Por: Roberto Castelán Rueda (@CastelanRob)
Partamos de algo muy simple: con independencia de cuál es su función original, las redes también tienen la capacidad de enredar. Desconozco si alguna vez una araña terminó enredada en su propia red, pero más de alguna vez, un pescador se enredó en su instrumento de trabajo y cualquiera de nosotros, en un sin fin de ocasiones, terminamos enredados en nuestros propios pensamientos. Cuántas veces, las redes neuronales terminan por jugarnos una mala pasada.
Las redes sociales no se diferencian en nada de las anteriores: por más destreza que se ponga en su uso, más de alguna vez se terminará enredado en su propia trampa. En la propia o en la ajena. Que aunque ajena, dada la eficiencia de su forma de interacción, termina siendo propia. Y viceversa.
Las redes sociales abrieron la posibilidad, por más absurdo que parezca, a que la invitación de una quinceañera a su fiesta fuera convertida en un acontecimiento nacional con la participación de grandes funcionarios públicos, artistas y cualquiera que quisiera obtener cierta notoriedad con el tema. Las redes sociales no hacen distinción entre temas serios o absurdos. Lo sagrado o lo profano, pierden por completo su esencia y se integran a lo que en ese momento marquen las reglas sin reglas del "meme".
Por eso parece absurdo, aunque no lo es, que el beso dado a su pareja por el alcalde de una ciudad conocida por su doble moral, se tomara como tema de discusión en algunos "muros" y portales de ciertos medios de comunicación. Ese es otro tema: la prensa, para no ser rebasada por la actualidad y velocidad de "algo", que no podríamos definir como noticia, busca darle a ese "algo" una cobertura aún cuidándose de no meterse en temas que no son temas, o que para algunos no deberían ser temas.
Sin embargo, la prensa "convencional" no puede quedarse fuera de los temas que venden. Y el tema vende. Sobre todo, si en su afán, un tanto desesperado, por rescatar lo que queda de su imagen privada, el político, hombre público por definición, publica una nota, entre aclaración, solicitud y advertencia, en las páginas de sus redes sociales ¡que son públicas!, enredándose de esta forma, en la lógica de la red: el meme.
Las redes sociales no admiten desmentidos. Su naturaleza no es la misma de la prensa convencional. Tampoco juegan con las mismas reglas del juego con las que juegan los políticos. Su forma de democracia es más parecida a la de Fuenteovejuna que a la de cualquier república y a los políticos tradicionales les cuesta mucho trabajo entender que la política actual, por múltiples razones, debe adaptarse, quiéralo o no, a esa dinámica, a veces perversa, que marcan las redes sociales.
Una de las claves de ese desplazamiento de la política a las redes sociales, con la lógica de estas últimas y no la de la política, se debe a que las redes sociales representan el fenómeno más significativo de la "posmodernidad", modernidad líquida como le llama Zygmunt Bauman o de la época de "devorar la modernidad por los modernizadores" como la nombra Alain Touraine. Y este fenómeno, piedra angular del tiempo que estamos viviendo, es la eliminación, el borrado de la frontera creada por modernizadores del siglo XIX entre lo público y lo privado.
Cuando en su publicación el alcalde se refiere al respeto a la vida privada, o al derecho que todos tenemos a llevar una vida privada, tendría que recordar que este concepto fue hecho trizas por la lógica adoptada por la sociedad del espectáculo. Esta sociedad, con el apoyo de los artistas, los deportistas y, exacto, también de los políticos, eliminó cualquier frontera entre lo público y lo privado. La gente haría cualquier cosa por lograr el reconocimiento, dicen Agamben y Eco, y ese "cualquier cosa" incluye el exponer a la vista de todos a la otrora sagrada vida privada.
"No es lo mismo ser reconocido a estar en boca de todos" dice Eco, y advierte que en la sociedad actual el reconocimiento perdió valor frente al "estar en boca de todos". El porcentaje de notas que se escriben sobre la vida privada de los actores y actrices y los deportistas con la intención de ponerlos en boca de todos, supera con mucho al de las notas que tratan temas como su formación o desempeño en los escenarios o en las canchas, es decir, su reconocimiento profesional.
Y los políticos no escapan a esta tendencia. Como los artistas y los deportistas, los políticos rehuyen al anonimato y por el contrario buscan ser fácilmente identificados, conocidos por el mayor número de personas, aunque para ello tengan que exponer las entrañas de sus matrimonios, sus familias, con constantes apariciones en las revistas y secciones de los periódicos de sociales. A esto le llaman "índices de popularidad" y los sitúan en el espacio de sus "indicadores positivos".
Zygmunt Bauman siguiendo a Alan Ehrenberg, sitúa el acto inicial del fin de la frontera entre lo público y lo privado, "el anochecer de un miércoles otoñal en la década de 1980, cuando una tal Vivienne, una "francesa común y corriente", declaró en un talk show televisivo, y por ende ante varios millones de espectadores, que nunca había experimentado un orgasmo en toda su vida matrimonial porque su marido Michel sufría de "eyaculación prematura".
Después, todos nosotros, y con mayor enjundia los políticos, contribuimos a volver obsoleto el término "vida privada" cuando en nuestros "muros" publicamos la comida que nos disponemos a comer, el paseo dominical con nuestras hijas, el carrito del supermercado con los víveres recién adquiridos, el pastel de la fiesta de cumpleaños de la señora... y todo aquello que alguna vez fue considerado como la parte sagrada de un ser humano, políticos incluidos: la vida privada.
Ahora, un kikereto playero no tiene nada de malo. Solo aquellos envidiosos que no tienen con quien, podrían criticarlo.