Por: Roberto Castelán Rueda (@CastelanRob)
Si siguen con esa propuesta de innovación estética, no duden que el mismísimo presidente de la república, don Adolfo López Mateos, acompañado por el señor Fidel Velázquez, con el Huapango de Moncayo como música de fondo, vendrá a inaugurar el conjunto de las esculturas monumentales.
Un homenaje al poeta con un árbol dentro de una maceta artesanal, una “plumota” en honor a los periodistas caídos y una virgencita esquizofrénica rodeada de calaveritas como símbolo del mestizaje no son la mejor muestra del vigor creativo de los artistas jaliscienses.
Si estas obras con los temas y su forma de representación se hubieran inaugurado a mediados del siglo XX, de manera oficial con toda la pompa y circunstancia como se acostumbraba por aquellos tiempos, habrían tenido una mejor aceptación porque su lenguaje estético corresponde a las necesidades culturales de reafirmación de la nacionalidad mestiza de la época.
Tal vez el “arte oficial”, o el arte patrocinado desde las oficinas de gobierno, no puede desprenderse de su “obligación” a representar aspectos relacionado con la eterna construcción de la patria: el artesano, el creador que ofrenda su vida, el elemento religioso de unidad identitaria, son temas buscados, y empleados casi de manera obligatoria, por los artistas públicos que aún se sienten con la necesidad de contribuir con su arte a la conciencia de los mexicanos.
El arte promovido desde los palacios municipales, hasta la fecha siempre ha sido un desastre, porque en lugar de exponerse e impulsar lenguajes innovadores privilegiando la completa libertad creativa del artista, prefieren constreñirla y dan prioridad a las necesidades estéticas, si es que estas existen, de la ciudad, con su indispensable dosis de “mensaje concientizador para la posteridad”.
La ciudad, las ciudades no necesitan del “arte representativo de la mexicanidad”. Los artistas contemporáneos no están obligados a renovar los votos temáticos de sus antepasados para refrendar su misión de pedagogos o de formadores de conciencia, a través de otras formas, ni siquiera innovadoras, de representar al maíz, al nopal, a la virgen, al indito, al charro, a su caballo, a la naturaleza agreste del campo mexicano, los oficios, el esfuerzo, la maternidad y otros temas supuestamente claves de nuestra “identidad como mexicanos”.
Después de tantos años de debates sobre el arte identitario, el arte con sentido social, el arte para crear conciencia, seguimos atorados en las mismas viejas soluciones estéticas, carentes de imaginación, de propuesta sobre la forma, la perspectiva, los materiales y seguimos produciendo una escultura añeja, tradición suspendida tal vez solo por Goeritz, González Gortázar y Colunga.
En lo personal, espacio en donde se rompen géneros según los que saben, me gustaría encontrarme en las calles de Guadalajara con una escultura representando a esas parejas que frente al abismo, a la destrucción de la humanidad, ante el horror del mundo, solo encuentran refugio en el amor desesperado, en el abrazo cálido de su desesperanza expresada con fuerza agresiva, de íntima rebeldía, moldeada con maestría, con el empleo de materiales pesados, secos, por Antonio Ramírez.
O encontrar por ahí, en alguno de los múltiples lugares de negocios de la aristocracia lavadora tapatía, una figura esperpéntica, ofensiva, agresiva, burlesca, con sus manos torcidas, las venas a punto de estallar, los surcos de sus arrugas y la mirada vacía, esculpida desde el sentimiento de infelicidad de El Infeliz, el gran Gilberto Ortiz, como un recordatorio irónico a la banalidad de la esperanza.
Arriesgarse a romper. Abandonar las viejas estéticas de lo políticamente correcto, buscar la belleza, si de eso se trata, en otro lado, en otros rasgos, en otros barrios, en otras formas de ver el mundo. Innovar. Ver el mundo y cuando menos, intentar ser sus contemporáneos. Deshacerse del lastre de lo atávico, aunque a quienes gobiernan les parezca una traición a la patria, un insulto a los contribuyentes.
De continuar con la línea estética que hasta ahora sigue el “Proyecto de Arte Urbano”, se hará necesario reconocer en José Clemente Orozco al único y verdadero artista de vanguardia de los siglos XX y XXI en Jalisco.
Aunque en lo personal sigo insistiendo que en el caso del “Proyecto de Arte Urbano”, la discusión no es estética, no concierne al arte y los artistas, sino a la vigencia de la democracia sobre el totalitarismo, del consenso contra la imposición, de la transparencia contra la corrupción.