Por: Alfredo López Casanova*
I
Los 19 de septiembre la ciudad de México olerán siempre a luto y sabrán a muerte. Este 2017, el recordatorio de aquel día de 1985, hace justo 32 años, fue un recordatorio brutal, una sacudida violenta que hizo volvernos a recordar el dolor de una tragedia, pero también la grandeza de la solidaridad de una sociedad cuando se organiza.
Dos horas después de que, como cada año, en algunas partes de la ciudad terminaban los actos de protocolos de seguridad contra sismos, volvió a temblar en la ciudad de México. Era la 1:15 pé eme.
No habían pasado ni media hora y la gente de la ciudad comprendió que había que organizarse y lo hizo una vez más, demostrándole al gobierno cómo deben hacerse las cosas. Las autoridades, pasmadas, no atinaron a responder con prontitud.
II
Mientras Miguel Ángel Mancera era entrevistado en radio a las cinco de la tarde y hablaba de cifras mínimas, tratando de ocultar las dimensiones de la tragedia, Los Topos y distintos grupos de protección civil ciudadanos ya tenían tres horas en distintos edificios hechos escombros: levantaban cascajos, movían tierra, sacaban personas.
Mientras Enrique Peña Nieto declaraba la activación de los planes de emergencia, brigadas de estudiantes y profesores de medicina de distintas universidades instalaban carpas para atender a los heridos.
Las instancias gubernamentales tanto federales como locales llegaron tarde y cuando lo hicieron desplazaron a las personas que llevaban horas quitando escombros. En muchos de los casos esto les serviría para el lucimiento al “glorioso ejército mexicano”: portaban entre sus brigadas equipos de cámaras para filmar sólo los movimientos de salvamento de sus cuadrillas militares.
III
En las calles de Ámsterdam y Laredo, colonia Condesa, se derrumbó un edificio de departamentos. Brigadas de civiles se organizaron y a las 2 de la tarde ya estaban quitando escombros. En el transcurso de tres horas rescataron a seis personas con vida. El ejército llegó hasta las 7 de la noche, y cuando llegaron hubo forcejeos, pues los militares, prepotentes, desplazaron a voluntarios para tomar el control del sitio.
En un recorrido por la zona se pudo observar a jóvenes con picos y palas a los cuales les impedían entrar a zonas de rescate, ello aunque estuvieran acreditados en cursos de salvamento. Llevaban horas esperando para ingresar a la zona, y el ejército decía no, no y no. Un hombre de 60 años equipado para labores de rescate, les cuestionó a los militares que le impedían el paso que le dijeran porqué no lo dejaban entrar. Se desgañitaba, se desesperaba y les mostraba fotos de todos los lugares en los que había estado laborando como rescatista. Un Topo, un viejo Topo que ayudó en Chile, en Perú y cuando las Torres Gemelas de Nueva York, pero que aquí, en su país, de nada servía porque le impedían el paso los militares. Éstos se limitaban a decir: “son órdenes”.
A lo largo de toda la calle Ámsterdam había largas hileras de jóvenes, niños, mujeres y hombres de todas las edades que iban pasando de mano en mano baldes llenos de escombro, piedras, cascajo, hasta llegar al camión de carga. Mientras, a los lados, se escuchaban gritos: “¿Quién quiere una torta?”, “café, café, aquí hay café”. Una voz preguntaba a lo lejos: “un médico, un médico”. Un hombre saltó como si fuera un resorte: “aquí, aquí estoy”. Muchos aplaudieron.
Eran pocos los militares que estaban activos en la limpia de escombros de los edificios,los otros hacían como que trabajaban, agarrando los lazos que impidieron entrar a los civiles. La gente los miraba con recelo. Una muchacha los cuestionó: “¿y ustedes, porque vienen armados, debería mejor traer una pala o un pico”. Otros militares se la pasaban dando órdenes y otros más veían sus celulares.
IV
En la calle de Huichapan y Ámsterdam se desmoronó otro edificio, y era más o menos la misma historia. Ahí llegaron los de la Armada de México y tomaron el control, desplazando a las brigadas de scouts. Antes de que arribaran los de la milicia se habían sacado ya a 7 personas muertas y se hablaba que había por lo menos otras ocho estaban atrapadas. La armada puso lazos que impidieron la entrada a cuadrillas de civiles dispuestos a trabajar y equipados con materiales necesarios.
Toda La Condesa estaba a oscuras. Muchos cargaban sus lámparas. Se corría el rumor de que había gente que, aprovechando el caos y especialmente la oscuridad, había comenzado a asaltar. Por las dudas, fuera verdad o no lo que se decía, las personas se movían en parejas o en grupos de 3 y 5.
Un grupo de scouts intentaba llegar a al edificio de oficinas 234 de la calle Álvaro Obregón. Las medidas de protección para entrar eran más rígidas. La gente que estaba esperando ahí hablaba que por la tarde, a eso de las cinco, pudieron rescatar por lo menos a 18 personas vivas, pero temían que hubiera muchos, pero muchos muertos bajos los escombros.
V
La glorieta de la Cibeles: la plaza de la solidaridad
En La Cibeles había centros de acopio. Las personas en la plaza se organizaron de manera espontánea desde los primeros minutos después del sismo. En una esquina estaban recolectando cobijas, sábanas y ropa. Muy cerca de allí muchos jóvenes paramédicos y estudiantes junto con doctores recibían cajas y cajas de medicina que iban organizando y clasificando. Mientras, una gran carpa acopiaba agua embotellada y despensas. Allí no estaba ni Ejército ni La Marina ayudando, ni la policía de la ciudad. Allí estaba la sociedad civil que nuevamente se organizaba desplazando en rapidez y efectividad a los que dicen gobernar esta ciudad.
VI
El 19 de septiembre de 2017 fue día maldito que volvió a castigar a la Ciudad de México y a los estados de Puebla, Morelos y México. Pero también ese volvió a renacer la solidaridad del pueblo que sabe cómo responder y abrazar a quien lo necesita.
Uno se pregunta si no sería prudente decirle a los que dicen que gobiernan esta ciudad que dejen de lado sus aspiraciones políticas y que se pongan a trabajar en medio de la urgencia de esta catástrofe. Digo, es su obligación y para eso se les paga. ¿O no?
El saldo todavía no es posible cuantificar porque en la medida que pasan las horas, las cifras de muertos y heridos crecen.