Por: Roberto Castelán Rueda (@CastelanRob)
Así, entre signos de interrogación. Porque a pesar de todos las loas al progreso, a la liberación y a la igualdad, alardeado trofeo de la modernidad, de la época en la que vivimos, lo cierto es que la pregunta se sigue planteando en un tono de sorpresa, de asombro: “¿en serio? ¿no estarás bromeando?”.
Inmediatamente seguiría la broma: “bueno sí, piensan pero en la cocina, en los niños, en el próximo vestido que se van a comprar”, porque a cualquier referencia seria que se haga sobre las capacidades intelectuales de las mujeres, siempre se va a anteponer la duda, la broma y la vulgaridad, todos ellos elementos masculinos empleados como un débil baluarte de su maltrecha “superioridad”.
Las mujeres piensan. Asómbrense. Siempre lo han hecho. También las mujeres son filósofas. También sus ideas han contribuido a la construcción del mundo, a pesar de que alguna vez, quién sabe en que tiempo, el tiempo y la fuerza bruta las desplazaron e intentaron hacerlas pasar desapercibidas. Las presentaron como la parte biológica de la humanidad: las madres, las reproductoras, las encargadas de guardar el fuego. Siempre tuteladas. Siempre resguardadas del otro, convertidas en posesión, en propiedad privada, en objeto de intercambio.
¿Cómo se llegó a esto? La historia nos debe mucho al respecto. Esa disciplina con nombre de mujer: “Clío” alguna vez tendrá que explicar el cómo, el cuándo y el porqué, surgió esta inequidad que se convirtió en miedo, odio y sometimiento. Alguna vez se tendrá que estudiar la historia oculta de la mujer que civilizó a Enkidú, el gran salvaje creado para detener a la barbarie desenfrenada del poder, después de pasar por el ardiente amor femenino, quien de la mano lo alejó de las bestias y le mostró el camino del ser humano. Tal vez ese fue su error. Lo pagaría caro.
Umberto Eco, escribió un artículo en el año 2003, ahora incluido en el libro “De la estupidez a la locura. Crónicas para el futuro que nos espera”, titulado “Filosofar en femenino”, en el que hace referencia a un casi olvidado libro de Gilles Menage, publicado en 1690: “Historia de las mujeres filósofas”.
En el libro, editado en español por editorial Herder, el autor investiga, “descubre”, 65 filósofas de la antigüedad a las que agrupa en 11 categorías. Llama la atención que, salvo el caso de algunas filósofas como la célebre Hipatia, las demás estén completamente ignoradas y no aparecen en las principales enciclopedias filosóficas actuales. Dice Eco al respecto: “He hojeado por lo menos tres enciclopedias filosóficas de hoy en día y de estos nombres (salvo Hipatia) no he encontrado ni rastro”.
¿Miedo? ¿odio? Hay que recordar que la mejor forma para deshacerse, o al menos intentarlo, de un pueblo, de una raza, de una cultura, es despojarle de sus principales rasgos de identidad. Arrancarles de su historia la memoria. Hacerles olvidar su lengua, su nombre, su religión, sus afectos. Despojarles de cualquier cosa que tenga relación con la humanidad. En palabras de Primo Levi, fomentar la duda si “esto es un ser humano”, para poder terminar con la existencia del ser humano, sin atentar contra su vida. Existencia y vida no son sinónimos.
El pretendido “triunfo” del hombre es ese: que la mujer viva sin existir. Que se le reconozco como un ser biológico, sin los atributos del ser humano, los cuales, obvio, resultaron ser masculinos. Por eso se pone en duda el que la mujer piense. La mujer intuye, siente, pero no piensa. Si piensa, si son capaces de hacer filosofía ¿de qué mas serán capaces? ¿De quitarnos nuestro poder sobre el mundo?
“No es que no existieran mujeres que filosofaban. Es que los filósofos han preferido olvidarlas, quizá tras haberse apropiado de sus ideas”, dice Umberto Eco al final de su escrito.
Romper los cánones, la forma, la metodología de la historia en masculino. Revisar el por qué desaparecieron en nuestros textos de filosofía, los aportes de las mujeres en su propia voz. Faltarle al respeto a la historia como única forma de restituirle a la mujer el lugar que le pertenece. Esa es la tarea.