Por: Roberto Castelán Rueda (@CastelanRob)
Ilustración: Bruno Aziz/Flickr
Desde hace más de cuarenta años imparto clases en educación media superior y superior. Antes en una secundaria nocturna "por cooperación". En todos esos años nunca consideré necesario emplear un lenguaje propio de la llamada "habla popular" ni el conocido como lenguaje soez, vulgar o insultante frente a los alumnos que me escuchaban. Tampoco lo empleo en las conferencias, cursos y charlas que de cuando en cuando imparto. Insisto, no lo considero necesario, no me hace falta incluso cuando se trata de ejemplificar alguna situación en donde este tipo de lenguaje es empleado con total familiaridad.
Sin embargo, ni me opongo a su uso en el aula, ni mucho menos me atrevería a condenarlo. Ni siquiera a juzgarlo. Repruebo, y lo hice en mis funciones de rector de centro universitario y de director de escuela preparatoria, el uso de ese lenguaje entre profesores, entre estudiantes y entre profesores para dirigirse a estudiantes como una forma aceptada de comunicación en situaciones cotidianas. Porque creo que en las instituciones académicas debemos transmitir y aprender el uso correcto del lenguaje, el cual conlleva también, el respeto entre quienes lo emplean.
En la vida diaria de las instituciones educativas, la mejor herramienta de comunicación y de aproximación al conocimiento, no puede ser menospreciada con formas de uso corrientes o vulgares. El lenguaje "la casa del ser", debe enriquecerse y protegerse porque en él está implícita la cultura, la forma de ver la vida de un pueblo. Y cuanto más limitada es ésta, más estrechos se vuelven los horizontes culturales del mismo.
Pero ¿qué sucede cuando el lenguaje de la calle, o del hogar encabezado por un maltratador de mujeres llega al aula? ¿Cuál es su límite? ¿Debería de establecerse un límite? ¿Quién podría hacerlo?
Pienso en la literatura, que es el aula universal por excelencia, el más grande y libre espacio de aprendizaje que el ser humano haya creado. Pienso inmediatamente en el poema Las Palabras, de Octavio Paz: "Dales la vuelta,/ cógelas del rabo (chillen, putas),/ azótalas..." esa invitación a sodomizar a las palabras, a chuparles la sangre, a caparlas, desplumarlas, arrastrarlas, nos invita a quitarle el bozal al lenguaje y echarlo a retozar por el mundo, para que se alimente de otros lenguajes.
¿Qué habría pasado con la literatura de Julio Cortázar si no hubiera conocido de la mano del desconocido novelista argentino Roberto Arlt, quien en palabras del Gran Cronopio: "...sabía abrir los ojos al lenguaje popular, al lunfardo de la calle..."? sin esa formación juvenil, sin ese acercamiento a un lenguaje hasta cierto punto ajeno al "ideal de perfección estilística profundamente refinada" ¿existiría el Julio Cortázar que hoy conocemos?
Bueno, me dirán, pero Cortázar nunca escribió empleando ese lenguaje; en toda su obra son muy escasas las referencias a un lenguaje popular, mucho menos vulgar. Sí, pero se acercó a él, lo vivió como una de las influencias decisivas en su juventud: lo conoció por medio de un gran escritor de su época. Sin duda, también lo conoció en la calle, en los bares de la vieja ciudad de Buenos Aires, pero el que ese lenguaje se haya acercado a él por medio de la literatura, le permitió ver que el lenguaje no necesariamente tendría que mantenerse dentro de los cánones dictados por la "perfección estilística".
Hay un lenguaje que existe fuera de dicho canon. Y ese es el punto inicial de esas líneas: ¿debe entrar ese lenguaje con su fuerza, con toda su crudeza a los espacios asépticos, elitistas del aula universitaria, y de la literatura? Desde mi punto de vista, sí, sin ninguna duda.
Volvamos a la literatura y piensen en cuántos autores, grandes autores, serían censurados, excluidos de las aulas universitarias tan solo por el pecado de usar un lenguaje "incorrecto".
El día en que los estudiantes universitarios se asusten, protesten o se sientan ofendidos al conocer la novela de Apollinaire "Las once mil vergas" y se les explique la referencia implícita en el juego de palabras: "verga" y "virgen" que hace este autor, o el día en que se discuta siquiera si a los estudiantes de secundarias se les pueda leer un poema que propone sodomizar a las palabras, "chillen putas", entonces deberíamos preocuparnos y pensar en qué estamos haciendo mal en la educación, y no en quién está empleando mal, el puro y sacrosanto lenguaje.
La corrección política puede conducir a otros horrores. El tema da para más. El espacio, aunque virtual, no.