Por: Oscar Rojas Silva y Carolina Hernández Calvario
31 de marzo 2017.- Hace unos días el reconocido politólogo y sociólogo argentino Atilio Borón se dio cita en la Ciudad de México para presentar el libro La clase obrera no va al paraíso. Crónica de una desaparición forzada, un libro escrito por Ricardo Romero y Arantxa Tirado.
En el marco de esta visita nos dimos a la tarea de hacerle una breve entrevista que culminó en una fructífera charla, la cual giró en torno a la pregunta ¿Cómo se debe entender la clase obrera hoy en día?
Si bien, las interrogantes acerca de la clase obrera no son pocas, sí los esfuerzos que se presentan por dar respuestas a las mismas. Y más desde la academia, pues en palabras de Atilio Borón, “la desaparición de la clase obrera es un artilugio ideológico presente en las ciencias sociales impulsada por el pensamiento conservador y por el posmodernismo, que simplemente sacaron del seno a un actor fundamental para explicar la sociedad”.
Para el sociólogo argentino, la clase obrera debe ser concebida como el conjunto de la población que mantiene relaciones salariales y de explotación. Y en este sentido, nos dice que, si uno mira el panorama contemporáneo, “hoy hay más clase obrera que nunca en la historia de la humanidad”.
En el marco de estas declaraciones, podemos ver que, en el caso mexicano, en el periodo que va del 1995 a 2011, la tasa de asalarización (número de ocupados asalariados entre total de ocupados) pasó del 0.58 al 0.66; derivado del aumento en el número de trabajadores asalariados mexicanos de poco más de 19 millones en 1995 a poco más de 30 millones en 2011, y esta tendencia se mantiene en los años más recientes.
En cuanto a la explotación, ésta se debe entender como la apropiación de los resultados del trabajo ajeno. En el modo de producción capitalista, este fenómeno toma la forma de plusvalía, cuando el excedente (generado por la clase obrera) es apropiado por la clase no productora (la clase capitalista).
De acuerdo con los datos oficiales en México, en el periodo de 1993 a 2012, la tasa de plusvalía ha registrado un aumento del orden del 27 por ciento, lo que se traduce en que el Tiempo de Trabajo Necesario (entendido como la parte del trabajo que es destinado a reproducir la fuerza de trabajo), pasara de 14 minutos con 9 segundos a 11 minutos con 42 segundos, con el consecuente aumento del Tiempo de Trabajo Excedente (trabajo que le es despojado al trabajador en una hora de trabajo y que es apropiado por la clase capitalista), que en el año 1993 fue de 45 minutos y 51 segundos y 19 años después fue de 48 minutos con 18 segundos por hora trabajada.
Es decir que, por cada hora de trabajo realizado por los obreros en el país, los capitalistas se apropian de cerca del 80 por ciento del trabajo realizado por los trabajadores.
Cuando se le pidió su opinión respecto a la misión histórica de la clase obrera, como sujeto de transición del capitalismo, el investigador respondió:
“Yo creo que hoy la clase obrera es un sector mucho más amplio, un motor colectivo mucho más amplio de lo que era en antiguo proletariado industrial. Yo creo que la misión histórica igual está en manos de los sectores subalternos (...) Evidentemente la superación histórica del capital o viene de abajo o no viene”.
En el marco de celebración de los 150 años de la publicación de El Capital de Carlos Marx, se le hizo la pregunta: ¿Cómo hacer una lectura desde el siglo XXI de este texto? A lo que respondió:
“Hasta ahora no hay un diagnóstico, una radiografía de la sociedad capitalista, mejor a la que ha hecho Marx.”
Y agregó que, si hubiera una mejor, él no tendría alguna duda en acudir a ella para entender cómo funciona el sistema. Por ese motivo, aclaró:
“Una lectura actual de Marx se tiene que hacer teniendo a la vista los cambios en la morfología del capitalismo contemporáneo. ¿Cómo pedirle a Marx que explique el capitalismo actual en su morfología? No en su lógica de funcionamiento, en la lógica no ha cambiado un ápice. Por eso, hay que leer El capital, pero teniendo a la vista cómo funciona el capitalismo hoy en día. Y en este sentido, la clase obrera no pude ser la misma de hace ciento cincuenta años, porque hay un nuevo desarrollo tecnológico, científico, y procesos de trabajo que hacen que en la actualidad haya una clase obrera con características diferentes".
Pero de que existe la clase obrera, es indudable, otra cosa muy diferente es el despliegue ideológico tanto en la academia como en los medios de comunicación, que insisten en tratar de maquillar esta realidad bajo las propias transformaciones morfológicas del capitalismo. Una desaparición forzada es normalmente ejecutada por un poder que se siente amenazado por la sola existencia de su víctima.
Así, por ejemplo, Pinochet debió capturar y esparcir por todo el desierto de Atacama a miles de chilenos que peleaban junto con Allende. Pero frente a la imposibilidad de desaparecer a millones y millones de trabajadores en el mundo actual no hay desierto que alcance. Por ello se debe ejecutar el ocultamiento intelectual, la clase obrera –señala el mainstream – desaparece en tanto el mundo industrial del siglo XX desaparece, maravillados por la revolución tecnológica y la llamada economía del conocimiento, el pensamiento ocultista aprovecha la mutación para proponer que se olvide el despojo, base del sistema económico dominante.
¿Cómo podría la clase política actual vender su alternativa después de haber producido millones de trabajadores en vulnerabilidad absoluta de pobreza?
La respuesta se antoja casi imposible, de alguna manera deben desaparecer. Aunque sea de manera forzada. De ahí la importancia de que en América Latina se comience a planear un diálogo para conseguir un nuevo curso de desarrollo cultural para los pueblos, en el que se ponga sobre la mesa la necesidad de abandonar el actual patrón de producción de subjetividad.
Por ello, Atilio Borón –con su tradicional calidez humana– expresa un optimismo que parte del profundo conocimiento de la historia antitética de clases. Parte de una realidad inexorable: por muy poco que se hable en los medios de comunicación oficiales sobre la clase obrera, la realidad es que el análisis de clase sigue provocando heridas en la historia mundial.
Y explica fenómenos tan importantes como el ascenso de Donald Trump y la violencia con la que Alemania trata a los propios países de la Unión Europea (cosa impensable en el siglo XIX, siendo Europa el centro de comando colonial, cuyo resultado natural fue el sistema capitalista). En suma, no se trata solamente de no negar la existencia de la clase obrera y comenzar a asumir conciencia de clase, se trata también de aparecer de nuevo como una fuerza productora de realidad, de utilizar los sistemas de comunicación que permitan producir ideas y no sólo consumirlas pasivamente –con esto refiere Atilio cuando hable de la utilización de las redes sociales en pro de la organización popular–.
América Latina es una región enorme que puede dialogar entre sí, puesto que habla la misma lengua, comparte tradiciones y comparte dominadores, de ahí que –quizá en tono festivo– sea parte de nuestra fortuna el que, hablando despacito, brasileños y otros latinoamericanos de habla española, puedan aspirar a un proyecto colectivo para dar la pelea ideológica política y así proponer un nuevo pacto social mundial para el siglo XXI.