Por: Raúl Valencia Ruiz (v4l3nc14).
15 de diciembre de 2016.- Una escena inquietante, pero con toda seguridad se repite en varios momentos y lugares dentro y fuera de México, donde la violencia que genera el narcotráfico es narrada por quien menos lo esperas, a través de un narcocorrido.
En una mano, quizá, empuña las monedas devueltas por el tendero; con ambos brazos sostiene, contra su pecho, el refresco negro y azucarado en extremo de tres litros que alguien le ha encargado. Con un andar lento, pero desenfadado, el niño de ocho o nueve años entretiene su paso cantando una canción: «Lo he visto peleando también torturando // cortando cabezas con cuchillo en mano // su rostro cenizo no parece humano // el odio en sus venas lo habían dominado…»
Al momento de cruzar nuestro camino, interrumpe su canto, me mira, sonríe, me sede el paso en la banqueta y se va dedicado a lo suyo.
En su ensayo Para una crítica de la violencia (Editorial Leviatán, 1995), el sociólogo Walter Benjamin (Berlín, Alemania, 1892/1940) sostiene que en el sentido exacto de la palabra, hablamos de violencia cuando su causa incide en las relaciones sociales moralmente aceptadas. Advierte que cualquier crítica de la violencia debe ir más allá de la moral que transgrede y entender la relación que entre moral y violencia existe.
La esfera de esa relación es definida por los conceptos de derecho y justicia. En el primero, la violencia se encuentra en los medios y no así en los fines; es decir, la violencia en sí no es un propósito del derecho, es un medio a través del cual se obliga a respetarlo. En la segunda esfera, la de la justicia, la violencia sería aceptable cuando es legítima. No obstante, hablar de la violencia en los marcos del derecho o la justicia, sólo ofrece criterios para su aplicación, no resuelve el problema moral de su empleo.
A lo largo de su exposición distingue entre una violencia mítica y otra creadora. La primera funda y conserva el derecho; sabemos que, por ejemplo, en esencia la costumbre crea jurisprudencia y de ella deriva algún tipo de derecho. En ello, el uso de la fuerza, los medios violentos se ejercen para garantizar el orden que esa costumbre genera, lo que nos conduce a aceptarla mientras provenga de quien «legítimamente» está facultado a ejercerla, es decir el Estado. Este es el tipo de violencia que actualmente domina, la de los aparatos militares o policíacos, con todas las contradicciones que les caracterizan. Si partimos de esta violencia mítica las acciones que el crimen organizado, como individuos no legitimados para el uso de la violencia, realizan, nos encontramos ante el dilema de la incapacidad del Estado para contenerlas y garantizar, justamente, el estado de derecho que le justifica.
Por otra parte, la violencia creadora tiene que ver con la capacidad de los individuos, fuera de las instituciones oficiales, de emplearla con el propósito de una causa justa o un objetivo superior y; en ello, crear nuevos marcos jurídicos. Fue el caso, por ejemplo, de las acciones de los movimientos obreros en busca de mejores condiciones de trabajo, salario y retiro en los siglos XIX y XX, los cuales, no estaban garantizados por ley o jurisprudencia alguna.
La frase «la violencia es la partera de la historia», atribuida al filósofo Karl Marx (Tréveris, Alemania, 1818/1883), aparece en «La llamada acumulación originaria» en su libro El capital; donde habla del paso del sistema de producción feudal al sistema de producción capitalista, textualmente dice: «La violencia es la partera de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva» (FCE, 1975). Se refiere a la «potencia» económica de la violencia para abrir paso a nuevas formas y nuevos valores en las relaciones sociales.
A diferencia de los ciclos revolucionarios en los siglos XIX y XX, la de hoy (no me atrevería a decir nueva), es una violencia distinta. La novedad reside en el hecho de que a diferencia de los programas políticos de los revolucionarios del mundo, la violencia que hoy afecta a buena parte del orbe, del Norte y del Sur, tiene que ver, primeramente, con el uso de los aparatos estatales para reprimir o imponer las agendas económicas del orden global actual. Esta es una violencia a escala sin precedentes, emprendida por los estados en contra de sus ciudadanos en lo económico-social y contra los disidentes en lo político.
Por otra parte, nos enfrentamos a la violencia de quienes no están legitimados a ejercerla, el narcotráfico junto con las demás actividades por él derivado, proporcionan no sólo los medios necesarios para garantizar su capacidad de fuego; además, su influencia les ha permitido constituirse, en muchos casos, como una actividad económica a gran escala y como una fuerza política, en varios niveles de gobierno, encaminada a garantizar su continuidad.
De manera indistinta a las causas que alientan la violencia, ésta habrá de generar, como lo está haciendo ya, una nueva sociedad. El resultado no obedece a leyes universales o naturales, tiene que ver con la manera en la que socialmente la entendemos y enfrentamos.
Podríamos, como hasta ahora, asumir una actitud cínica ante lo hechos que a diario lastiman a miles de personas, mientras no nos afecten a nosotros; o bien, tomar acciones drásticas, radicales, armarnos nosotros mismos y proveernos de lo que sea entendamos por justicia. Una tercera vía, propongo, es asumir la responsabilidad que el desafío de la violencia plantea y, sin negar el hecho que la violencia se ha «normalizado» de tal forma que ahora nos resulta cotidiana, actuar en consecuencia.
No se trata, por la fuerza de la censura, de negar u ocultar las atrocidades y las manifestaciones culturales que el narcotráfico genera, tales como los narcocorridos. Estas expresiones, hasta cierto punto son necesarias, útiles para conocer el momento en el que nos encontramos. De otra manera, seguiremos en la simulación que hasta ahora impera.
Luego de mi encuentro con el pequeño cantante, hay que decirlo, me di a la tarea de escuchar narcocorridos. Los hay de todos tipos, de la vieja y nueva escuela; sus narraciones describen, por igual, hechos ocurridos en países de Europa, estados de la Unión Americana, México y, desde luego, países de Centro y Sudamérica.
Algunos celebran la impunidad y la violencia, otros lamentan la pérdida de vidas humanas o exaltan el heroísmo de quienes combaten al crimen. Incluso, los hay sobre traficantes ficticios que desde la televisión son creados. En todos ellos, subyace el carácter económicamente transnacional del narcotráfico y su penetración en todo orden de la actividad humana. Lo cual, muestra al narcotráfico y la violencia sin culpa que genera, como una cualidad intrínseca del capital en estos nuestros tiempos.