Por: Roberto Castelán Rueda (@CastelanRob)
Andrea Camilleri, escritor italiano de “novela negra”, conocido mejor por el gran público como el padre del ya famoso Comisario Montalbano, escribió un libro, una “historia absolutamente auténtica” sobre la mafia italiana en los años veinte del siglo pasado titulado “La banda de los Sacco”.
En él narra la historia de un hombre humilde, Luigi, quien con sacrificios, trabajo y esfuerzo logró formar una familia de hombres y mujeres trabajadoras quienes lograron hacer, un pequeño patrimonio al que dedicaban largas jornadas de trabajo en el campo y que les permitía llevar una vida sin lujos, digna, tranquila. Hasta que llegó la mafia a instalarse en sus vidas.
“He intentado contar -dice Camilleri- a través de este “western de la Cosa Nostra”, cómo la mafia no sólo mata, sino que, allí donde el Estado está ausente, también condiciona y trastorna irreparablemente la vida de las personas”.
Durante su lectura, sobre todo en los primeros capítulos, resulta imposible evitar hacer un paralelismo sobre la situación del México actual. Los mecanismos de la mafia, del crimen organizado como se le llama en México, son los mismos que en la Italia de inicios del siglo pasado, casi sin variables, como si ambos atendieran un manual de uso, como si, a pesar del tiempo transcurrido, los métodos, las acciones, los resultados, fueran en ambos casos, igual de efectivos. No hay necesidad de cambiar nada, para qué, si a pesar del tiempo, el viejo mecanismo aún funciona.
Y este mecanismo incluye la acción y la inacción del Estado, acción e inacción que a veces se confunden, o confunden a quien tiene una fe ciega en el Estado como garante y protector de sus derechos y de sus bienes.
La policía, el brazo armado del Estado, siempre está ahí, en donde está la mafia. Son inseparables, tanto, que hasta se podría decir que son uno mismo. Sin embargo, sus funciones son legalmente diferentes, hasta que llegan a complementarse.
“Los carabineros no pueden hacer nada contra la mafia, que campea a sus anchas por la comarca. Asisten impotentes a lo que ocurre. Como mucho, arrestan a un ladrón de poca monta que la mafia deja a su merced porque ha robado sin su permiso”.
A ese “la mafia deja a su merced”, en México le decimos “lo pone”, “lo entrega”, no lo delata, simplemente a aquel que quiere jugar por fuera de la estructura delimitada, permitida por la mafia, esta, por medio de un mecanismo cuyo acuerdo no necesita ni hablarse, ni firmarse, “le permite” a la policía saber quién es el infeliz delincuente “de poca monta” al cual puede echarle mano, sin ocasionar un conflicto con algún grupo mafioso.
La ley también termina por ceder terreno. Sin una ley fuerte, pareja para todos, la población cae en el desamparo, se sabe frágil, vulnerable en sus personas y sus bienes y tarde o temprano terminan por entregarse a la mafia, comenzando por su silencio, por su ceguera, hasta llegar a la completa colaboración con ella.
“Viendo que la ley no puede con ellos y que la gente no se atreve a rebelarse, la mafia es cada vez más prepotente”.
“Mire, las cosas son así. -Dice el mariscal de los carabineros a uno de los hermanos Sacco, quien por enésima vez ha ido a presentar una denuncia contra la mafia-. Aunque usted tuviera las pruebas y yo arriesgara mi vida y la de mis hombres para ir a arrestarlos, después de pocos días el juez instructor los dejaría en libertad. Y ellos se me reirían en la cara. Ya me ha sucedido. Y estoy cansado.”
Sin pretender rebelarse, el padre y los hermanos Sacco, terminaron rebelándose. En un esquema en donde los límites del Estado y de la mafia se confunden, lo peor es denunciar los actos de la mafia. Eso fue exactamente lo que hicieron los Sacco. El confiar en la ley fue el error que trastocó su vida y los llevó a ser más perseguidos que los grandes criminales de la mafia.
Los mecanismos legales en los que confiaron y pensaron que los iba a poner a salvo de la mafia, se volvieron en contra de ellos: los carabineros, los jueces y la misma población, antiguos vecinos, viejos amigos a los que incluso habían ayudado en tiempos de desgracia, les dieron la espalda, los criminalizaron, como decimos en México.
La novela es un ameno “western de la Cosa Nostra” como le llama Andrea Camilleri, que nos permite vernos en un espejo distante en el tiempo y en el espacio, pero reflejo de esa realidad que nos empeñamos en negar.