Por: Roberto Castelán Rueda (@CastelanRob)
Varias voces claman por limitar, normar o de plano prohibir a los llamados "teléfonos inteligentes" (smartphones) en las aulas tanto escolares como universitarias.
En diversas publicaciones de las redes sociales se emiten toda clase de "consejos" para evitar que los estudiantes entren con sus dispositivos móviles a clases, desde sofisticados casilleros individuales dispuestos a la entrada del salón para que cada alumno deposite ahí su teléfono, hasta la propuesta, tal vez llevada a cabo en algunas escuelas, de revisar las mochilas a la entrada del establecimiento escolar, con su consiguiente confiscación del aparato en caso de que un alumno pretenda ingresarlo.
Hay directoras y directores que "castigan" por determinados periodos de tiempo, según la falta, a quienes sorprendan usando sus celulares en el aula.
Todas estas acciones dan la impresión de que estos dispositivos representan una amenaza para la educación que se imparte en las aulas, como si no tuvieran nada que ver con las actuales formas de adquirir conocimiento. No sé si mejores o peores que antes, simplemente diferentes, adecuadas al nuevo tipo de joven estudiante que pueblan las aulas. Y todos los demás espacios de la sociedad, por supuesto.
El niño, el joven actual no es como fuimos nosotros. Esto lo explica muy bien el filósofo francés Michel Serres: viven en lo virtual, ya no tienen la misma cabeza, ni habitan el mismo espacio, accede al conocimiento de manera diferente a la que lo hicimos los adultos y mira con desconfianza al antiguo "cuerpo del sabio", a la biblioteca viviente, como se consideraba al "cuerpo docente del pedagogo".
Limitarles el uso de sus teléfonos inteligentes en la escuela, es una forma de limitar su propia existencia: "Por el teléfono celular acceden a cualquier persona; por el GPS, a cualquier lugar; por la red a cualquier saber: ocupan un espacio topológico de vecindades, mientras que nosotros vivíamos en un espacio métrico, referido por distancias (...) Sin que nos diéramos cuenta, nació un nuevo humano..." dice Serres, un hombre de más de ochenta años preocupado por comprender al mundo que nace.
Por donde se le vea, reglamentar el uso de los teléfonos celulares a los estudiantes en un acto anti pedagógico, no solo va en contra de las nuevas formas por medio de las cuales los jóvenes estudiantes acceden a diversos saberes; también se les enseña con ello que la prohibición es un recurso efectivo de control social.
La prohibición se convierte en un ejemplo para su comportamiento a futuro. El establecer límites para el control de las posibilidades del otro, será visto como un mecanismo de convivencia social a partir de la dominación, sin darse cuenta de la perversión que el acto conlleva.
Por otro lado, está prohibición también pretende ponerle límites al uso, o los usos de la tecnología, desde la visión de quienes ignoran las posibilidades de esta. Los adultos ajenos desde su nacimiento y renuentes en su madurez a la tecnología, se resisten a adaptarse a un mundo que desconocen, que les es extraño y le temen. Por eso le prohíben. Les resulta más fácil limitar, normar o prohibir que comprender, transformar y adaptar sus antiguas formas de transmitir el conocimiento al nuevo individuo que tienen enfrente.
Muestran su incapacidad de innovación, de transformar el aula en un espacio creativo y el temor a enfrentarse con docentes adultos, temerosos, para formarlos, o al menos intentarlo, en las nuevas formas que está adquiriendo la transmisión de saberes.
Hay en ello una renuncia, una derrota decidida de antemano a adaptarse a la velocidad y los cambios de los tiempos actuales.
Una cosa importante: sería bueno conocer a qué exactamente se refieren cuando hablan del "mal uso" de estos dispositivos. Para explicarlo y comprenderlo, habrá que recurrir a la olvidada ética.