Por: Adrián Acosta Silva
09 de junio de 2025.-Estudiar en la Universidad de Harvard cuesta en promedio una matrícula de 52 mil dólares al año. Además, si se consideran los gastos de alojamiento y comidas, la cantidad pueda aumentar a 75 u 80 mil dólares anuales. Siendo uno de los símbolos del poder académico mundial de los Estados Unidos, Harvard forma parte de la Ivy League, la red de universidades más caras y prestigiadas del vecino país del norte.
Esas universidades representan no sólo el poder académico y científico de los EU, sino también el poder del privilegio. Estudiar en alguna de esas instituciones no sólo es un desafío financiero para estudiantes extranjeros y sus familias, sino también para los propios jóvenes norteamericanos.
Y, sin embargo, cada año miles de estudiantes de todo el mundo solicitan su ingreso a algún programa de pregrado o posgrado que ofrecen Harvard, el MIT, Princeton, Johns Hopkins o Columbia, pues representa la posibilidad de asegurar un futuro próspero para sus egresados.
Con una mezcla de tradición elitista y dominio en las métricas de los rankings internacionales, esas universidades concentran el prestigio, los recursos y los procesos de formación técnica, profesional y científica más reconocidos del mundo.
Siendo la universidad más antigua de su país, Harvard, una universidad privada, representa la elite de la educación universitaria dentro y fuera de los EU. Es el corazón simbólico e histórico de la educación superior.
Pero en la era actual, una nueva elite de poder económico que se ha aliado al poder político ha emprendido una feroz lucha contra esa universidad, que se traduce en críticas a su autonomía académica, a sus programas de atracción de estudiantes extranjeros, a sus prácticas de libre discusión de las ideas.
Lo que estamos presenciando es una batalla inter-elitista: la elite académica versus la elite política en la sociedad más monetizada del mundo.
En las tierras raras de las relaciones entre gobiernos y universidades, la disputa por la legitimidad está en el foco de conflicto. Mientras el gobierno de Trump emprende un feroz acoso político e ideológico contra Harvard para someterla a las creencias y fobias presidenciales, la universidad de la costa este resiste el acoso financiero y las amenazas políticas de la Casa Blanca argumentando la violación de su autonomía académica.
Para decirlo en breve, se trata de la escenificación de una batalla entre la legitimidad política de un gobierno y la legitimidad académica de una universidad.
El espectáculo es, de alguna manera, fascinante. Los actores configuran la elite del poder académico y del poder político en una sociedad expectante, polarizada y confundida. Las reglas del juego y los árbitros de las relaciones entre universidad y gobierno se han retirado o desvanecido, y no es claro de qué manera se resolverá el pleito.
Por lo pronto, el duelo coloca en perspectiva la tonalidad ocre de los tiempos que corren en la educación superior norteamericana, cuyo ruido de fondo es dominado por una belicosidad presidencial alimentada por cálculos políticos y aires xenofóbicos y ultranacionalistas.