Por: César Octavio Huerta (@zorrotapatio)
Fotografía: Alejandra Arriero (@aleforagrafi)
30 de agosto 2016.- Con su cabello rizado y largas patillas pintadas de blanco por las canas, Manuel García aparece en un pequeño escenario del café André Bretón en el centro de Guadalajara. El público le aplaude al instante. Él, lo agradece: “me siento como cuando invitaba a mis amigos a mi casa”.
Es el "comandante del Folk”. Así lo conocen en su país.
Con una gira que comenzó en Chile, siguió por Estados Unidos y finalizó en México, celebra diez años del lanzamiento de su primer disco, “Pánico”, pilar en su carrera para ir poco a poco haciéndose de miles de seguidores que ahora llenan teatros para sentir las creaciones del cantautor.
En Guadalajara cantó la noche del 20 de agosto frente a 180 personas, (el aforo total del Bretón), quienes lo ovacionaron de principio a fin, al igual que lo hace en lugares de gran capacidad.
Pero retornar a lo íntimo es algo que le apasiona a Manuel García, bajarse de la cresta de la ola, como él mismo lo dice.
"Es salir de la comodidad, de los teatros llenos y el lugar ya ganado, para comenzar casi de nuevo. Hemos tenido en algún momento que cargar nuestras cosas, ayudarnos todos en el montaje, tener la mejor de la voluntad cuando el sonido no es lo que quisiéramos y es interesante”.
“Le llevo repitiendo a la gente joven que en la música y en las artes no se tiene éxito de la noche a la mañana, que alguna vez siempre te puede volver a tocar empezar y finalmente dentro del mundo de lo estético, de la lírica, la pintura o la danza, nunca nadie llega al máximo de lo que puede dar, siempre hay un reto vinculado a la vocación de hacer algo".
Después de ser fundador y vocalista de la banda de rock Mecánica Popular, Manuel emprendió un viaje que lo llevó a escribir melodías cimentadas en una poesía que transita de la nostalgia a un mundo fantástico, tomando al amor como uno de sus motores.
Su estilo musical, caracterizado por una mezcla entre el rock y el canto popular del folclor moderno, lo han posicionado como uno de los cantautores chilenos más reconocidos de la última década.
En el año 2008, "Manugarpez", como le gusta que lo llamen, fue galardonado con el Premio a la Música Nacional de Chile en la categoría de música popular.
De madrugada, en el vestíbulo del Hotel de Mendoza, luego de su concierto en Guadalajara, Manuel García ofrece una entrevista donde reflexiona sobre la música, la sociedad, la cultura y su conexión con la conciencia social, un tema del que no es ajeno pues su obra ha estado ligada siempre al pensamiento de izquierda.
¿Cómo te ha ido en la gira por Estados Unidos y México? ¿Qué has experimentado?
¿Cómo ha sido ese impacto multicultural?
Mi música nunca ha sido una música de asimilación fácil, ni siquiera en mi propio país. Siempre ha tenido un proceso lento, de mucho trabajo y creo que eso por suerte me permitió a mí, ir incorporando en un especie de ritmo distinto a la aceleración común del mercado para un artista, ciertos fenómenos que tienen que ver con la asimilación de cosas de otros lugares y empiezas a sentir curiosidad por elementos que de repente tienen que ver con que no todo ya cuajó en tu carrera, sino que hay cosas que siguen faltando y en este caso me lo ha ido completando la relación con otra gente, otros lugares y paisajes.
En el concierto, musicalizaste una parte del discurso de Salvador Allende el día que ganó las elecciones. En Guadalajara, en la memoria de muchas personas todavía retumban las palabras de aquel gran discurso que dio en la Universidad de Guadalajara. ¿Qué significa para ti el ex presidente chileno? ¿Por qué sigue presente en tus recitales?
Allende es un pensador y un humanista muy potente, desarrolló y esbozó muchos temas, incluso salas de desarrollo tecnológico, ciertas ideas que tenía con respecto a la economía, a la educación, a la salud, varias cosas que nunca se alcanzaron a concretar, eran parte de su proyecto de gobierno y muchas de ellas eran ideas propias, que se adelantaron a algunas épocas en el tiempo de lo que el mundo iba a ser finalmente.
Sobretodo porque su palabra poética representa un sentir político y social que ya se perdió en el tiempo, muy al margen de lo que haya sido programa político de gobierno, para mí es el hombre que finalmente confía en que la palabra y la poesía son las palabras de expresarse y de generar una relación entre la política, el poder y los pueblos. No hay otra manera de entender a un trabajador, la vida dura de las personas, a los niños, los ancianos, a las distintas realidades no hay otra manera de entenderlas si no es con la delicadeza de mirar con una especie de óptica muy sensible y muy profunda.
Eso en Allende está presente y es algo que echamos de menos con respecto a quienes nos gobiernan, más allá de si tienen un importante plan de acción económico, el tema es a quién le están hablando, a qué personas y yo creo que Allende le hablaba a las personas, él lo sabía y la gente también y se siente eso.
En esta época estaban Víctor Jara, los Parra y había esta idea de cambiar el mundo. ¿La música puede generar todavía fuerza para hacer cambios en la sociedad?
Hay una calidad moral y ética en el hecho de que las sociedades se reconozcan en su música, se vinculen a ella porque también los artistas toman de sus propias sociedades ciertas ideas, de la comunidad, del entorno y eso que se cristaliza en el reflejo del arte tiene que ver con las reflexiones y la reflexión es la que hace cambiar finalmente a las sociedades.
No la canción necesariamente en un sentido más arbitrario, de que finalmente el que canta o dice sea portador de una verdad, menos de una verdad acuñada por sí mismo, por lo general esa fue una tendencia estética-artística o tal vez de apariencia social en que la gente le atribuía a los artistas capacidades mesiánicas o reveladoras de cantar verdades y hacerse cargo de ellas, finalmente, tal vez por las características de ciertas épocas haya tenido en algunos artistas más valor o coherencia que en otros, como en Víctor Jara, que tan coherente con lo que canta y dice, fue una de las víctimas de los mártires de una causa estética en función del cambio social.
Actualmente el paisaje en ese sentido se ha tranquilizado, no hay exactamente un papel del artista sino que hay más bien una relación del artista con sus realidades y eso tiene que ver con el cambio absolutamente, sobretodo en Latinoamérica, todavía hay personas y lugares donde piensan que no hay que escuchar ciertas canciones.
Esa censura existe porque está la creencia, tanto en personas que puedan tener una línea política de derecha o de izquierda, de que esas canciones afectan al pueblo en la toma de decisiones del día a día. En otras culturas donde se ha afianzado la economía, donde se ha cerrado el sistema y ha funcionado de manera mecánica, esta música revolucionaria o de canto poético popular, han sido vistas antropológicamente como eventos y sucesos que hay que conocer o mirar.
Cuando yo cantaba en Europa diez años atrás, sobretodo en la gente joven se producía una comezón y una conversación extraña que era tendiente a lo que iba a pasar con el tema de los indignados en España.
Las canciones generaban una discusión y una conversación y lo que más decía la gente joven era que sentían la poca capacidad de movilizar las estructuras ya establecidas después de la Segunda Guerra Mundial, imagínate cómo se afianzó todo y se fue afirmando la forma de hacer.
Claro, tú puedes cantar lo que se te ocurra, si total no va a pasar, si total no va a incidir. La gente era muy atenta a venir a los conciertos, pero los jóvenes se quedaban con esa incomodidad y yo tenía la certeza de que si cantaba en un lugar la gente se podía quedar con una comezón pero al otro día se iba a establecer otra vez en esa maquinaría de trabajo y de hacer, que era como estaba todo articulado, más allá de lo que estuviera pensando porque reflexionamos a través de una canción.
Esa incomodidad increíble se fue multiplicando y multiplicando y después de diez años floreció el movimiento que por los menos ha hecho un acto de presencia humana en función de nuevos discursos e ideas.
Existieron canciones de lucha como las de Rolando Alarcón y Víctor Jara que fueron acuñadas por las clases obreras de toda Latinoamérica. ¿Entrar en una zona de confort en los países de Latinoamérica en los que ya no existe la represión política que hubo en los años del golpe militar, quizá el trabajo de los cantautores se haya relajado un poco?
No, pienso que cambió. Hasta los años ochenta o noventa en la postdictadura, la reflexión que tenía que ver con hacerse cargo de un punto de vista incluso ideológico, social y político de la canción, era superpotente.
Piensa tú en la canción Al final de este viaje, de Silvio Rodríguez, donde vamos a quedar al final los que podamos sonreír y hay toda una dinámica que tiene que ver con la creación filosófica realmente de un hombre nuevo en un espíritu fulgente con respecto a lo que el hombre puede dar, una canción que levanta el espíritu del ser latinoamericano y universal.
Luego, él mismo está cantando, pasado el año 2000, cuando ya cayó el muro, comenzaron a cambiar los esquemas sociales del planeta, de Latinoamérica y Cuba, hacia el porvenir partieron sombras, rumbo a mañana algo de oscuridad, si alguien me oye allí, no se olvide pues de iluminar.
O ya entremedio de al final de este viaje y de esa otra canción, dice de entre todo lo triste y lo perdido, se aproximan girando las estrellitas. Nadie las ve avanzando por sobre el ruido, de las tiendas legales y las proscritas. Balseros, navidades, absolutismo, bautizos, testamentos, odio y ternura, nadie sabe qué cosa es el comunismo y eso puede ser pasto de la censura.
Hay una cuestión ahí de ya comenzar a cuestionar lo que antes era como una épica de una realidad que iba a suceder. Eso, yo no creo que hace que finalmente cambie el sentido del valor o la valentía de lo cantautoral, más fiel el punto de vista.
Yo soy de una generación que musicalmente apunta desde un ángulo socialpolítico su música. No lo he visto mucho en las nuevas generaciones que están editadas junto con mi música; si bien es cierto vi el compromiso de las generaciones jóvenes de estar en las marchas, en las luchas, con los temas de transexualidad y otros, con minorías étnicas, con reivindicación de problemas, ósea los muchachos van pero ninguno tiene canciones de compromiso directamente político, son como paisajes, cuadros o simplemente van con la música que tienen que puede ser hasta bailable y se suman como seres sociales a lo que les toca en ese momento dentro ese contexto. Una marcha, una manifestación, una reunión, una discusión en una universidad. La acción está, es de otra manera.
En el caso mío soy de entremedio, porque soy editado con esa generación de muchachos más jóvenes que hicieron discos cantautorales pero también mi perspectiva siempre sumó y dialogó con el tema social político de compromiso, por eso siempre apoyo candidatos, voy a marchas y me comprometo con un tema que tiene que ver con una revisión constante del punto de vista de la izquierda de la que uno cree, una izquierda súper estética y poética, constructiva a nivel humanista, técnicamente política.
Esa izquierda en la que creyó Cortázar, García Márquez, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Chico Buarque. Hay una cuestión ahí que te pone en un lugar que no es precisamente la derecha, pero ahora hay tantos puntos de inflexión. Yo veo que las generaciones más jóvenes no adhieren ese compromiso, lo que no significa que su música no esté tampoco develando cierto rasgo de lo social.
Las ópticas han ido cambiando, yo no creo que por eso debemos desmerecer a esta generación y por ningún motivo a la generación de Rolando Alarcón y Víctor Jara. Si hablamos de ellos es porque el valor estético de lo que hicieron es permanente en el tiempo, es súper valioso y ellos son una base piramidal para lo que se va construyendo en la reflexión del Siglo XXI. Es un error pensar que una descalifica a la otra. Esa convivencia estética, le toca desarrollarse más.
¿Cuál es tu relación con los cantautores contemporáneos mexicanos?
Lo que voy encontrando en el camino. Así como el poeta Genaro Patraca, del DF. Cuando me encuentro con Fernando Rivera Calderón e intercambiamos canciones. Con Filio nos anduvimos persiguiendo estos tiempos para encontrarnos y nos hemos cruzado en hoteles, en Concepción, en México. Llega él, me voy yo, viene, hasta que nos vamos a dar un abrazo. Con muchachos jóvenes en la universidad, que abrían los conciertos, algunos con son jarocho que se preocupan por rescatar las raíces tradicionales.
México está viviendo momentos difíciles con miles de desaparecidos y asesinatos, que a veces se asemeja al Chile de la dictadura y los desaparecidos, aunque no tenga los mismos contextos y tintes políticos. ¿Cómo hacer para recomponer las heridas?
Yo pienso que si alguien ha dado claves de cómo recomponer la sociedad es México, en la medida de que se han ido organizando tantas comunidades y centros culturales de arte, incluso barrios completos cerrados en sus propios sistemas.
La gente que ha dicho ‘nosotros somos nuestro propio gobierno’, la gente que ha generado todo un barrio entero como en la colonia Pancho Villa del DF en el que tienen su radio, su vivero, su biblioteca, su cine para los niños, su estacionamiento.
Eso muestra acción, lo que pasa que es un país tan grande que llega a ser impensable, inabarcable en el pensamiento, en la cantidad del territorio ocupado y construido, la cantidad de resistencia y permanencia en el tiempo de los valores indígenas, esa es una ganancia super importante. Y eso, yo creo que va junto con esta especie de fantasmas que son las economías, porque ahora los gobiernos son economías abstractas, ahora el dinero se mueve de manera abstracta, lo que termina como organizándolo todo.
Yo sigo identificando a México como una civilización más que con un país. El país es eso que es controlable por un presidente, por una economía, una forma de gobernar y unos representantes...
¿Quién representa a quién? Si México es gigante, está lleno de gente, de identificaciones y tú identificación no tiene porque ser lo que la tele te ofrece o los medios oficiales. Yo creo que se conviven realidades culturales y mentales.
Dentro de la injusticia se producen cosas mágicas. Un niñito el otro día en un pueblo cerca de Morelia nos vendía yerbas con su hermana, chiquitito, como de ocho añitos, bien memorion porque se sabía todo, para qué servían y tenía unas listas muy largas.
Yo lo miraba y tenía pena, decía, este niñito chiquitito trabajando, pero después comencé a recorrer Pátzcuaro y pensaba que su realidad era super linda, por las comidas que había, por el lugar dónde estaba viviendo, la historia potente puesta ahí.
Es tan complejo generar las recetas de una resistencia social sobre los gobiernos pero es una cuestión de lo que hay que ocuparse, no significa que porque todo parezca tan abstracto... El día a día tuyo es el que hace finalmente la construcción de esa otra realidad, anda saber tú, de qué manera podría haber un giro con respecto a la construcción de la humanidad que no sea esta tradición de la crueldad. Entregarse a la pérdida de fe es demasiado sencillo y fácil, no merece atención decir, "si mejor no hago nada y sigo viviendo la vida", siento que hay una cuestión potente para apostar unas fichas y las cosas puedan cambiar.
Durante tu visita a México, ¿Qué es lo que más te ha gustado, qué admiras?
Si tú observas bien, lo antiguo permanece con una potencia muy clara. En un tianguis cuando tu ves a la gente, las costumbres, las comidas, lo que hacen, cómo se desplazan, cómo se organizan, cómo intercambian, cómo son los colores y las tradiciones todavía, presentes en los textiles, eso habla de que es muy antiguo. Hay un acceso increíble, demasiado potente.
Si uno por ejemplo, funciona en torno a una tradición tan sencilla cómo comprar un elote en la calle. Nos pasó una vez, llegando tarde en la noche, todo cerrado y una señora antigua con su trenza y su reboso estaba en la esquina debajo de una luz que venía de una luminaria en la calle. Fuimos y estaba vendiendo sus elotes, choclo decimos nosotros. Compramos uno y empezó a echarle sus salsas. Yo pensé que estaba como en un portal místico, accediendo a una cultura de la tradición más antigua, frente a los mexicas. Yo decía, esto vale, esto no tiene precio, esto es acceder a una profundidad cultural muy grande.
En Chile eso no está, porque si existe está presente en el mundo aimara y quechua que siempre ha sido tratado de no reconocerse como parte de nuestras culturas. Del mundo mapuche ni qué decir, no se les reconoce ni siquiera su territorio, su cementerio, se miente con respecto a sus realidades, los niños la están pasando pésimo, hay mucha gente presa, se les aplican las leyes terroristas, cualquier esquema de protesta se habla de una violencia exacerbada de parte de ellos, cómo si fueran a poner en riesgo a Chile. Vivimos un panorama horrible.
Ese mundo indígena integrado a la ciudad, sin eso México ya no es México, es parte fundamental, esencial y se respeta. No faltará la casta media ciega, sorda y muda que no entenderá eso y querrá vivir un México más dos punto cero, tipo Europa o Estados Unidos, pero eso no es lo real, lo real es lo que está en la calle.
¿Qué sigue para el Manuel que no es músico?
Yo estoy criando tres hijos míos y eso es un centro súper importante de la vida, de lo que uno va haciendo. A mí me empiezan a picar las manos por dibujar, después de los viajes me vienes instintos de escribir poesía que nunca la muestro porque prefiero hacer canciones, creo que me quedan mejor, de todas maneras es un ejercicio de ir reflexionando, poniendo en una palabra algo, es como alguien que va tallando una madera y dándole forma, es cómo el hacer.
Me voy entregando cada vez más como persona a la observación de lo cotidiano, me voy conformando cada vez con lo más sencillo. Aprendo ahora el valor del espacio que uno tiene que es el hogar e insistir en los rituales, cocinar, lavar platos, hacer cosas cotidianas.
Compré hace un poco un bracerito de acero redonda con una pata que tú le pones carbón y prende, abriga, sirve de estufa y si quieres quieres tirarle una carnecita para que se haga. Es interesante porque echa un poco de humo y sólo ese fueguito llama a la gente, se acercan los niños. El ejercicio de apagar los teléfonos durante largo rato, la lectura, ese tipo de cosas que es interesante observar.
El ejercicio mío es irse despojando, no llenando de cosas ni a través de la expectativa artística invadir tu vida, organizar tu vida en función del dinero que se pueda ganar o las conquistas de éxito que puedan haber.
Es como ir hacía adentro, ir abandonando, ir haciéndose viejo, ser un buen viejo en unos años más, porque la sociedad contemporánea tiende a vender la ilusión de la eterna juventud. Un día vamos a tener un planeta sin personas viejas, sin un consejo de ancianos. Quiero ser un buen viejo, decirle a los más jóvenes, muchachos. Tener responsabilidades de ese tipo y eso se forja en lo cotidiano. Si no hiciera música, si no estuviera cantando, trataría de forjar esa relación emocional con las generaciones jóvenes y los pares, con quienes estén dispuestos a emprender ese viaje.