Por: Raúl Valencia Ruiz (@v4l3nc14).
Para mi amigo Luis Julián Castillo Murguía.
10 de septiembre de 2017.- Hubo un tiempo en el que la convivencia entre los habitantes de Lagos de Moreno y las aves que se posan en los cables de la zona centro de la ciudad era aceptable. En parte, porque se trataba de un fenómeno estacional y, quizá, porque las aves en cuestión eran las golondrinas inmortalizadas por Gustavo Adolfo Bécquer: «Volverán las oscuras golondrinas // en tu balcón sus nidos a colgar, // y otra vez con el ala a sus cristales // jugando llamarán […]» y es sabido, por todo el mundo, que los laguenses gustamos de la poesía.
Era tal su aceptación, que la ciudad y los pájaros se convertían en un único atractivo para los visitantes durante el otoño. Así, poco a poco, pese a las «molestias» que ocasionaban, las golondrinas fueron adoptadas como símbolo de la ciudad, pues figuraban en los carteles del festival Otoño en Lagos, que organiza el Centro Universitario de los Lagos, en las postales, camisas, tasas y demás souvenirs que algunos comerciantes ofrecen a los turistas, al igual que fueron incorporadas a la imagen de algunos establecimientos, o de las Fiestas de Agosto en Lagos. Con excepción de algunos de los residentes en la zona centro, a nadie parecía inquietar su arribo a la ciudad.
Sin embargo, algo cambió. En los último años no sólo las golondrinas han encontrado refugio en los cables de luz, sino que otras aves han convertido a la ciudad en su hábitat, para instalarse en las copas de los pocos árboles que pueblan las plazas públicas y el malecón del río de Lagos, o en las torres de las iglesias (que son muchas).
En su mayoría, los recién llegados, son tordos, pero también los acompañan palomas, torcacitas, zanates y una cantidad impresionante de garzas. Al cuestionarse sobre la presencia de todos estos pájaros, se podría decir que «uno no tiene la culpa de que los animales busquen su acomodo», Juan Rulfo dixit.
Pero también es cierto que debido a la buena cantidad de excremento que producen, su presencia puede llegar a constituir un riesgo a la salud pública pese a que, hay que decirlo, las autoridades sanitarias en el municipio se han mantenido ajenas a la situación.
Sería largo enumerar y detallar aquí todas las enfermedades que los desechos de plumas y excremento de los pájaros pueden producir, acaso las más comunes pueden ser las alergias, pero también la salmonelosis, la toxoplasmosis, la coccidia, la encefalitis y la enfermedad del Nilo son posibles, así como la presencia de parásitos en el ambiente como lo son las garrapatas.
El efecto más notorio de la presencia de todos estos pájaros, es el penetrante aroma a amoniaco en las inmediaciones del templo y rinconada de la Merced, que puede ocasionar intoxicación por nitrógeno ureico.
Hasta ahora, la única acción visible que se ha tomado por parte de las autoridades del municipio, ha sido la poda de algunos árboles. Pero, cualquier acción que se emprenda, necesariamente conlleva cuestionarnos las causas que dan lugar a este fenómeno.
En algún momento, sobre este tema, un especialista en la radio se limitó a decir que los pájaros tenían derecho a estar ahí. Me hizo imaginar una asamblea, en la que las aves debatían los puntos de su programa de acción para «ocupar» la ciudad y conformar un comité, un frente o alguna otra organización en defensa de sus intereses de especie.
Luego de dar rienda suelta a la imaginación, pensé en la probabilidad de que la cada vez mayor presencia de aves en la ciudad, corresponde a la alteración de nuestro ecosistema. Pese a su alto grado de contaminación, el río Lagos constituye una fuente de alimentación para distintas especies, ya sea por la proliferación de insectos, roedores e, incluso, la materia orgánica de nuestros drenajes. Aunado al hecho de que otras fuentes de agua, como lo son la laguna del pueblo de San Juan Bautista de la Laguna o los bordos de las rancherías, están secos durante largos periodos de tiempo.
Por otra parte, tan sólo en este año (2017), Jalisco ha sido la segunda entidad del país con el mayor número de superficie afectada por incendios forestales. Entre los meses de enero y marzo, de acuerdo con la Comisión Nacional Forestal (Conafor), se registraron 106 incendios forestales, muchos de los cuales ocurrieron en la sierra de Comanja, visibles a simple vista desde distintos puntos de la ciudad.
Más allá de si los pájaros tienen derecho o no a estar aquí, lo cierto es que su presencia corresponde al colapso de su hábitat por causas naturales o, más probable aún, por el impacto que la actividad humana tiene en el ecosistema.
Esta hipótesis se apuntala en el crecimiento de la marcha urbana en Lagos de Moreno y León de los Aldama, por la presencia de los campos eólicos en la zona, en fin, por la profusión de la actividad humana en espacios que, hasta hace poco, se mantenían al margen del «desarrollo».
Sería un error considerar que los efectos del cambio climático sólo son observables durante las inundaciones o periodos prolongados de sequía, por los huracanes o los terremotos, así como negar que las acciones inmediatas de nuestra actividad también acarrean otro tipo de alteraciones en el ecosistema del que somos parte. Para darse cuenta de esto, basta con contemplar a la ciudad y los pájaros.