La necesaria segunda línea del acueducto Chapala-Guadalajara

Por: Agustín del Castillo

7 de mayo de 2025.-El área metropolitana de Guadalajara tiene desde el año 1955 tiene un matrimonio indisoluble con el lago de Chapala. Las aguas superficiales del mayor lago de México han sido uno de los factores esenciales del éxito de la capital de Jalisco como enclave económico, cultural, social y político. La posibilidad que da tener a 45 kilómetros el mayor lago del país, que en plenitud puede alcanzar casi ocho mil millones de metros cúbicos, esto es, ocho millones de millones de litros, es un privilegio del que han carecido otras grandes ciudades mexicanas, como Monterrey, Puebla, Tijuana, Toluca, o la misma ciudad de México.

Esta condición ni de lejos ha sido una solución definitiva para el abastecimiento de agua de la conurbación que ya alcanza casi 5.5 millones de habitantes. La causa no es directamente el líquido disponible: Guadalajara ha extraído del lago cada año entre 190 y 240 millones de metros cúbicos, lo que equivale a entre 55 y 60 por ciento de la dotación total del servicio.

Esto significa que todavía extrae de su acuífero subterráneo alrededor de 100 millones de m³, y transporta de tres represas de Los Altos de Jalisco, la fuente de agua más problemática por estar dentro de las fronteras del desierto de Chihuahua, y por afectar directamente al más importante enclave pecuario del país, hasta 65 millones de m³ anuales.

La ciudad consume, de este modo, cerca de 400 millones de m³, una dotación diaria de 202 litros por habitante, pero incluidos todos los usos y los nueve municipios metropolitanos.

El problema se da en el manejo de ese enorme recurso. Del agua que se provee a la ciudad, las pérdidas físicas (básicamente, las fugas) alcanzan al menos 30 por ciento, y el agua no cobrada podría ser de 40 por ciento de la facturada. Es descomunal. Eso reduce, en físico, la disposición de agua por habitante a menos de 140 litros diarios.

Bajo el supuesto de que esa agua se facture, el Sistema Intermunicipal de Agua Potable y Alcantarillado (SIAPA) solo está cobrando alrededor de 85 litros por persona (insisto, en todos los usos). Esto explica breve y claramente porqué no hay recursos económicos suficientes para gestionar el enorme sistema y la razón de que ni siquiera se le invierta lo necesario para mantenerlo en forma.

La infraestructura se sigue deteriorando cada día ante la falta de inversión, y eso no solo afecta en lo financiero (un círculo vicioso), sino que ha hecho descender la calidad del agua que reciben los tapatíos, la cual es hipotéticamente potable, pero en realidad, viola, al menos en el tema de color, la norma oficial mexicana en la materia: nos estamos acostumbrando a agua parduzca, amarilla o de otros colores, porque no se aplican en volumen, continuidad y técnica, los químicos indispensables en las platas potabilizadoras de Miravalle, Las Huertas y San Gaspar, como me lo dijeron tres ingenieros expertos en química y conocedores de sistemas de tratamiento del agua: Héctor Salgado Rodríguez, ex rector del Centro Universitario de Ciencias Exactas e Ingeniería (CUCEI) de la UdeG; César Gómez Hermosillo, investigador de Departamento de Ingeniería Química del mismo CUCEI, y Antonio Gómez Reyna, ingeniero investigador y miembro del Observatorio Ciudadano para la Gestión Integral del Agua.

“La turbidez es una de las medidas iniciales para determinar si el agua es potable o no en la norma 127 (…) en el proceso de tratamiento es importante saber la fuente de agua que se va a tratar; una cosa es Chapala o los pozos de Toluquilla. Luego está el proceso: le quitan sólidos gruesos, luego le añaden elementos para coagular sólidos, es decir, sulfato de aluminio, para trabajar en los clarificadores, y luego se añade polímero para mejorar la calidad del flóculo, la parte de sólidos que se asienta, que separa agua turbia y agua clara, y finalmente pasa a los filtros, y luego la desinfección a cloro y gas”, explicó Salgado.

Lo que ha ocurrido, subrayó, “es que se dan fugas de agua turbia por mala operación de los filtros” cuando se aplican en exceso algunos de estos aditamentos y se saturan de sólidos. Si el filtro no tiene buen mantenimiento, eso explica las fugas que se van por la red.

La referencia es amplia porque nos permite dimensionar el tamaño de la crisis del agua. Y da pie para explicar que la construcción de la segunda línea del acueducto Chapala-Guadalajara es necesaria, no para extraer un litro más de agua del lago, sino porque la primera línea, construida en 1989, ya alcanzó su vida útil. El riesgo no es que el SIAPA nos quiera traer más agua de Chapala, sino que la ciudad colapse porque se vea interrumpido el flujo desde su principal fuente de abastecimiento.

Este es un gráfico del año 2015 que sigue siendo actual para explicar el abastecimiento desde Chapala.

El ecologismo ha dado cosas muy importantes a la sociedad contemporánea, pero a veces, o esconde otros tipos de intereses (vale la pena el expediente de cómo California comenzó el cierre de sus centrales nucleares en una campaña ecologista… pagada por las petroleras), o sencillamente, su planteamiento radical de reducir el impacto ambiental a cero, es una utopía cuyo traslado a la realidad puede traer serias pesadillas en el mundo real. Oponerse a construir la segunda línea del acueducto Chapala-Guadalajara entra al menos en la segunda de las opciones.

Resulta un delirio sustituir el lago, una fuente confiable y continua y de costo menor en bombeo, por la cuenca del río Verde, cuya infraestructura es insuficiente, se ubica en zonas de escasez de lluvia e impacta derechos económicos y sociales que ya mostraron su músculo en la crisis de la presa El Zapotillo.

Además, en el caso improbable de que haya dinero a manos llenas para construir nueva infraestructura, eso no garantiza un abasto inmediato desde la nueva obra, como lo demuestra el hecho de que la presa El Zapotillo, concluida hace casi un año, no ha abastecido agua a la ciudad, según reveló la Secretaría de Gestión Integral del Agua hace apenas unos días.

Importante cerrar el paso a la mala información: al construir la segunda línea, se tiene posibilidad de rehabilitar progresivamente la primero, lo que hará una infraestructura confiable. Decir que eso hará que se saque más agua a Chapala es falso: si en el remoto pasado se podía saber con relativa precisión el agua que se extraía de un cuerpo de agua, en la actualidad, la más moderna tecnología obliga a los usuarios de agua a no violar los términos de su concesión, así se trate del uso público-urbano, que es prioritario de acuerdo a la Ley de Aguas Nacionales. Es decir, ganamos en precisión respecto a la extracción.

Una segunda ganancia es que el primitivo acueducto que entró en operaciones en 1955, denominado “canal de Atequiza” deje de usarse para agua potable, pues no está revestido, lo que implica pérdidas cuantiosas por evaporación, además de que está expuesto a contaminación, pues atraviesa poblados y zonas agrícolas (las cuales también poseen derechos sobre su uso). Solo quedaría disponible para una verdadera emergencia, y sería deseable y saludable que el gobierno del estado negociara esa agua con los agricultores, que tienen derechos sobre casi 90 millones de m³ más, para usarla como reserva de la ciudad… lógicamente, a cambio de infraestructura y apoyos reales, tangibles.

La imposición de proyectos ha sido un lastre para la gestión del agua en México. Un servicio ambiental debe ser pagado o compensado de forma satisfactoria. Abastecer a una ciudad cuyo producto interno bruto anual rebasa 55 mil millones de dólares no debería dejar en la ruina a las comunidades agrícolas y ganaderas cuya agua se reduce a favor del gran conglomerado urbano y político.

Tercero, y lo más importante: Guadalajara, al permanecer como usuario de Chapala, mantiene su peso político y económico a favor del rescate integral del mayor lago del país. La extracción de 240 millones de m³ del lago no representa sino una fracción de lo que se aprovecha en la cuenca Lerma-Chapala, y en el caso de un embalse natural que no ha bajado de 3 mil millones de m³ en 20 años, de 6 a 8 por ciento de sus pérdidas anuales. A cambio, Guadalajara negoció un acuerdo de distribución que le reportó más agua al lago y que impidió sus crisis de existencias recurrentes. Es verdad que hace falta mucho por mejorar la salud del lago, pero eso necesita inversión pública y presión política, que solo Guadalajara, y Jalisco, le pueden garantizar al gran lago.

De manera que ponerse a trabajar sobre el proyecto de la segunda línea del acueducto es una buena noticia para la ciudad, que debe dar paso a un verdadero proceso de discusión sobre cómo pasar a una nueva etapa de manejo del agua en el que traer agua de fuentes lejanas no es la solución, sino un sistema intermunicipal robusto que dé agua de calidad, reduzca al mínimo las pérdidas, segmente el agua de acuerdo al uso, la cobre a precios reales (sin dejar de subsidiar a quienes realmente lo necesitan), sanee los residuos y sobre todo, reutilice. Ese es un futuro sostenible y realista para Chapala y para Guadalajara.

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