Por: Rafael Villegas (@villegas)*
1) Vi en el tren ligero a dos muchachos que se abrazaron cuando subieron al vagón en la estación Periférico Norte. Era viernes, yo regresaba del trabajo y faltaba un día para la Marcha por la Familia.
2) El 10 de septiembre, el sector más conservador de Guadalajara ocupó unas diez cuadras sobre Avenida Vallarta, entre la glorieta de La Minerva y Avenida Unión. Kilómetro y medio, entre 30,000 y 60,000 personas.
El Frente Nacional por la Familia, en sus ganas de parecer más, contó casi 300,000 personas vestidas de blanco. Misterios de la vista a ras de suelo, confusión común en cualquier marcha.
Inflar números es minucia en un movimiento que ha hecho de la mentira y el franco alarmismo sus principales herramientas de convencimiento.
3) Se vieron muchos y vestidos igual. Se reconocieron y supieron que no estaban solos en esto, lo que sea que “esto” signifique. Al final, se declararon mayoría. Y en la democracia las mayorías mandan, dicen, no las minorías.
No consideran que las marchas sólo representan a quienes las conforman. Es decir, ninguna reunión de personas caracteriza a la totalidad de una comunidad.
El año pasado, la FIL Guadalajara recibió a más de 700,000 personas y seguimos oscilando sobre los mismos índices de lectura.
Cerca de medio millón de personas provenientes de varias partes del mundo asistieron hace unas semanas a la Santa Cena de la Iglesia de la Luz del Mundo y, bueno, nadie pone en duda el predominante catolicismo tapatío, aunque éste sea muy variado en sus convicciones y prácticas, así como en el grado de independencia respecto a las autoridades eclesiásticas.
4) Las aglomeraciones y las marchas visibilizan, eso sí. En este caso, pudimos ver lo que ya sabíamos: que en este país y en esta ciudad existe el conservadurismo radical y que está muy bien organizado, por lo menos para coordinar el “traslado” de algunos miles de fieles en autobuses (incluyendo algunos de la UAG) que fueron estacionados sobre Circunvalación Agustín Yáñez, Washington y Niños Héroes.
5) “Guadalajara es un rancho”, aseguran los conservadores, con la tranquilidad de que en los ranchos, al final del día, nada pasa. “Guadalajara es un rancho”, coinciden los progresistas, temerosos de que un rancho, en efecto, nada pueda cambiar.
Ambas posturas reducen y preconciben. En Guadalajara vivimos casi cinco millones de personas. Alrededor del 1 % de los tapatíos marcharon. Como en cualquier marcha, los números pueden ser duros, pero engañosos.
El gentío se vuelve aparente, una clara minoría entre una sociedad diversa y contradictoria que ningún eslogan podría aspirar a simplificar. Por eso la campaña “Guadalajara Guadalajara”, con su reutilización de lugares comunes del provincianismo de mediados del siglo XX, puede funcionar como trampa turística, pero se ve venir su fracaso como marca de ciudad. Ahora mismo, un punto de identidad para una ciudad como ésta no sólo es imposible, sino indeseable.
6) Según el libro Ilustración de las familias en México, poco más de la mitad de las familias mexicanas no están conformadas por padre, madre e hijos. En nuestro país predomina una combinación de madre sola con hijos (16.8 %), unipersonal (11.1 %), padres, hijos y otros parientes (9.6 %), nido vacío o padres mayores de sesenta años después de que sus hijos dejan el hogar (6.2 %), pareja joven sin hijos (4.7 %), co-residentes (4.1 %), familia reconstituida (3.8 %), padre solo con hijos (2.8 %) y, con una presencia ínfima, parejas del mismo sexo (0.6 %), punta de lanza del temidísimo Imperio Gay. Da la impresión de que el Frente Nacional por la Familia se comenzó a preocupar por el supuesto derecho de los niños a tener mamá y papá sólo cuando esto le sirvió de argumento para marchar por la desigualdad. “Sin familia no hay patria”, sostiene el FNF al talante del franquismo, pero con diversidad familiar hay sociedad.
7) Tampoco soy tan optimista. No importa que sean muchos o pocos los que marcharon el 10 de septiembre. Ahora veremos qué tan influyente es esa minoría. Se vio a políticos, empresarios y, claro, líderes religiosos entonar el “Cielito lindo” con la letra modificada por el gozo sobrenatural de la “familia natural”.
8) No sólo se trata del matrimonio igualitario, sino de la permanencia del Estado laico. Tal vez la educación pública ha fracasado en enseñarnos las bondades de la secularización. Es posible que todo esto me importe porque pasé mi infancia y adolescencia como protestante, antes de renunciar a la profesión de cualquier religión.
Sin este accidentado Estado laico mexicano, imagino, hoy sería un ciudadano de segunda. Por eso es de risa la ingenuidad con que los evangélicos, organizados por el Partido Encuentro Social, se han unido a los ultracatólicos en este movimiento. No han considerado que sin el Estado laico su profesión de fe no estaría garantizada. Ninguno de esos ultracatólicos con los que ahora marchan velará por la libertad de culto de sus “hermanos separados”. No lo hicieron antes, no lo harán ahora.
9) El matrimonio civil poco ha importado históricamente a los cristianos en general. Vamos, que hace no mucho el matrimonio civil ni siquiera era considerado válido o, por lo menos, deseable, para los creyentes católicos. Basta echarle un ojo a la parafernalia ritual que acompaña cualquier matrimonio religioso y compararla con la usual parquedad del matrimonio civil. Como sea, creyentes y no creyentes hemos sabido asumir en cualquier boda la diferencia entre lo civil y lo religioso.
El Frente Nacional por la Familia busca, en cierta forma, homologar ambas clases de matrimonio. Quieren hacer del matrimonio civil un sacramento. Se dicen perseguidos por un Estado laico que no los ha dejado, hasta ahora, hacer de la constitución un catecismo.
10) Las relaciones entre el antes y el ahora son esenciales en todo esto. No regresaremos al medievo, imposible, cada época se debe a sí misma. Sin embargo, algo de lo peor del pasado ha entrado al presente sin tocar la puerta: el autoritarismo. No nos hemos recuperado de nuestras decepciones con la historia reciente.
Me temo, a veces, que ya no queremos futuro, que ya no somos capaces de “hacer” futuro. Damos vueltas sobre lo mismo y, quizás impulsados por la acumulación de infinidad de culpas por los errores y horrores del pasado, hoy no se nos ocurre algo mejor que traer de vuelta alguna u otra forma de la autoridad total, la que nos estandarice como sociedad, la que nos resuelva de golpe el penoso inconveniente de no estar de acuerdo con los demás.
Algunos marchan a favor de la desigualdad y por la posibilidad de que lo religioso defina la vida civil de un país heterogéneo; otros, desde Facebook y Twitter, exigen las cabezas de quienes disienten con el consenso “progre”.
11) Me preocupa que no estemos a la altura de nuestro tiempo, que nos convirtamos en la generación que no supo qué hacer con su libertad.
12) Un día antes de la Marcha por la Familia, vi a dos muchachos que se abrazaron cuando subieron al tren. Inspirado por esos héroes anónimos de la indignación viral, saqué mi celular.
Estaba listo para grabar cualquier posible muestra de rechazo contra los muchachos. Pensé, prejuicioso, que algo haría la señora que veía sus besos a un paso de distancia. Nada sucedió, ni un gesto mínimo de intolerancia. Cuando me bajé del tren en la estación Urdaneta, los muchachos seguían abrazados. Así viajaron a través de 11 kilómetros o más de esta ciudad.