Por: Adrián Acosta Silva
18 de mayo de 2025.-“El mundo entero es un escenario, y todos los hombres y mujeres son meros actores. Tienen sus y salidas y entradas; y un hombre, en su tiempo, interpreta muchos papeles”, escribió Shakespeare en su obra As You Like It (“Como guste”), hacia 1599.
La frase tiene sentido como ironía y descripción, aunque suele utilizarse también para comprender las contradicciones y paradojas de las actuaciones de los individuos en las esferas públicas, privadas o secretas de la vida moderna. Shakespeare, al igual que los antiguos griegos, identificaba con una metáfora teatral las múltiples máscaras y roles que desempeñamos todos, todo el tiempo.
El punto clave del asunto es ubicar el escenario de las mascaradas. Y aquí existen siempre intérpretes destacados, a los que siguen espectadores con algún interés. En los escenarios de la política, los actores suelen ser maestros de las máscaras y ropajes de ocasión. Se mueven siempre entre la comedia y la farsa, entre las cursilerías, los dramas y rituales del momento. El sociólogo británico Richard Sennet ha retomado recientemente el tema de la política como performance en su libro El intérprete. Arte, vida, política (Anagrama, 2024), para explorar las múltiples relaciones entre las representaciones del poder del arte o de la política en la vida social contemporánea.
Estas representaciones encarnan en individuos (las/los) con nombre y apellido, que expresan el peso de las máscaras y disfraces adecuados para la ocasión. Están los cínicos y los hipócritas, los demagogos y los ingenuos, los bienintencionados y los siniestros. Algunos desarrollan sus trayectorias entre rituales de solemnidad y fiestas de celebración, pasando de actores a espectadores, vistiéndose de funcionarios, de ciudadanos responsables o de amorosos padres o madres de familia. La política como arte o profesión exige nadadores de aguas superficiales, no buceadores de aguas profundas. Se sienten cómodos en cualquier escenario en el que reciban la atención y las luces de los reflectores de medios y redes. Un político es adicto a la fama y al poder, vive de la potente droga que proporcionan el puesto y la influencia. Interpretan papeles que representan con mayor o menor fortuna a lo largo de sus vidas, que alternan con breves o largas temporadas en el infierno de la indiferencia pública.
El mismísimo Nicolás Maquiavelo, el autor de El Príncipe, relataba en algunos de sus pasajes la experiencia de pasar de representar a un alto personaje de un funcionario en desgracia, vestido con toga, a un simple súbdito de ropas simples encerrado en su casa conversando con los fantasmas de su propio pasado.
En las tierras raras de la política mexicana abundan ejemplos. Exfutbolistas convertidos en funcionarios polémicos y políticos corruptos; predicadores usando tribunas republicanas; académicos en escenarios de decisiones políticas, manchando con polvos de otros lodos sus reputaciones e intereses; escritores e intelectuales convertidos en apologistas de un régimen político, usando las máscaras viejas o nuevas de la impostura para defender causas impresentables o indefendibles. El mundo es, efectivamente, un escenario.