Por: Jorge Covarrubias (@vivalitos)
Cada vez son más frecuentes en la ciudad los debates de la función del periodismo entre quienes lo ejercen profesionalmente: sí, reporteros y periodistas que se han tomado la libertad de cuestionar su actividad y las políticas editoriales que rigen en los respectivos medios de comunicación para los que trabajan.
En esas discusiones ha quedado de manifiesto las condiciones adversas en que se ejerce actualmente el periodismo, no sólo por el clima de violencia —que según datos de la Comisión Nacional de Derechos Humanos ha cobrado la vida de 125 periodistas del 2000 a la fecha— sino por una precariedad inherente al oficio mismo, que conlleva jornadas extenuantes, bajos sueldos, contratos temporales, nulas prestaciones de ley, y no pocas veces, obstáculos para sortear la censura desde adentro.
El ciclo Gente de Pluma llevado a cabo el lunes y martes de la semana pasada en el marco de la edición 49 de la Feria Municipal del Libro de Guadalajara, y el panel organizado el miércoles 3 de mayo por el equipo editorial de Territorio, convocaron a varios reporteros a un diálogo abierto con el público general en el que abordaron los desafíos y limitaciones que enfrenta el periodismo.
La discusión del ejercicio periodístico es más que pertinente, sobre todo cuando se ha hecho evidente que la confianza en los medios tradicionales de comunicación atraviesa por una crisis de credibilidad, alentada acaso por las instituciones de gobierno y consentida por los dueños y ejecutivos de los medios informativos.
En ambos foros se planteó la interrogante ¿Para qué sirve el periodismo?. Aunque con distintos matices, los reporteros que acudieron a ese ejercicio de reflexión coincidieron en que el periodismo tiene una función social: la de ser útil a sus lectores o radioescuchas, pero también reconocieron las limitaciones que se le impone a la prensa por intereses comerciales o personales.
Para muestra un botón: justo esa semana en la que se conmemoró el Día Mundial de la Libertad de Prensa, el conductor de Radio Universidad de Guadalajara, Ricardo Salazar, fue suspendido por hacer un comentario en su programa matutino ‘Start’ el cinco de abril, cuando (palabras más, palabras menos) se atrevió a señalar como flojos a los empleados adheridos al Sindicato Único de Trabajadores Académicos de la Universidad de Guadalajara (STAUDG).
Menos mal que no se le ocurrió hablar del cacique de la Universidad de Guadalajara, Raúl Padilla López, pues otra cosa hubiera sido. En su cuenta personal de Twitter, el conductor admitió la suspensión, pero no hizo más aspaviento de lo sucedido.
Hace un par de años un alto funcionario de la televisora de esa casa de estudios (Canal 44) me comentó en uno de esos cafés que abundan en Guadalajara, que el ‘Licenciado’ —como suelen llamarlo sus más cercanos colaboradores— es intocable. Otros medios se han encargado, a cuenta gotas, de consignar el dispendio del Licenciado en sus empresas parauniversitarias; de los gastos superfluos del rector Tonatiuh Bravo Padilla en la remodelación del edificio que alberga a la rectoría; y de las becas al extranjero con todos los gastos pagados a un selecto grupo que el ex gobernador Emilio González Márquez llamaba la ‘burguesía dorada’.
Si no es para destacar sus presuntos logros, no puede hacerse mención del Licenciado, ni de la Universidad de Guadalajara, a pesar de que es vox populi el uso patrimonialista que le dan a los recursos públicos.
Lo peor del caso es que un canal y una radio (Radio Universidad de Guadalajara) que se presumen públicas —porque usan dinero del erario-, sin aparente compromiso con nadie, tampoco pueden ejercer crítica a la administración del gobernador, Jorge Aristóteles Sandoval Díaz. Y ante ese panorama es más que pertinente la interrogante que se planteó en ambos foros.
En el panel llevado a cabo en la Feria Municipal del Libro de Guadalajara escuché a un fotógrafo de El Informador lamentarse porque muy frecuentemente los editores botan las fotografías que toma al mandatario jalisciense y prefieren usar las que son enviadas por la Dirección de Comunicación Social del Gobierno de Jalisco. La explicación que le otorgan al profesional de la lente es que las imágenes que envían de la dependencia son más acordes con el cargo del gobernador, como si la propia actividad política no implicara acciones grotescas.
En tanto, en el foro organizado por los jóvenes de Territorio —que convocó a un total de 11 profesionales de la comunicación y el periodismo— el periodista Pedro Mellado, hizo hincapié en el valor para contar la verdad “aunque te estés cagando de miedo”, y en la necesidad de emprender nuevos modelos de negocio en el ámbito periodístico para no depender por completo de los contratos gubernamentales.
Concuerdo con esto último, pues no sólo es necesario, sino urgente encontrar los mecanismos de financiamiento que permitan a los medios de comunicación liberarse de las condicionantes que imponen los actores políticos para ejercer una línea editorial de acuerdo a sus intereses. Quién no recuerda al ex jefe de gabinete del gobernador, Alberto Lamas, señalado en Proceso Jalisco por distintos empresarios de comunicación, de corromper el trabajo informativo a través de los convenios de publicidad, e incluso de pedir la cabeza de aquellos reporteros que resultaban incómodos a la administración de Aristóteles Sandoval.
Sobran las anécdotas del trato que dispensaba Lamas a dueños y ejecutivos de los medios de comunicación en el cara a cara. “¡Toma perro, esto es lo tuyo!”, cuenta un ex funcionario del gobierno estatal que esa era la manera como el ex jefe de gabinete entregaba al dueño del extinto diario La Jornada Jalisco, Juan Manuel Venegas, un fajo de billetes que tomaba de un cajón.
El productor de un conductor de noticias de radio me comenta que éste no tiene empacho en permitir que sus invitados —entre los que se cuentan diputados, regidores y secretarios del gabinete— tomen el micrófono y hablen lo que les dé la gana para lucirse. En otra emisión matutina los boletines de prensa son el principal activo de la información que se otorga a los radioescuchas. Y ante ese escenario uno se pregunta ¿Por qué mejor no viene a conducir a cabina el vocero del gobierno estatal?
Encabezado por el decano periodista —ya jubilado— Felipe Cobián Rosales, Proceso Jalisco ha sido hasta ahora el único medio de comunicación que ha documentado la subordinación de medios y periodistas locales hacia la administración de Aristóteles Sandoval, a través de convenios de publicidad. Tan sólo en el 2015 el titular del Ejecutivo autorizó más de 360 millones para difusión e imagen. Quienes están cerca del primer círculo de confianza del gobernador, aseguran que fue mucho más y que algunos dueños y ejecutivos de medios forjaron una fortuna con el reparto de ese monto.
Cobián solía decir que no se puede hablar de periodismo con tufo de poder y dinero, y bajo ese principio dejó al descubierto a algunas de las “estrellas locales”.
Con Pedro Mellado discrepo en la necesidad de que un reportero deba exponer su vida para desenmascarar la corrupción, sobre todo cuando las autoridades responsables de impartir justicia son indolentes y no han logrado esclarecer ninguno de los asesinatos ocurridos entre el gremio. Salida de redes sociales, algunos personajes ligados a la política y crimen organizado repiten como un mantra esa sentencia de que “el mejor periodista es el periodista muerto”, y uno no puede hacerse el valiente ante ese tipo de amenazas.
En el mismo panel organizado por Territorio, el periodista Rogelio Villarreal apuntó que entre los reporteros no tendrían porque existir dejos de “superioridad moral” o vernos como “buenos y malos”. Yo agregaría que no se trata de una cuestión de superioridad moral, sino de credibilidad, y para ganársela hay que hacer a un lado esos contratos que sojuzgan la libertad de prensa.
En el cierre de ese ejercicio de reflexión, un reportero de Tabasco tomó la palabra y sentenció en forma lapidaria que ya no nos cree la gente, y la más fría indiferencia se apoderó del gremio cada vez que asesinan a un compañero. No podría estar más de acuerdo con eso, sin embargo también creo que un periodismo más cercano a la gente es posible. La asistencia espontánea y copiosa de transeúntes al ciclo de Gente de Pluma me hizo pensar que al menos un segmento de la sociedad aún no ha perdido la fe en el buen periodismo.