Por: Vanesa Robles / Magis
28 de abril de 2024.- Como una verruga que recién germinó en la piel de la ciudad, el atadijo negro del camellón de la avenida Ávila Camacho exhala horror y atracción. Es una bolsa jumbo, no queda duda. Esta vez, el tumor brotó justo bajo las vías elevadas del tren eléctrico, entre las estaciones Plaza Patria y Circunvalación. Justo frente a la barda que separa la violencia de la metrópolis de la violencia de uno de sus cotos más opulentos en el municipio de Zapopan.
No se trata de una bolsa flácida, como otras regadas en las banquetas, los jardines y los baldíos de los ocho municipios de la Zona Metropolitana de Guadalajara. No: esta bolsa cubre un bulto más o menos sólido. Triangular. Geométrico. Voy notando sus detalles mientras la escudriño a 30 kilómetros por hora, en una espiral que se repite tres o cuatro veces.
No se trata de una bolsa flácida, como otras regadas en las banquetas, los jardines y los baldíos de los ocho municipios de la Zona Metropolitana de Guadalajara. No: esta bolsa cubre un bulto más o menos sólido. Triangular. Geométrico. Voy notando sus detalles mientras la escudriño a 30 kilómetros por hora, en una espiral que se repite tres o cuatro veces.
Es la madrugada de un miércoles de comienzos de 2024. Bajo la luz exigua de las luminarias y rodeado de lirios que se mecen con el vientecillo seco de febrero, el envoltorio permanece firme. Como si fuera un caramelo, alguien amarró la apertura de la jumbo con una cinta amarilla de barricada, de las que ponen en las calles rotas o en las escenas del crimen. La advertencia impresa en letras negras previene: “PRECAUCIÓN PRECAUCIÓN PRECAUCIÓN…”.
No recuerdo cuándo las bolsas negras se volvieron tan estelares en la vida práctica de esta ciudad donde cabemos cinco millones de personas. Todavía hace unos 20 años, en las casas forrábamos los botes para la basura con los últimos periódicos impresos de la historia. Ya desde milnovecientosochentayalgo tomábamos refrescos en bolsita, sí, pero las bolsotas eran caras y escasas.
Parece que luego hubo un boom de fábricas de polietileno en Jalisco —en 2022, uno de cada diez obreros con seguro social en la entidad trabajaba en la producción de plásticos—. Quizá por eso, en estos días una bolsa jumbo reforzada cuesta nomás seis pesos, como informa la dependienta de un establecimiento de productos para limpieza de la calle Lago Titicaca. Cuando le pregunto si cree que una persona cabe en una jumbo, la mujer me ve con susto, retrocede, me vigila.
Desconfía con razón. Así como Jalisco es el principal productor de bolsas y otros plásticos flexibles en México —pésima combinación—, en los últimos 15 años se volvió también el principal productor de personas desaparecidas, ejecuciones y cementerios clandestinos de cuerpos humanos.
El gobierno del estado reconoce 14 mil 459 denuncias por desaparición entre 2008 y 2023. Además, uno de cada cuatro cuerpos hallados en fosas en el país está aquí, en la Zona Metropolitana de Guadalajara. Cerca de la dependienta que me tiene miedo. Cerca de mí, que le temo al bulto de la avenida. Cerca de quien evita leer las noticias porque la realidad tiene la mala costumbre de amargarnos la existencia.
Aquí va una prueba. Escribo en Google: “2023 +jalisco +bolsas +restos +humanos”. Al azar, cliqueo sobre cinco o seis ligas de entre las 11 mil 700 que el buscador arroja. En febrero de 2023 alguien halló 14 bolsas en el bosque La Primavera, en un terreno que pertenece al municipio de Tlajomulco; en abril, otro encontró 15 bolsas en una colonia pobre y terregosa de Zapopan; los primeros días de junio, las autoridades localizaron 45 bolsas en un acantilado de 40 metros, en Guadalajara, cuando buscaban a siete empleados de un call center que habían desaparecido un poco antes. Quince, 14, 45 bolsas parecían demasiadas, pero no lo fueron: en noviembre, un colectivo de buscadoras dio con 119 bolsas en un terreno del bosque La Primavera, en el municipio de Zapopan…
El canal de televisión de Milenio1 hizo la cuenta: en 2023 aparecieron 19 fosas clandestinas y los cuerpos de 261 personas. Doscientas diecinueve estaban en Tlajomulco, el municipio urbano con más crecimiento. Gran cantidad de los cuerpos estaba en bolsas. Nadie vio cuando las dejaron. Nunca nadie ve nada cuando arrojan 10, 15, 45, 119 bolsas a la vuelta de su casa.
Sin embargo, en la nota de Milenio, una vecina de la comunidad Santa Ana Tepetitlán, en Zapopan, resume la ecuación de la violencia, la distracción y el polietileno. “Sentía pánico […] Venía a mi mente lo peor, pensando en que ya iba a ser algún otro fallecimiento, algún otro muertito, algunotra bolsita”.
Las bolsitas jumbo miden 75 centímetros de ancho por 90 de largo; tienen una solapa que aumenta su capacidad de volumen. Lo sé porque he tenido dos obsesiones nuevas desde mi encuentro con aquel bulto del camellón de Ávila Camacho. La primera es buscar en internet, a ver si a alguien más le pareció ver lo que a mí me pareció ver.
Nadie confirma mi sospecha; es decir, la sospecha de que el horror habitaba esa bolsa que tenía por moño una cinta que decía “PRECAUCIÓN PRECAUCIÓN PRECAUCIÓN”. Los diarios informan, en cambio, que a escasos dos kilómetros de ahí, una persona tropezó con una jumbo habitada, en una esquina de la colonia El Vigía.
Mi segunda obsesión son las bolsitas, su capacidad de provocar, con cierta razón, figuraciones tenebrosas. ¿A quién se le ocurre abandonar una jumbo con moño amarillo en el camellón de Ávila Camacho?, ¿qué hace una jumbo solitaria en la orilla del periférico?, ¿cómo llegó abajo del puente de las vías del tren? Con esas preguntas, una tarde mi familia me encuentra en la sala de la casa, entrando y saliendo de una bolsa.
“Cómo me dan miedo las bolsas negras”, confirma Lucy —familia extendida—, mientras contempla la escena con tensión: “En la calle, siempre me imagino que hay embolsados”. Embolsados, qué cosa. Como adjetivo no existe para la Real Academia Española, aunque califica a este momento histórico en esta ciudad.
En la noche, Lucy me mandará la liga del reporte en Facebook de un tal Charly Saucedo TV. Charly Saucedo, resulta, es otro obsesivo de las bolsas negras. Uno serio; él toma fotos de los hallazgos. Uno de sus relatos cuenta que en la avenida Las Agujas, entre las calles Hilo Roza [sic] e Hilo Amarillo, en Zapopan, un pepenador de botellas descubrió una bolsa con restos.
De todo esto Lucy fue testigo, así que ella añade que luego de mucho ruido de sirenas se descubrió que se trataba de perros. En el barrio alguien esparció el rumor de que, harta de una epidemia de garrapatas, una vecina envenenó a sus mascotas.
Restos, otra palabrota. Restos es el término forense para hablar de lo que queda del cuerpo que ocupó una persona. “Nosotras no aceptamos que se refieran a los muchachos como restos”, me dijo en abril una madre buscadora; “restos son los de la basura. Nuestros hijos no son basura, aunque los echen en bolsas”.
Hasta ese momento había pensado que el uso de las jumbo eran un asunto de economía —cuestan seis pesos, duran 500 años, prometen sus fabricantes—. Pero tal vez no sea el dinero lo que motiva su compra. “Usar bolsas de basura no es mezquindad, es una forma de negar la condición humana”, me corrige Mario Mercuri, un amigo experiodista. “El trato que se les da a los cuerpos enemigos siempre tiene un significado”.
En México, en Jalisco, al significado habría que añadirle la imaginación. Y no hay algo peor que la imaginación cuando se vuelve autoinmune. El psiquiatra y antropólogo Sergio Villaseñor Bayardo me contó que la Virgen de Guadalupe y el demonio eran alucinaciones compartidas entre los esquizofrénicos mexicanos. Eso fue hace 20 años.
Me pregunto si hoy, en un país enloquecido por la brutalidad, compartimos otro delirio. El delirio de que el horror acecha en el interior de algunas jumbo abandonadas como pasas secas en los espacios públicos de una ciudad que decidió entregar a sus hijos más jóvenes.