Por: Jorge Covarrubias (@vivalitos)
23 de agosto 2016.- Leo con interés y cierto morbo las reacciones que ha suscitado en redes sociales el reportaje que dio a conocer la noche de este domingo el equipo de investigación de Carmen Aristegui, y lo primero que ha llamado mi atención son las críticas virulentas hacia el grupo de reporteros que reveló una serie de plagios cometidos por el presidente Enrique Peña Nieto en su tesis para graduarse de la licenciatura en derecho.
Desde mi punto de vista no es un tema menor porque el plagio es una forma de robo, un acto execrable que demuestra la incapacidad intelectual y baja estatura moral de quien recurre a él para escalar posiciones, sin embargo lejos de reconocer ese esfuerzo del grupo de reporteros, me he encontrado con diatribas ácidas de colegas porque el reportaje no logró superar la expectativa que tenían del mismo. Quizá el error de Aristegui fue haber hecho un anuncio tan pomposo en un video cuya duración es casi del mismo tiempo que el reportaje presentado.
No obstante, cualquier reportero medianamente informado y que por lo menos haya hecho una solicitud de información sabe del valor que tiene una investigación periodística, por lo que resalta sobremanera que las críticas sean en contra de la periodista y su equipo de colaboradores. Resulta más insólito que las críticas provengan de espacios donde rara vez (por no decir que nunca) se ejerce el periodismo de investigación.
A nivel local tenemos un conductor que destina casi diez minutos de televisión para quejarse de que no le llevaron su pizza a tiempo, otro que denigra a una mujer en un acto público sólo por ser edecán, un directivo que disfruta de poner imágenes de mujeres en paños menores en la portada de su diario para “mejorar las ventas”, otro más que fue acusado de acoso sexual por sus propias alumnas, otro que fue despedido presuntamente por vender sus entrevistas, otro que gusta de twittear en sus redes sociales los restaurantes a los que acude, y otros tantos que se desempeñan como ejecutivos de cuenta y presentadores de noticias.
El plagio es de sobra conocido entre nuestra fauna política local, pero no por eso deja de ser aberrante, es una práctica frecuente entre los diputados del Congreso Local, -quienes incluso han llegado a casos ridículos de hacer copy–paste de páginas como el Rincón del vago o Wikipedia- y también de supuestos académicos de la Universidad de Guadalajara. Cito el caso del ex rector del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño de la Universidad de Guadalajara, Mario Alberto Orozco Abundis, de quien el diario El País se encargó de ventilar que había plagiado al menos 84 fragmentos en su tesis doctoral, aprobada por la Universidad Politécnica de Cataluña. El tema sigue en capilla, aunque no haya merecido ni siquiera una amonestación del rector general de la casa de estudios, Tonatiuh Bravo Padilla.
Inmersos como estamos en una sociedad abatida por la violencia del narcotráfico, con miles de personas desaparecidas, gasolinazos frecuentes y una economía que se está yendo al barranco, no sorprende que el reportaje haya sido vilipendiado, si lo que atrapa más en el cotidiano son las portadas de “levantones”, y la captura de los capos más sanguinarios.
No en vano Alejandro Palma Argüelles tuvo la inspiración de mencionar que “si Kafka hubiera nacido en México, sería un escritor costumbrista”. Sin embargo a la luz de la reforma educativa – que ha costado sangre y muerte a los docentes- resulta todavía más importante el hallazgo del grupo de reporteros que encabeza Aristegui.
Siempre hemos sabido que un segmento de la clase que gobierna es inculta e ignorante, y que arriba a los puestos de orden público sin la mínima preparación para ejercerlos, con la única finalidad de aumentar su patrimonio personal. Para muestra basta un botón, y ahí está el caso del delegado de la Semarnat en Jalisco, Sergio Hernández González, contador público de profesión a quien no le importa un cacahuate no entender nada del medio ambiente y usurpar un cargo para el que no tiene perfil.
Por eso insisto en que la revelación de un plagio no es un tema menor, lacera la dignidad y credibilidad de quien lo comete. El escritor peruano Alfredo Bryce Echenique no la pasó nada bien cuando en el 2012 se tambaleó su nominación al Premio FIL de Literatura que se entrega anualmente en la Feria Internacional del Libro, y obligado por la oleada de críticas tuvo que ausentarse de la ceremonia.
Que el presidente haya cometido un plagio y se le tome a la ligera es un mal indicio, un signo evidente de la descomposición social que vivimos pues envía un mensaje de impunidad. Si en otros países han dimitido ministros por este delito ¿Qué es entonces lo que marca la diferencia en México? La corrupción y el autoritarismo de quien rehúsa someterse a la legalidad porque cree que la presidencia es un salvo conducto de impunidad. Si como sociedad queremos avanzar en el debate poco abonamos matando al mensajero.