Por: Jorge Covarrubias (@vivalitos)
La primera vez que observé el maltrato de un político hacia un reportero tenía 25 años. Tenía poco de haber iniciado mi carrera como reportero en una emisora que llevaba por nombre Radio Juventud (actualmente 1070 Radio Noticias). Fue durante un recorrido de obras en lo que hoy se conoce como el Teatro de la Ciudad en pleno centro de Guadalajara. El ex gobernador de Jalisco, Francisco Ramírez Acuña, había sido expuesto por el diario Mural en primera plana jugando al golf con empresarios coreanos en horas de trabajo.
Quiero decir, las horas en que se espera que cualquier mortal sin privilegios se encuentre trabajando. Más tardó el reportero del citado rotativo en lanzar su pregunta que Ramírez Acuña en vapulearlo verbalmente. El ex mandatario estaba irritado, enfurecido, y no dejaba de mirar al reportero. Sus ojos expresaban rabia, una cólera que al menos yo no terminaba por entender.
Se ensañó con el reportero hasta dejarlo sin habla y completamente ruborizado por la vergüenza que le hizo pasar frente a los demás colegas. Gajes del oficio, tiempo después ese reportero terminó trabajando en el área de comunicación social del Gobierno de Jalisco.
Así era Ramírez Acuña, le gustaba mostrar el músculo y en cada oportunidad se enfrentaba a la prensa como si se tratase de una pelea de box con final escrito.
Reventó a varios reporteros que lo cubrían diariamente. Bastaba con que uno de sus asistentes tomara el teléfono para pedir un cambio de reportero —o en su caso el despido del mismo— y al día siguiente éste ya no se presentaba. Algunos colegas me comentan que el dueño del diario El Informador, Carlos Álvarez del Castillo, procedió de esa manera con varios compañeros a petición expresa del ex mandatario.
Lo mismo ocurrió hace aproximadamente un año con el reportero de ese impreso que cubría al alcalde de Guadalajara, Enrique Alfaro Ramírez. El joven periodista fue removido a otra sección del diario, donde aparentemente no representaba un estorbo para el munícipe que gobierna la capital jalisciense.
El sexenio de Ramírez Acuña terminó, pero éste no cambió su postura de choque ante los medios de comunicación. Ya como presidente de la Cámara de Diputados en el Congreso de la Unión fustigó a los reporteros capitalinos que no habría más “chayotes”.
Cuando uno pensaba que las cosas no podrían estar peor para los medios de comunicación, llegó otro panista al gobierno del estado, Emilio González Márquez. Ese político a quien todos recuerdan por la mentada de madre que propinó a quienes hacen una labor informativa.
La semana pasada, el alcalde de Guadalajara, Enrique Alfaro Ramírez, protagonizó otro episodio de confrontación con los medios al expresarse de manera bruta sobre el rol que desempeñan algunos reporteros que cubren su fuente. Sin reparar en el daño que ocasionaron sus declaraciones llamó “basura” a los diarios NTR, Crónica y Mural.
Mal momento para echar el bofe, pues la prensa aun no se sacude el terrible asesinato del periodista Javier Valdez, ocurrido el 15 de mayo pasado, y dos meses antes el de Miroslava Breach. No es la primera vez que el presidente municipal truena en contra de los medios de comunicación. Algunos reporteros que cubren Guadalajara ya habían advertido anteriormente comentarios groseros y cínicos de parte de quien conduce la administración municipal. Golpes bajos, pues, para amedrentar a los reporteros.
Al igual que Ramírez Acuña, Alfaro también ha insinuado en más de una ocasión que quienes le critican son “chayoteros”, sin embargo el tono del edil superó con creces al llamarlos “basura”.
Así como cualquier reportero está obligado a demostrar la veracidad de lo que dice, Alfaro Ramírez también debería mostrar la nómina o los pagos de aquellos reporteros a los que se empeña en llamar chayoteros.
La tensión que viven los reporteros que cubren Guadalajara debería ser motivo de un llamado de atención por parte de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos (CEDHJ) e incluso de la regidora Guadalupe Morfín Otero —otrora gloria en la defensa de los derechos humanos en Jalisco— quien se ha pasado la administración de muertito y en silencio para no hacerle sombra a los atropellos de su jefe inmediato.
Un tweet cada cierto tiempo para recordarnos que siempre estará “a favor de los derechos humanos”, aunque no haga mucho o nada para modificar la realidad.
No es un hecho menor, ni para tomarse a la ligera el exabrupto del alcalde. Seguramente habrá una contraofensiva conforme se acerquen las elecciones, habida cuenta de sus aspiraciones a convertirse en gobernador del estado, y su noción delirante de ser de “las últimas esperanzas que quedan en este país”.
Preocupa además que de los tres diarios aludidos, sólo el director de uno de ellos haya salido a fijar un posicionamiento público. No es buen signo para aquellos reporteros que desean practicar un periodismo crítico.