes”. Y es verdad, pero había sido un año antes en la pasada FIL de Guadalajara, y apenas unos instantes, cuando él salía a toda prisa de la presentación de su libro El niño descalzo, para dirigirse a otra actividad de su apretada agenda en medio de la vorágine de gente y yo trataba –caminando lo más cerca que podía de él, apresurado y esquivando el tumulto–, de acordar una entrevista para la mañana siguiente.
La afable y algo apenada respuesta de Juan fue un no, porque su vuelo salía muy temprano, así que me dijo que podía hacer las preguntas en ese momento si lo deseaba. Una cosa que odio es no tener la suficiente calma para conversar con las personas, así que decidí hacer la entrevista, y esperar que el tiempo me diera otra oportunidad.
Llegó de nuevo al ser Madrid el invitado de honor a la FIL, esa ciudad que es sede de El País, el diario en el que desde su fundación en los años setenta, aunque con intermitencias, Juan ha pasado cuarenta y dos de su vida escribiendo. Pero su labor no se ha limitado a lo meramente periodístico, sino que se ha dado el tiempo y el empeño para ser también un autor de sus propios libros y editor de otros.
La entrevista parte de la presentación de su nuevo libro, Un golpe de vida, que no son sino las memorias del oficio de Juan Cruz Ruiz (que firma los libros con sus dos apellidos en honor a su madre) desde que le naciera el primer impulso por la palabra y la escritura.
Y tal como en las frases de sus textos, la conversación con el bajito y entrañable Juan, de voz cascada pero dulce, deambula por la emocionada nostalgia, la humilde sinceridad y el humor, para resultar en una clase maestra de periodismo, pero sobre todo de vida.
Este libro es el reflejo de lo que te motivó a escribir.
Algo que define mi vida es el periodismo, en el que comencé a los ocho años, virtualmente. A esa edad encontré que ése iba a ser mi destino. Pero eso no lo sabes mientras está ocurriendo. Es como cuando te enamoras, no sabes que te estás enamorando. Pero yo me enamoré de este oficio, y hasta ahora.
Tu madre fue fundamental para labrar tu camino.
Mi madre tenía una virtud doble, que era la esencialidad y la generosidad, pero también el sentido del humor. No era una persona letrada, pero se adiestró leyendo para leerme a mí, porque yo era un chico con pocas posibilidades de salir a la calle por mi asma. Y poco a poco ella me fue contando cosas de la vida, que recuerdo como si estuvieran ocurriendo hoy, o siendo dichas hoy. Tengo para eso, casi una memoria universal. Yo la escuchó decirme cosas, todavía hoy, que no puedo olvidar: refranes, versos, declaraciones de gente. Era como una periodista de radio contándome la vida.
Lo oral determinó la palabra escrita.
Sí. A veces noto que digo un montón de cosas que se van concatenando, y que tienen que ver con mi memoria. Por ejemplo yo te hablo ahora de eso, y veo el lugar donde se produjeron. Como si estuviera contando una película. Y cuando lo escribo lo hago de otra manera. Pero recuerdo así, con lugares, con hechos, con una persona pasando, o mientras alguien estornudaba. Es el efecto mariposa de los recuerdos.
El escuchar de niño la radio también te influyó.
Fue fundamental, porque tiene una sintaxis propia. Ahora yo te puedo decir “aquí un agujero hay”, y es incorrecto o tal vez poético. Pero la radio te dice qué hay aquí, y respondes “aquí hay un agujero”. Pero no sabes como el personaje de Molière que estás hablando con sintaxis o con prosodia, y la radio tiene una sintaxis natural. De modo que cuando empecé a escribir ya lo hacía de corrido.
En el libro dices que es importante escuchar en la mente lo que se escribe.
Eso sí, me ocurre a cada rato. Soy una persona muy melancólica. Que en persona o en público no lo muestra, pero que cuando me pongo a escribir sí me sale la melancolía. Esa certeza de que todo se va a acabar, y de que no es necesaria ni la mala voluntad ni el esfuerzo malvado. Todo eso pasa por mi cabeza, y yo he aprendido de algunos maestros como un objetivo vital, el cuidado de los otros. La destrucción de todo resentimiento. Albert Camus fue sobre todo mi norte, mi guía.
¿Te sientes más escritor que periodista? ¿Hay alguna diferencia?
Cuando estoy despertándome o cuando tengo un dolor, de cualquier género, soy un escritor. Soy escritor cuando escribo para adentro, de lo que pasa ahí. Soy un periodista cuando escribo de lo que pasa afuera, y procuro no mezclarlo. Hago opinión también de cosas que ocurren y me llaman la atención. Pero esa es una parte de mí que no se compadece con quien soy de verdad. Es un periodista. Que es un tipo que le pregunta cosas a la gente para contar. En eso hay una frase inolvidable para mí, de Eugenio Scalfari, que afirma que un periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente.
¿En tus libros se hallan frases muy conmovedoras, son muy trabajadas o espontáneas?
Escribo como lo voy sintiendo, y se van mezclando cosas. Cuando estoy muy triste no puedo escribir. También necesito cierta condición física. Por ejemplo: yo antes bebía mucho, y dejé de beber el día que me di cuenta que no me acordaba del número de teléfono de mi familia, de mi casa. Sólo bebo cuando estoy con alguien por las noches. No bebo en mi casa, ni a mediodía, ni de pie, ni solo. Es una buena terapia. Y creo que el periodista o el escritor, debe hacer terapias saludables. De vez en cuando. Anoche me bebí tres cervezas, estaban buenas, pero raras.
Dices en tu libro que te da vergüenza de ti mismo si no lees. ¿Qué es más importante leer o escribir?
Es más importante leer. Porque leer te da una salud mental que no te la da la escritura. Ahora bien, si yo no tuviera el objetivo de escribir y la capacidad de hacerlo, seguramente sería un hombre muy triste.
¿Es un desahogo?
Y es un desahogo inevitable. Todo el mundo lo necesita. Los que no son escritores lo hacen a su manera, pero yo lo hago escribiendo.
Hubo ciertos momentos fortuitos que te fueron forjando en el oficio, como el que siendo muy joven, en la posguerra española, hayas escrito cartas a los emigrantes que se habían ido a Venezuela.
Para mí es una experiencia a la que no he dedicado mucho tiempo a pensar en ella. Pero creo que en ese momento empecé a ser un cronista, porque me daban material muy duro. Porque aquel mundo era muy difícil. Quizá en el libro que estoy escribiendo ahora hable de eso.
La propia gente te ha guiado a hacer tu escritura.
En realidad, todo lo que yo he hecho a partir de entonces, es escribir desde ese pupitre. Sigo siendo aquel adolescente que tomaba notas. Así que he escrito de mi padre, de mi madre, de mi hermana que acaba de morir, de mi hija, de mi nieto. Yo soy un cosmopolita, pero no he salido del patio de mi casa.
Siempre se sigue siendo un niño, los primeros años son los que más se han fijado en nosotros.
Sí, porque si eres malo de niño, lo eres de mayor. Y yo siempre he sido muy considerado con la gente, siempre me daba apuro molestarles. Me pasé la vida tratando de no molestar, por eso cuando me hacen una faena reacciono con mucha melancolía.
Pero en general se ve que eres un tipo que disfruta la vida.
Bueno, pero a veces también esto es un mundo muy difícil. Ahora estoy feliz, pero la vida no es un continuo.
Y no debería de serlo.
No porque si no sería muy aburrida. Imagínate: ¿qué es lo más divertido del mundo? Ver olas. Te da la impresión de que son iguales, pero no. Es un vaivén.
¿Qué es lo que te entristece?
La injusticia, el malentendido, la mala voluntad. Y eso se da mucho en el periodismo. La ingratitud, el olvido adrede, la ruindad. Todo eso me entristece. Cuando yo las produzco también, y luego estoy todo el puto día pidiendo perdón. Yo he mandado muchas flores.
¿Cuál es el deber del periodista, porque has dicho que su misión es “ves y te vas a contarlo”?
La honestidad, no decir lo que no sabes. Y si lo tienes que decir, di a tiempo que no estás seguro. Con el periodismo pasa lo que con la conversación en general: parece que todo se puede decir, cueste lo que cueste a otro, no cueste lo que te cueste a ti. A partir de esta histeria que es las redes sociales, en las que yo estoy también suscrito, y las sufro pareciendo que las disfruto, el periodista cree que todo se puede decir, y todo no se puede decir. Está prohibido decirlo todo. Porque si no, ya no confiarán en ti. Pero también un periodista alcahuete no es un buen periodista. Un periodista tiene reglas, la alcahuetería no se compadece con el oficio.
¿Cómo te marcó el diario El País en tu labor?
Me marcó en el rigor. En la tercera mano de Onetti, que ahora te cuento lo que es. Cuando yo era corresponsal en Londres, tenía veinticinco o veintisiete años. Había un libro de estilo muy pequeño, que me dieron al irme a Londres. Compré una resma de papel para ir escribiendo las crónicas, y me fijaba en el libro de estilo. Y tiraba un montón de papel, y ese montón de papel tirado, era mi autocrítica, era la tercera mano de Onetti. Onetti decía que cuando estás escribiendo y de algo no estás seguro, o sabes que no es cierto o que puedes ser desmentido, debes tener una tercera mano que te golpea, para no seguir escribiendo, o para corregirlo. Y la tercera mano es la conciencia del periodista.
¿La buena voluntad?
La ética. Se dice la ética, pero ésta es la que estudia todo. También en ella cabe la ausencia de ética. Si alguien dice, es que yo tengo mucha ética, bueno, pues depende. Es como el colesterol.
Has dicho que no puedes ser periodista y dejar de serlo.
No se puede. Hay personas que lo intentan, como quien se quita la piel, pero después viene debajo otra piel y otra piel. Es lo que me pasa a mí.
Pero es una felicidad más que un estigma.
Hombre, si tú me dices: “Juan hazme una nota sobre por qué en la FIL no hay negros”. ¿Te has fijado que no hay negros? Yo no veo ni un negro. Nunca ha sido África invitada, podría serlo. Imagínate que vas como periodista con Marisol Schulz y le preguntas por qué no hay negros en la feria, ¿se sorprenderá? Porque hay mucho lío con la paridad de género y todo esto, ¿y los negros? ¿Por qué no hay igualdad con ellos? ¿O con los bajitos? Yo reivindico al bajito como patrimonio de la humanidad. Es la hostia. Yo hice un decálogo sobre la palabra bajito y su uso peyorativo, por ejemplo: no hay derecho que se diga alteza, y sin embargo se diga bajeza. Es injusto. Claro que es vil, lo otro es altura de miras. Hay que reivindicar al bajito porque huele primero la tierra.
También habría que reivindicar ciertas literaturas, porque a algunas se les ve más alteza o bajeza.
Evidentemente. Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Rusia. Los grandes poderes en mucho tiempo, han monopolizado los grandes nombres de la literatura. Eso es falta de visibilizar a los escritores que hay por el mundo, que seguramente son extraordinarios, y están perdidos en las selvas.
¿Y por qué Madrid?
Hombre, Madrid no tiene tantos negros como debiera. Pero es una ciudad extraordinaria, con una vitalidad muy especial. Me encanta, también me gusta mucho Barcelona y Bilbao. Yo soy de todas partes. Por eso soy bajito, para poder viajar rápido.
Has dicho que uno no sabe que está escribiendo de sí mismo cuando cree estar haciendo periodismo. ¿Siempre se escribe de sí mismo?
Un periodista lleva consigo un punto de vista. No es cierto que haya objetividad ninguna. Tú me estás viendo hoy, con tu hoy. El periodista no puede quitarse su ahora. Las capas están, y depende de cómo las quites. La objetividad es una utopía. Dios es tan utópico como la objetividad. La objetividad es el punto de vista, pero puede ser equivalente al de otro. Lo importante es cuidar los datos, ser convincente, eso es lo grande del periodismo. Cuando ya eres convincente, luego, tienes que cuidar de seguir siéndolo. Porque hay algunos periodistas que lo fueron y se echan a dormir. Hay que ser convincente todos los días.
¿Tú te buscas a diario?
Sí, yo me salvé del engreimiento quizá trabajando con escritores. Como fui director editorial de muchos escritores, aprendí a cuidarlos y a saber también que yo no debía estar en primer plano.
¿Hay algo de lo que te arrepientas?
De muchísimas cosas. Me arrepiento de reacciones, porque soy muy sentimental y melancólico, y a veces me dejo llevar. Ayer tuve un disgusto con una historia, y me sentí mal. Me arrepiento de no cuidar algunos textos, de no haber preparado bien algunas entrevistas. Yo creo que esta es una profesión en la que uno a cierta hora del día tiene que trabajar de culpable.
¿Si no hubieras sido periodista serías el mismo Juan Cruz?
Sí, hubiera sido pirotécnico. Hubiera sido el mismo pesado, pero hay cosas que me ponen feliz.